Mi Luna es Mayor & Difícil

23. Confesiones al Límite

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f3762527677663977644e2d5771513d3d2d313534353834323233372e313834343137306134383230626662343837383835393136353833382e706e67

Catherine y Johnny.
Frente a frente.

No supo cuándo bajó de la camioneta.
Ni cómo.
Solo supo que, de pronto, estaba ahí.

Con él.

Las palabras de Johnny aún resonaban en su mente:
“Entonces... bienvenida a casa.”

—Me preocupaste —dijo Johnny, su voz cansada, su dolor visible hasta en las pestañas.

Y Catherine lo sintió también.

Ese dolor.

Esa tristeza rota en su mirada.

Y algo dentro de ella… se quebró de culpa.

—Johnny… tenemos que parar —murmuró, recostándose contra la camioneta como si el metal pudiera sostenerla mejor que sus propias piernas.

Él ladeó la cabeza, una sonrisa amarga asomándose en sus labios.

—¿Qué es esto, una ruptura antes del noviazgo?

El comentario era un escudo.

Un intento de humor.

Pero Catherine solo apretó los puños.

La punzada en el pecho la volvió a atacar.

—No estoy jugando —dijo, mirándolo por fin a los ojos. Firmemente.

Johnny dejó de sonreír.

Su labio inferior tembló un instante.

Y luego se endureció.

—Lo nuestro no está bien. Tienes que parar —añadió ella, bajando la mirada.

El silencio los rodeó.

Solo se escuchaba un perro ladrando a lo lejos, como si incluso él estuviera molesto con el destino.

—Me voy, Johnny. Lejos. Y no voy a volver.

Se giró.

Cada palabra era un cuchillo.

Uno que ella misma se clavaba.

—Eres un buen chico. Eres apuesto. Olvídate de mí… Busca a alguien que te merezca más que yo.

Sus pasos eran decididos.
Pero por dentro, estaba derrumbándose.
Quería subirse a la camioneta y desaparecer.

Pero Johnny…
Johnny ya no podía más.

Sus puños se cerraron.
Su cuerpo entero se tensó.

—¡Yo tampoco estoy jugando! —rugió, su voz gélida, dolida, rabiosa.

Catherine se detuvo en seco.
El temblor le subió por la columna.
No fue miedo.
Fue algo más.

—Me importa un carajo lo que piensen. Y ya me harté de que huyas —continuó él, acercándose con pasos cargados de furia contenida.

La tomó de la cintura y la giró hacia él.
Su agarre era firme… pero no violento.
Era desesperado.
Era de alguien que ya no podía seguir viendo cómo lo empujaban lejos.

La espalda de Catherine chocó contra la camioneta.
Sus pechos rozaron el pecho de Johnny.
El calor entre ambos era imposible de ignorar.

La voz de Johnny… ya no era solo suya.
Era más ronca.
Más profunda.
Salvatore estaba allí.
Asomando entre cada palabra.

—Mientras más me alejas… más me acerco.

Catherine temblaba.
Pero no era de miedo.

Cerró los ojos.
Intentó controlarse.
Controlar ese calor.
Ese deseo que no entendía.
Esa maldita niebla del vínculo que nublaba sus sentidos.

—Pero soy mayor que tú… —susurró.

Un intento débil.

Una última excusa.

—Y yo soy tuyo. —murmuró Johnny, apoyando la frente contra su cuello—. Ya basta de excusas, Catherine.

El aliento contra su piel la desarmó.
El contacto.
La voz.
El significado.
Todo.

No pudo más.
Se rompió.

Las lágrimas llegaron como traición.
Silenciosas.
Pequeñas.
Pero implacables.

Johnny se congeló.

Su corazón latía con fuerza.
Pero no de deseo.
De susto.

“¿Está llorando?” murmuró Salvatore con alarma. “¡¡Johnny!! ¿¡Qué hiciste!? ¡¡Está llorando!!”

“¡No me hagas esto, Salvatore! ¡Tú también estabas en esto! ¡Fuiste tú el que me empujó a actuar!”

“¡Yo solo dije ‘acércate’! ¡No dije ‘hazla llorar como si le hubieras atropellado al gato’!”

Johnny la soltó un poco.
La miró.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Y eso lo partió.

“¿Qué hago? ¿Qué hago ahora, Salvatore?”

“No sé, no sé… ¡hazle cosquillas! ¡Cántale! ¡¡Haz algo!! Pero hazla reír, por favor, Johnny. ¡Hazla reír!”

Johnny la miró con el alma en las manos.

Quiso decir algo.

Lo que fuera.

Una palabra. Un consuelo. Una promesa.

—Catherine, yo… —empezó, dando un paso más cerca—. No llores, por favor. Si supieras lo que eres para mí. Si tan solo supieras…

Pero ella alzó una mano temblorosa, como si su cuerpo ya no pudiera sostener tanto.

—No. No lo digas —murmuró.

Y entonces explotó.

—¡No lo entiendes, Johnny! ¡Tú no puedes entenderlo! —gritó de pronto, la voz quebrándose—. ¡Tú ves todo con esos ojos limpios y ese corazón que todavía cree que el amor lo puede todo! Pero la vida no es así. ¡No para mí!

Johnny se quedó inmóvil.

El pecho agitado.

Los ojos muy abiertos.

—Yo no soy lo que tú necesitas. ¡Ni de cerca! Yo ya pasé por todo. ¡Ya tuve un matrimonio! Ya me rompieron. ¡Y no me rompieron de cualquier forma, Johnny! Me rompieron despacito. Día tras día. Hasta que me creí menos. Hasta que pensé que no merecía más.

Sus lágrimas no se detenían.

—¿Y sabes qué es lo peor? Que tú… tú me haces sentir que tal vez sí merezco. Y eso… eso me asusta más que todo. Porque tú… tú eres joven. Inocente. Bueno. Y yo…

Catherine respiró hondo.

Una vez.
Dos.
Y luego lo soltó.

—Yo no te puedo dar hijos, Johnny.

La frase cayó entre ellos como una bomba muda.

—Con Greg… lo intentamos. Durante años. Tratamientos. Oraciones. Lágrimas. Y nada. Nada funcionó. El sueño más grande de su vida era ser papá… y yo no pude dárselo. Me convertí en su decepción diaria. Su fracaso con nombre y apellido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.