Había cosas que Catherine podía tolerar.
El calor sofocante de Arizona.
El café aguado de la sala de descanso.
Incluso a su compañero tarareando reguetón viejo a todo pulmón mientras cargaba sacos de cemento.
Pero lo que no podía tolerar…
era que la pusieran a manipular una grúa con el brazo hidráulico rebelde sin supervisión.
—“Solo hay que mover unas vigas, Catherine. No es ciencia espacial” —imitó ella a Elan con tono sarcástico mientras ajustaba los guantes—. Sí, claro. Y si se me cae encima, tampoco es homicidio laboral, ¿verdad, supervisor idiota?
El sol pegaba duro.
El aire olía a metal caliente y a polvo.
Y ella tenía que girar un maldito gancho de una tonelada sobre una tarima inestable.
Lo hizo con cuidado. Paso a paso.
Pero entonces…
Uno de los bloques que sostenía la viga se soltó.
La cadena vibró.
El gancho osciló como un péndulo furioso.
Y Catherine, por un instante, supo que el meme de “decisiones fueron tomadas” se iba a convertir en su epitafio.
El suelo tembló.
El sonido fue seco, brutal, como un trueno metálico.
—¡Cuidado! —gritó una voz.
Y todo pasó en segundos.
Un cuerpo la empujó hacia atrás, justo antes de que el gancho chocara contra el suelo con un estruendo metálico que hizo vibrar hasta las piedras.
Catherine cayó de espaldas. El corazón galopando.
Encima de ella… Johnny.
Su rostro a centímetros.
Su respiración agitada.
Su brazo protegiéndola aún como si el peligro no hubiera pasado.
Ella lo miró con los ojos desorbitados.
Y él…
Él la miraba como si estuviera contando cada pestañeo.
—¿Estás bien? —preguntó, la voz grave, temblando entre el susto y la rabia.
—¿Estás loco? —soltó Catherine, empujándolo con torpeza mientras se sentaba—. ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Pudiste haberte lastimado!
—¡Tú también! —replicó él con una mezcla de furia y angustia—. ¿Por qué nadie estaba contigo? ¿Quién demonios te dejó sola con eso?
—¡No es tu problema!
—¡Eres mi problema! —soltó sin pensar.
El silencio cayó como una losa entre ambos.
Catherine tragó saliva.
La mirada de Johnny la atravesaba.
No con posesión.
No con rabia.
Sino con algo mucho más tembloroso y feroz.
Algo que la hizo sentir que el aire… se le iba.
Como si su cuerpo reconociera algo que su cabeza aún se negaba a aceptar.
Porque en ese instante, bajo ese sol de mediodía, entre sudor, susto y el eco de un gancho asesino… la conexión volvió a brillar.
Esa maldita, inexplicable, intensa conexión.
La que ardía sin permiso.
La que la hacía temblar aunque no quisiera.
—Johnny… —murmuró, titubeante. Pero no supo qué más decir.
Él no respondió.
Solo bajó la mirada, apretó los dientes…
y se alejó.
Johnny caminaba hacia la parte trasera del terreno con los puños cerrados y la mandíbula apretada.
Estaba ardiendo.
Por dentro y por fuera.
La adrenalina aún no bajaba.
La escena se repetía en su mente como una película de terror en bucle.
Catherine.
El gancho.
El impacto.
Su cuerpo temblando debajo del suyo.
Sus ojos, tan abiertos como su miedo.
Tan cerca…
Tan jodidamente cerca.
Salvatore rugía en su cabeza con rabia pura:
—“¡¡Pudo haberse muerto!! ¡Nuestro mate casi se muere! ¡¿Dónde estaban los idiotas que deberían estar cuidándola?! ¡¡UNA VIGA, Johnny!! ¡¡UNA MALDITA VIGA ASESINA!!”
—Lo sé —murmuró Johnny, aún jadeando—. ¡Lo sé, carajo!
“¡No lo sabes! ¡La oliste! Olía a miedo real, a susto de verdad, a… ¡a pérdida, joder! Yo no estoy preparado para perderla. ¡No así!”
Johnny se detuvo. Cerró los ojos con fuerza.
Le zumbaban los oídos. Le ardía el pecho.
Golpeó la pared metálica con el puño.
—¡Yo tampoco, Salvatore! ¡Maldita sea, yo tampoco!
El golpe resonó, pero no alivió.
—No puedo más con esto —gruñó Johnny—. Me quiere cerca, me busca, me espía como si no pudiera evitarlo… y en cuanto me acerco, ¡me trata como si fuera una amenaza! ¡Como si yo fuera una jodida equivocación!
Salvatore no respondió enseguida.
Y cuando lo hizo, no fue con sabiduría, sino con rabia.
—“¡Porque está asustada! ¡Y confundida! Pero eso no le da derecho a rechazarnos cada vez que le mostramos lo que sentimos! ¡Esto duele, Johnny! ¡Esto duele como mil mordidas en el alma!”
Johnny apretó los dientes.
No lloraba.
Pero le ardían los ojos.
—No soy suficiente… No tengo experiencia. Ella… tuvo un ex, una vida, heridas. Y yo… yo solo la tengo a ella.
“¡Entonces a trabajar más duro! ¡Yo qué sé, vamos a terapia, leemos libros, aprendemos a freír cosas sin quemarlas! ¡Pero no la soltemos! ¡NO LA SUELTES, ALFA!”
—No la voy a soltar —susurró Johnny, y ahí, finalmente, la decisión tomó forma—. Pero hoy alguien casi me la quita.
Y se giró.
Elan estaba revisando unas cajas cuando Johnny llegó como una tormenta con piernas.
—¡¿Se puede saber en qué carajos estabas pensando, Elan?! —bramó Johnny, con el ceño fruncido y los ojos encendidos.
Elan se giró, sobresaltado, y bajó la libreta como escudo improvisado.
—¿Qué? ¿Qué pasó?
—¡Catherine! ¡Estaba sola manejando esa viga! ¡Una maldita viga que casi la parte en dos! ¿Y sabes quién la salvó? ¡Yo!
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Editado: 02.07.2025