Mi Luna es Mayor & Difícil

10. Ojos Dorado

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—Hoy solo manejarás el montacargas. Eres buena organizando —dijo Elan a Catherine mientras organizaba su grupo de trabajo.

Catherine le agradeció con una sonrisa.
Al menos no tendría que cargar cosas pesadas.

Aquel día tenían que completar un pedido grande de varillas.

No saldrían temprano, pero tenían tres días en total para entregarlo, así que Catherine decidió tomárselo con calma.

—¡Cath, terminé! —le avisó uno de los muchachos.

Ella se subió rápido al montacargas eléctrico y movió la paleta de varillas terminadas.

Aunque nadie estaba corriendo, la orden avanzaba sorprendentemente bien.

Ya tenían la mitad lista y el día estaba por terminar.

—Luego de esa, descansen hasta la salida —anunció Elan en voz alta.

Catherine lo miró, sorprendida.

—Me tocó el mejor jefe del mundo —susurró emocionada mientras se bajaba del montacargas—. ¿Qué jefe te da la última hora para relajarte? ¡Amo a mi jefe!

Seguía flotando en su nube.
Muy feliz por no tener que trabajar la última hora.

Pero de repente, tras ella, se escuchó un gruñido.

Catherine se sobresaltó.

—¿Hay perros aquí? —preguntó con temor. Le gustaban, sí, pero los perros ajenos le ponían nerviosa.

Comenzó a mirar en todas direcciones.
Entonces se giró…
Y lo vio.

El hombre más hermoso que había visto en su vida.

“Creo que por primera vez estoy viendo a un dios griego”, pensó, sin poder apartar la vista de la figura frente a ella.

La garganta se le secó.

Los músculos marcados se ceñían a la camisa como si fueran parte de ella.

Era demasiado.

Entonces llegó a su rostro.
Sus labios… mojados. Carnosos.

“Mierda… creo que esto sí es perder la cabeza a primera vista”, pensó, sintiendo cómo le flaqueaban las piernas.

Y entonces lo miró a los ojos.
Esos ojos dorados que la observaban con una intensidad casi animal.

Pero…
Había algo más en ellos.
Ira.

Catherine tragó en seco.
Retrocedió un poco.
Su corazón latía con fuerza, pero ya no era por excitación.

El hombre frente a ella estaba claramente cabreado.

Y lo peor… era la mezcla perfecta entre su jefe y su jefa.

Rey y Mabel.

Tenía que ser su hijo.

“¿Y si me botan? ¿¡Pero por qué me pasan estas cosas a mí!?” pensó al borde del llanto. Su cuerpo tembló, solo de imaginarlo.

Johnny se desconcertó.

Sintió su miedo.

Y la furia que le había subido al oírla decir que amaba a otro se esfumó, reemplazada por una punzada de temor.

Sin duda, era ella.
Podía sentirlo.
La electricidad entre los dos.

Ella no era indiferente a su presencia.
Incluso había percibido su excitación al verlo.

Pero ahora sentía miedo.
Y eso lo estaba volviendo loco.

“¡Dale un beso!”, gritó Salvatore en su interior, al notar que su mate le temía.

“¡Eso la va a asustar más, idiota!”, gruñó Johnny, molesto.

—¡Johnny! —exclamó Elan, corriendo hacia ellos.

Él también había percibido el miedo de Catherine… y el de su amigo.

“¿Cómo carajos arreglo esto ahora?”, pensó, con una sonrisa tan tensa que parecía pegada con cinta adhesiva.

—¡Catherine! —dijo por fin, abrazando a Johnny como si nada—. Ya veo que se conocieron…

Catherine tragó hondo.
Y entonces pensó mejor.
Ese hombre le había revolvido todas las neuronas….
Y algo más que eso.

Pero ese no era el punto.

Se sintió estúpida por haber asumido que la despedirían.

Quizás solo estaba molesto por otra cosa.

—Hola, Johnny… soy Catherine —dijo, mirándolo ahora con más calma mientras extendía la mano.

Johnny se quedó mirando a Catherine, embobado.

Escuchar su voz por primera vez fue como una pequeña descarga, como si lo hubieran hechizado.

“¡La mano, la mano, idiota!”, gritó Salvatore desde adentro de su cabeza.

“¡Señor! Juro que pareces un cavernícola”, le espetó Johnny con fastidio.

Catherine seguía con la mano extendida, esperando.

Elan resopló con una mezcla de risa y vergüenza, y le metió un codazo a su amigo.

Lo suficientemente fuerte como para hacerlo reaccionar.

—M-mucho gusto… soy Johnny —dijo él con voz algo temblorosa mientras tomaba la mano de Catherine.

Con los humanos, el vínculo de almas gemelas es algo impredecible.

Algunos no lo sienten.
Otros lo reconocen de inmediato.
Catherine era una de esas personas sensibles.

Y en cuanto escuchó la voz de Johnny y sintió el calor de su piel, supo que algo se había activado.
Una conexión viva, gentil, cálida.

Y eso, también, le dio miedo.

No solo por lo que sentía,
sino porque de golpe recordó a Greg.

Recordó el dolor, la indiferencia disfrazada de amor.
Recordó lo mucho que se había prometido no volver a confiar tan rápido.

Y así como el vínculo pareció envolverlos por unos segundos...

Así mismo, Catherine lo rompió.
Apartó su mano con brusquedad.
La energía de ese contacto seguía surcando su piel como un eco.

Johnny la miró confundido.

Había percibido algo hermoso... y luego algo triste.

—¿Estás bien? —preguntó sin pensar.

Ella lo miró, vaciló, y desvió la mirada.

Inhaló hondo y se acomodó la blusa.

—Sí… todo bien —respondió, forzando esa sonrisa que siempre usaba cuando estaba nerviosa.




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