Mi Luna es Mayor & Difícil

26. La Marca

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El claro aún susurraba secretos de la noche.

Las estrellas comenzaban a apagarse, poco a poco, como si supieran que el sol estaba por llegar y les daba pena interrumpir.

Pero ahí seguían Catherine y Johnny, echados sobre una manta improvisada, abrazados al murmullo del amanecer, al calor de los cuerpos y al revoltijo emocional que traían desde la noche anterior.

Ella tenía la cabeza recostada sobre su pecho.

Él tenía una ramita en la boca como vaquero romántico de telenovela tropical.

—¿Sabes qué falta? —murmuró Johnny, con esa voz ronca que hacía que Catherine olvidara cómo conjugar verbos.

—¿Un café? —respondió ella, medio dormida, medio provocativa.

—No. Un grabado eterno.

—¿Un qué?

—¡Un clásico! Las iniciales. El corazón. El tallado irresponsable en un árbol que probablemente es más viejo que nosotros dos juntos.

Catherine se incorporó, mirando cómo Johnny se levantaba, cuchillo en mano (uno pequeño, sacado de su mochila de "niño explorador sexy", como ella lo había apodado mentalmente).

—¿Vas a vandalizar un árbol en plena reserva natural?

—Voy a dejar mi legado —respondió él, ya tallando con cuidado—. J + C. En un corazoncito. Para que los mapaches lo vean y digan “qué romántico este Alfa”.

Catherine se rió con una carcajada de verdad.

De esas que le aflojaban el alma.

De esas que Johnny quería coleccionar en frascos de cristal.

—Nunca me hicieron eso —confesó, tocando las letras cuando él terminó—. Ni en el colegio. Ni en la universidad. Ni en mi matrimonio. Nunca hubo un "nosotros" tallado en ningún lugar.

Johnny se acercó, le rozó la mejilla con la nariz, y susurró:

—Pues prepárate, porque pienso tallarte en todos los idiomas que existen… y en unos que me voy a inventar.

Ella abrió la boca para burlarse.
Pero en vez de una broma, salió un beso.

Sorpresivo.
Firme.

Con sabor a “no me aguanto más”.

Johnny se quedó quieto. Por un microsegundo.
Pero su cuerpo no.
Su alma tampoco.

Y mucho menos Salvatore, que en su cabeza empezó a girar como trompo adolescente desatado:

“¡¡¡AY DIOSSSSS!!! ¡¡NOS BESÓ PRIMERO!! ¡¡ALFAAAA, TENEMOS LUZ VERDE!! ¡¡QUE SE PRENDA ESTA FIESTAAAA!!”

Pero esta vez… fue diferente.

Su boca no solo se encontró con la de él.
Entró. Tomó. Probó.
Con lengua.
Con intención.
Con experiencia.

Johnny se congeló un segundo.

Y luego sintió cómo se incendiaba.

Por dentro.
Por fuera.
Por todos los rincones que no sabía que tenía.

Su espalda se arqueó.
Su alma se despegó.
Su mente se derritió como helado en verano.

“S-santo…”, susurró, apenas consciente.

Salvatore, al fondo, gritaba como en una montaña rusa emocional:

“BESTIA. ¡NOS ESTÁ COMIENDO LA BOCA! ¡¡¡CON LENGUA!!! ¡¡NO ESTAMOS PREPARADOS PARA ESTE NIVEL DE DIOSES ANTIGUOS!!”

Johnny perdió el control.

Se aferró a su cintura.
Su boca se volvió hambre.
Su aliento, fiebre.

Su boca bajó al cuello.

Y Salvatore…
…desató la tormenta.

Johnny sintió que el control se le escapaba.
Que su instinto tomaba el volante.

No era agresivo.
No era peligroso.

Era naturaleza.
Era deseo puro y fiero.

Era lobo.

Y antes de poder pensarlo, o evitarlo…
mordió.

Sus colmillos atravesaron la piel suave del cuello de Catherine, justo donde el pulso temblaba.

No fue una mordida salvaje.
Fue instintiva. Precisa.
Un impulso más antiguo que las palabras.

Una Promesa.
Un pacto antiguo.
Un vínculo que ni la luna podía romper.

—Mía —escapó de los labios de Johnny, gutural, crudo, como si su alma lo hubiera dicho sin pedir permiso.

Catherine se tensó.
Su cuerpo se arqueó ligeramente…
y se quedó inmóvil.

Los ojos entrecerrados.
La respiración contenida.
Como si el tiempo se hubiera detenido.

Johnny abrió los ojos, asustado.

—Catherine… ¿Catherine?

La sujetó por los hombros.
Su corazón latía con fuerza —pero esta vez, de miedo.

Salvatore murmuró, con voz profunda y temblorosa de emoción:

“Ya es nuestra. El vínculo comenzó. Ya es de nosotros, Alfa.”

—¿Qué…? —Johnny tragó saliva—. ¿Qué hice?

Catherine aún no reaccionaba.
Sus labios entreabiertos.
Su cuerpo tibio.
Y ese aroma a canela y vainilla… más intenso que nunca.

Hasta que…

—Agh… —jadeó de pronto, como si algo volviera a encenderla desde dentro.

Sus ojos parpadearon.
La mirada volvió al presente.
Y lo primero que vio fue la cara de pánico de Johnny.

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué me miras así?

Johnny no supo si reír o disculparse.

Y entonces Catherine se tocó el cuello…
y lo sintió.

El calor.
La humedad.
El leve ardor…

Y las dos marquitas.

—¡¿Me acabas de morder?! —exclamó, entre shock, risas nerviosas y medio temblando.

Johnny se encogió como si fuera un cachorro sorprendido en plena travesura.

—Yo… fue sin querer. O sea, no sin querer. Pero no así. Quiero decir… tú empezaste. ¡Con lengua!

Salvatore, con un tono eufórico y absolutamente descarado, rugió dentro de su cabeza:

“¡Perdón por nada! ¡De nada por todo! ¡Esto fue arte! ¡¡Esto fue marca registrada versión pasión y luna llena!!”




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