Eran las siete de la mañana y Johnny ya estaba allí.
Frente a la mansión de la manada.
Con el corazón latiendo tan rápido como los pistones de su moto.
Sus manos, enfundadas en guantes de cuero, temblaban levemente sobre los mangos.
Por suerte, el vibrar natural de la Indian Sport Chief disimulaba bastante bien el temblor.
Apagó la motocicleta.
Puso el soporte con cuidado.
Y entonces…
Se recostó sobre ella.
Sensual.
Lento.
Como lo había practicado al menos veinte veces frente al espejo.
Había estudiado poses en Pinterest durante toda la noche.
Sabía exactamente qué ángulo mostrar.
Qué lado del rostro lucía más “alfa sin esfuerzo”.
Y cómo quitarse el casco con dramatismo sin parecer un pájaro atrapado.
Así que lo hizo.
Se quitó el casco.
Y esperó.
Como el idiota enamorado que era.
Y en cuanto vio a Catherine salir, su corazón dio un vuelco brutal.
“Mierda… todavía no... No nos podemos morir sin haberle dado un beso”, soltó Salvatore, casi sin aliento, como si él también sintiera que el corazón se le salía del pecho.
Catherine no llevaba nada especial.
Jeans ajustados. Una camiseta sencilla.
El cabello rizado suelto, bailando con el viento de la mañana.
Pero para Johnny…
era como ver salir al sol después de una vida entera bajo tierra.
—Buenos días, Johnny —dijo ella, con la voz aún adormilada.
Johnny solo pudo sonreír como un tonto.
Escucharla decir su nombre lo adormecía más que cualquier hechizo.
“Johnny... ¡Johnny! Despierta, hombre, que esto apenas empieza”, gritó Salvatore, agitado. Él también quería que esa cita saliera perfecta.
Johnny parpadeó. Sacudió la cabeza.
Y volvió a sonreír. Esta vez con más alma.
—Buenos días, mi hermosa Catherine —dijo con emoción genuina.
Ella lo miró por un momento… y sonrió también.
Una sonrisa con un tinte de nostalgia.
Ese chico torpe frente a ella le recordaba algo perdido.
Su propia juventud.
—Ten, ponte esto —dijo Johnny, ofreciéndole un casco nuevo.
Ella lo tomó con cierta inseguridad.
Era la primera vez que montaría una motocicleta.
No lo había pensado demasiado.
Pero ya estaba allí.
Así que, sin darle más vueltas, se lo colocó de golpe.
Johnny la miró fascinado.
—Todavía te falta esto —dijo entre risas suaves, mientras ajustaba el seguro del casco bajo su barbilla.
Catherine se quedó inmóvil.
Congelada.
Su corazón empezó a latir con fuerza.
Sentía su cercanía, el calor de sus manos, la dulzura de su voz.
Una energía estalló en su pecho como un relámpago inesperado.
Y entonces, sin aviso…
Johnny besó la parte superior del casco.
Ella abrió los ojos, tensa.
No por miedo.
Sino porque, aunque era absurdo…
aquello la hizo sentir algo que no sentía desde hacía años:
cuidada.
—Listo, ya podemos irnos —susurró él, su voz satisfecha y suave.
Se puso su casco y se montó en la moto.
Catherine inhaló hondo… y se subió detrás.
Sin pedir permiso, Johnny tomó sus brazos y los colocó firmemente alrededor de su cintura.
Ella se sobresaltó.
Intentó apartarse.
Pero él los sujetó con firmeza.
—Tienes que agarrarte fuerte… si no quieres caer —dijo, con un tono ronco, casi sensual.
Catherine tragó saliva.
Y no se resistió más.
Se aferró a él.
Sintió su calor, su espalda fuerte, el latido compartido entre sus cuerpos.
Y por primera vez en mucho tiempo…
sintió que perdía el control.
Pensamientos.
Cuerpo.
Respiración.
Todo.
Johnny, por su parte, estaba al borde del colapso emocional.
Un fueguito de euforia lo recorría por dentro como fuegos artificiales.
“¡Nuestro primer abrazo! ¡Quisiera poder enmarcarlo!”, chilló Salvatore, con lágrimas emocionales en su voz mental.
Johnny giró la llave y pulsó el botón de arranque.
La motora rugió con un estruendo que hizo vibrar el aire.
Catherine, sobresaltada, se aferró con más fuerza a él.
Inhaló profundo, la respiración temblorosa, el corazón galopando.
Johnny sintió esa presión en su espalda y se emocionó aún más.
Giró la manija con decisión… y la moto arrancó.
—¡Ahh! —gritó Catherine, tomada por sorpresa por el arranque brusco.
Johnny no pudo evitar soltar una carcajada.
La felicidad se le escapaba por cada poro.
Al principio, Catherine estaba rígida.
Sus manos tensas, el cuerpo en alerta.
Pero con los minutos, el viento le acarició la piel…
y algo dentro de ella se soltó.
El aire los envolvía.
La vibración de la motora recorría sus cuerpos como un latido compartido.
Y entre todo eso… estaba la chispa.
Esa chispa única.
Irrepetible.
Solo de ellos.
Con un suspiro, Catherine se recostó por completo contra la espalda de Johnny.
Y él… se derritió.
Sus músculos se relajaron al instante.
Una calidez familiar y vibrante lo recorrió de pies a cabeza.
Sentirla tan serena…
era como tocar un pedazo de cielo con los dedos.
—¿Te gusta? —preguntó Johnny, su voz suave, íntima.
Catherine se sobresaltó un poco.
No sabía que los cascos tenían sistema de intercomunicación.
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Editado: 02.07.2025