Mi Luna es Mayor & Difícil

16. Pasado Que Regresa

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—¿¡¿Que hicieron qué?!? —chilló Catherine, bajándose de su camioneta con los ojos desorbitados.

Roxana bajó detrás de ella, caminando con ese paso ligero y triunfante que solo alguien que ha tenido una noche legendaria puede tener.

Ambas venían de trabajar, y Roxana acababa de contarle su última aventura con Travis, el dios griego fugitivo.

—Por favor dime que se protegieron —dijo Catherine, ya dirigiéndose a la mansión para bañarse en la habitación de su amiga.

—Pues claro… o sea, yo lo olvidé —dijo Roxana, con una risita traviesa—. Pero el dios griego estaba más que preparado. Casi me saca una caja de emergencia con luces LED.

Catherine puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar reír.

Ambas iban tan metidas en la conversación que no notaron al hombre que estaba parado justo frente a ellas.

Hasta que Catherine chocó de lleno.

Chocó contra un pecho que sintió familiar.

El olor a colonia cara (la misma que ella le regaló en su decimotercer aniversario) la golpeó antes que la realidad.

—¡Mier…! Perdón, no te vi —dijo con una risa nerviosa, levantando la vista para ver con quién había tropezado.

Y entonces… su respiración se detuvo.

Retrocedió un paso sin pensarlo.

Una presión familiar se apretó en su pecho.
No por amor. No por deseo.
Por memoria.
Por todo lo que había sido… y todo lo que nunca pudo ser.

—Nunca cambias, gatita —dijo Greg, con esa voz suya tan estudiadamente seductora y esa elegancia forzada que siempre bordeaba lo egocéntrico.

Roxana frunció la cara como si acabara de ver una cucaracha usando perfume caro.

Catherine solo sintió náuseas al escuchar aquel apodo que hace años él no le decía.

—¿Greg? ¿Qué haces aquí? —preguntó Catherine al fin, con el ceño fruncido, la espalda recta y el corazón haciendo piruetas.

—¿Greg? ¿El Greg? ¿El idiota de tu ex esposo? —saltó Roxana con un grito que no pudo detener, y que luego intentó ahogar tapándose la boca.

Catherine no respondió.
Su expresión fue suficiente.

Johnny, que había estado podando rosales (y espiando como un lobo territorial), dejó caer las tijeras al escuchar lo que dijo Roxana.

Su mandíbula apretada.
Su corazón encendido.
Su orgullo… ardiendo en salsa picante.

Y dentro de su cabeza, Salvatore, su lobo interior, entraba en modo narrador documental de National Geographic estilo caótico:
“La hiena se acerca a la gacela… pero lo que no sabe… es que la gacela ya tiene dueño. Un lobo virgen y hormonal que está dispuesto a destriparlo por mirarla mal.”

En cuanto a Greg…
Él también lo había visto todo.

La reacción de Catherine.
Su retroceso instintivo.
La incomodidad en sus ojos.

Y le dolió.

No porque aún creyera que merecía su amor…
Sino porque verla así, con tanto ruido interno… le recordó todo lo que había arruinado.

Travis le había dado el paradero de Catherine.

Y aunque no lo confesara en voz alta…
Llevaba semanas buscándola.

Desde el momento en que ella se fue, algo en él se rompió. O tal vez, se encendió.

No era amor inmediato.

Era vacío.
Era miedo.
Era darse cuenta —tarde— de lo que había perdido.

Y lo que lo hizo moverse más rápido fue el comentario de Travis: “Creo que está saliendo con un tal Johnny.”

Eso le encendió algo visceral.
Furia.
Celos.

Un hambre ansiosa por recuperar terreno.

—¿Podemos hablar? —preguntó Greg con voz firme. Siempre firme. Como si las emociones no se le permitieran.

Catherine suspiró hondo.
Miró a su alrededor como buscando un botón de escape.

Y al fin, con tono neutro, dijo:
—Primero déjame bañarme… luego hablamos.

Se giró sin darle espacio a réplica.

Greg se quedó en la sala de la mansión.

Solo.

Y fue entonces cuando Johnny decidió aparecer.

Con paso firme.
Con el pecho inflado.
Con la actitud de quien no tiene nada que perder, pero lo va a defender todo.

Era el Alfa en formación, sí.

Pero esa mañana…
entró como si ya lo fuera.

Greg levantó la mirada.
Estaba sentado con esa gracia elegante que siempre llevaba como escudo.

Como si el mundo le debiera algo solo por estar de pie.

Johnny lo observó.
Y sintió cómo algo dentro de él se encendía.

No por inseguridad.

Sino por rabia.

Esa rabia silenciosa y adolescente que no sabe cómo ser diplomática.

—Buenos días, señor. ¿Qué hace aquí? —preguntó Johnny con voz firme y sin rastro de cordialidad.

Greg parpadeó.

Un brillo de sorpresa cruzó sus ojos.
No le gustó el tono.
Tampoco la falta de respeto.
Pero entonces…

Lo vio.

Ese tatuaje tribal nativo que recorría los brazos del chico como un mapa de raíces antiguas.

Y lo entendió.

—Johnny, ¿cierto? —dijo, poniéndose de pie para emparejar altura.

Eran igual de altos.

Pero distintos como el día y la noche.

Greg no era hermoso.
Pero tenía presencia.

Esa presencia que llega con los años, las derrotas y los silencios mal digeridos.

Johnny no se dejó intimidar.

Ni por la edad.
Ni por la experiencia.
Ni por el traje caro ni la colonia elegante.

Porque a Johnny no le importaban las apariencias.

Solo le importaba ella.




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