Mi Luna es Mayor & Difícil

18. El Beso Furioso

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f4b73465677316b41333653414c413d3d2d313534353834313439392e313834343136643934303839376361303534333631323532363132332e706e67

El club vibraba en su apogeo.

Gente riendo, cuerpos sudando, luces girando como pensamientos con cafeína.

Pero Catherine y Johnny…
estaban en otro planeta.

Las miradas.
Las respiraciones agitadas.
Los roces.
La química.

Esa conexión que había latido desde el primer día…
solo sabía crecer.
Solo sabía quemar.

La música cambió.
El ritmo se volvió más íntimo.
Más bajo. Más lento. Más… peligroso.

Los brazos de Catherine rodearon su cuello sin pensar.

Los de Johnny rodeaban su cintura, como si tuviera miedo de que se deshiciera entre sus manos.

“Llevo meses siguiendo tu huella
Y ahora que estás aquí, no te suelto ni por ella…”

Era “Necesidad”, y parecía escrita solo para ellos.

El DJ, ese ángel oscuro con consola, era un adivino.
Porque esa canción no prendió la chispa…
la incendió.

Ella lo miró.
Él tragó saliva.
La atmósfera entre ellos era pura electricidad en cámara lenta.

“Dime que esto no es un sueño
Que no me despertaré tan lejos…”

Johnny no dijo nada.
Solo la miró como si su mirada pudiera devorarla.

Catherine cerró los ojos.
No para huir.
Sino para sentirlo mejor.

Johnny bajó la mirada.
A sus labios.
A sus ojos cerrados.
Y volvió a sus labios.

“No quiero que te escondas, ni que dudes más,
amarte así… es mi necesidad.”

Catherine, por su parte, dejó de pensar.
Por primera vez en mucho tiempo, no se protegió.
No puso excusas.

No recordó que era mayor que él, que venía herida, que no quería complicarse la vida.

Solo sintió.
Y ardió.

Y él…

Él la sostuvo como si la noche entera pudiera resumirse en ese baile.
Y en ese cuerpo que, en ese instante, no quería escapar de él.

La canción terminó,
pero el temblor en sus cuerpos no.

Johnny tomó su mano sin pedir permiso,
y Catherine lo dejó hacer.

Ambos se dirigieron a una de las mesas del fondo, aún medio jadeando, aún medio en trance.

El mundo seguía girando,
pero ellos no lo sentían.

—¿Estás viva? —preguntó Johnny, con una sonrisita pícara.

—No estoy segura —murmuró Catherine, dejando caer su cuerpo en la silla—. Creo que me disolví en reguetón y hormonas.

Él rió bajito.

—Bueno, si te sirve de consuelo, me estoy rearmando como lego después de un apocalipsis.

Catherine soltó una carcajada nerviosa.

El ambiente seguía cargado, como si el aire entre ellos supiera algo que ellos aún no decían.

Pero poco a poco, ella fue volviendo en sí.
La cabeza ganándole al corazón.

—Oye… —empezó, bajando la mirada a sus propias manos—. Deberías buscarte a alguien más de tu edad.

Johnny parpadeó.

—¿Perdón?

—Sí, alguien como… no sé, esa chica de la barra. La del top verde. Se ve como de tu edad. Sin pasado, sin divorcio, sin bolsas en los ojos y con la capacidad de beber sin caerse dormida en el sillón.

Johnny frunció el ceño.

—¿Acabas de insultarte para convencerme de que no me gustas?

—¡No! Solo… estoy siendo lógica.

—Ajá. Súper lógica. Dime, ¿es parte de esa lógica decir que no eres bonita?

Catherine rodó los ojos.

—Por favor, Johnny. Tengo más años que tú. Tú deberías estar saliendo, viviendo, experimentando el mundo. No persiguiendo a una mujer mayor con problemas y un historial romántico que parece serie de Netflix con cuatro temporadas malas.

Johnny sonrió de lado.

Una sonrisa paciente.
Una sonrisa que decía “aún no has entendido nada, ¿verdad?”

—Catherine… tú eres la mujer más hermosa que he visto. Punto. No me importa si tienes cinco años más, diez, o sí a veces te duermes a las ocho como mi abuela.

—¡Oye!

—Me gustas tú. No tu edad. No tu pasado. Tú.

Y justo en ese instante.
como si el universo escuchara la conversación y dijera
“¿quieren drama? Aquí va…”,
alguien se acercó a la mesa.

—¿Catherine?

Ella se giró.

Y ahí estaba.
David.

Sonrisa blanca, mirada nostálgica, camisa abotonada hasta la mitad como si el 2008 todavía estuviera de moda.

—¡David! —exclamó Catherine, sorprendida. Se puso de pie, sonrojada—. ¡Dios mío, qué haces aquí!

—Me enteré de que estabas en Arizona. Pensé que sería bonito saludarte. Fuiste… bueno, mi amor imposible en secundaria.

Johnny lo miró como si acabara de anunciar que quería adoptar a Catherine como mascota.

—Vaya… —dijo David, sin apartar la mirada de ella—. En la escuela eras hermosa, pero ahora… te ves aún mejor.

Catherine se sonrojó más.

Y Johnny…
Johnny se incendió por dentro.

Salvatore empezó a morder aire.
“¡Este tipo no trae flores, trae intenciones! ¡Saca el hocico, Johnny! ¡Marcala con fuego si es necesario!”

Y sin pensarlo más, Johnny se levantó.

El aire entre ellos vibró como una cuerda tensa.

Antes de que Catherine pudiera protestar, sus manos —ásperas de trabajo pero cálidas— le tomaron el rostro.

El mundo se detuvo.

Y entonces…
¡Zas!

Un beso que no fue solo un beso.

Fue el sabor a menta chicle y ese algo eléctrico que solo tienen las bocas que se descubren por primera vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.