Ya habían pasado tres meses.
Tres lunas llenas sin ella.
Tres estaciones del alma donde el sol no calentaba igual.
Catherine no despertaba.
Los médicos de la manada decían lo mismo cada semana:
—Todo está bien. Su cuerpo está fuerte. Su corazón, firme. Solo… falta que despierte.
Pero esa frase ya no traía consuelo.
Solo dejaba un silencio.
Espeso.
Insoportable.
La habitación del hospital se había convertido en un santuario.
Flores frescas. Velas. Amuletos.
Mensajes escritos por Roxana.
Notas pegadas en la pared de parte de los miembros de la manada.
Frases como “Te estamos esperando”, “Nuestra luna aún brilla”, “No te vayas”.
Y en medio de todo…
Johnny.
El chico que antes brillaba como sol de desierto, ahora era solo sombra.
Un eco de sí mismo.
—Buenos días —susurró, sentándose al borde de la cama como cada mañana.
Pasaba sus dedos por los cabellos de Catherine con una delicadeza reverente.
Como si tuviera miedo de romperla.
Como si fuera cristal… o recuerdo.
Ya no lloraba.
Se le habían secado las lágrimas semanas atrás.
Ahora solo dolía.
Dormía en el sofá al lado de su cama.
Comía a medias.
Trabajaba solo lo necesario para volver a ella lo antes posible.
No había cumpleaños, salidas ni bromas con los chicos. No había moto. No había risas.
Solo… ella.
—Hoy soñé que te despertabas —murmuró él, rozando su mano con los labios—. Me llamabas “idiota” por haberte mordido. Y luego te reías. Y yo me sentía en casa.
Sus palabras se quebraron.
Pero su voz no tembló.
Había aprendido a hablarle con la calma de quien conversa con el universo… esperando que algún día responda.
Toda la manada estaba en luto.
Aunque no lo dijeran, se les notaba.
Kai ya no sonreía igual.
Elan sentía la ausencia de su trabajadora favorita.
Adrián dejó de hacer bromas pesadas en el trabajo.
Roxana hablaba menos y rezaba más.
Mabel pasaba las noches bordando cerca del hospital.
Y Rey…
Rey miraba a su hijo con una mezcla de dolor y culpa.
Como si le doliera no haber podido prevenir esto.
Como si supiera que en el fondo,
Catherine se había convertido en su luna, también.
Los ancianos de la manada comenzaron a rezar con más fuerza.
A dejar ofrendas en los círculos de piedra.
A suplicar a la luna un milagro.
Porque ella ya no era solo Catherine.
Ella era la elegida de su Alfa.
La que trajo luz a su salvaje.
Y aunque no era loba aún…
todos la sentían como su luna.
Johnny acarició su mejilla.
—Yo te siento aquí… pero es como si estuvieras lejos. Como si estuvieras atrapada en algún lugar. Y lo peor es que no sé cómo alcanzarte.
Se acercó.
Apoyó la frente contra la suya.
—¿Sabes lo que más me duele?
Silencio.
Solo el sonido constante del monitor.
—Que te dije que estaría contigo. Que no te soltaría. Y sin embargo… fuiste tú quien se fue. Y me dejaste aquí… solo. Con este “nosotros” a medias.
Apretó los labios.
Su alma, hecha trizas.
Y sus dedos, temblando, la tomaron de la mano una vez más.
—Pero voy a seguir aquí. Todos los días. Porque aún si no despiertas… yo no sé cómo irme.
Y en su pecho, algo palpitaba.
No su corazón.
Otra cosa.
El vínculo.
Fuerte.
Tenso.
Como una cuerda entre dos almas aún unidas por un hilo invisible.
Salvatore murmuró por dentro, ya casi sin energía:
“Ella sigue allí. Lo sé, Alfa. Solo… tenemos que esperar. Solo un poco más.”
***
Catherine despertó como quien regresa de un sueño demasiado largo.
No hubo luces brillantes.
Ni coros angelicales.
Ni revelaciones cósmicas.
Solo… pip. pip. pip.
El sonido monótono del monitor cardíaco.
Y un dolor leve detrás de los ojos.
Como si su cabeza estuviera saliendo de una resaca emocional, física y existencial.
Parpadeó.
Una vez.
Dos.
La habitación estaba en penumbra.
Silenciosa.
Vacía.
No había médicos.
Ni enfermeras.
Ni un Johnny con su sonrisa idiota y su aroma a caos hormonal y madera recién cortada.
Solo ella.
Una bata blanca.
Y el monitor repitiendo su vida en pitidos.
—¿Qué…? —murmuró, su voz rasposa como si no la usara en años.
Se incorporó con esfuerzo, los músculos pesados, torpes, como si el cuerpo le perteneciera… pero no.
Lo último que recordaba era…
El trabajo.
El frío.
El calor.
Los temblores.
Y luego…
Rey.
Sus brazos.
Nada más.
Catherine se frotó la cara.
Estaba confundida, cansada, y con una extraña sensación de estar fuera de lugar.
—¿Estoy…? —tragó saliva—. ¿Muerta? ¿En coma? ¿En una simulación tipo serie barata de ciencia ficción?
Y entonces.
Una voz.
Dentro de su cabeza.
Con un tono sarcástico, burlón… y ligeramente sensual.
“Hola humana. ¿Dispuesta a dejar de ser patética o seguimos con el show de víctima confundida?”
Catherine se congeló.
Literalmente.
El aire se le fue.
—¿Qué… qué carajos…?
“Relájate. No eres esquizofrénica. Bueno, tal vez un poco. Pero ahora tienes una explicación: soy tu loba. Y me llamo Venus, por cierto. Como la diosa. Sexy, sabia, peligrosa. Todo lo que tú aún no eres, pero estamos trabajando en eso.”
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Editado: 12.07.2025