Mi Luna es Mayor & Difícil

32. Celo Maldito

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—Esto es ridículo… —gruñó Catherine, sudando, temblando y aferrada al extremo opuesto del sofá-cama de su camioneta, como si fuera la única defensa entre ella y el apocalipsis hormonal.

—¿Ridículo? No. Esto es arte. —Johnny sonrió desde la pequeña cocina improvisada, con un paño húmedo en una mano y su camiseta olvidada en algún rincón de la casa rodante—. Arte erótico con presupuesto bajo, pero igual de efectivo.

—¡Johnny! —ella lo apuntó con un dedo tembloroso—. ¡No me hables así! ¡No con esa voz! ¡Y ponte una maldita camisa!

—No puedo, está muy caliente —respondió, pasándose el paño por el cuello, como si quisiera que ella perdiera la cabeza más rápido—. Literal y emocionalmente.

Desde la ventana, se oyó un sonido.

Un “clic”.

Elan, escondido entre los arbustos, acababa de tomar otra foto con su celular.

—¿Estás grabando otra vez? —gruñó Roxana desde la sombra de un rosal—. ¡Déjalos vivir su tragedia hormonal en paz!

—¿Tragedia? ¡Esto es mejor que cualquier novela turca! —dijo Adrián, emocionado—. ¡Tenemos sufrimiento, tensión sexual y enfermería casera! Solo falta un embarazo inesperado y ya tenemos premio internacional.

—¡Silencio! —murmuró Rey desde su puesto de vigilancia detrás del árbol más grueso del jardín—. ¡Está por suceder algo! Lo siento en el aire… y en mi presión arterial.

—Yo traje pastelitos —dijo Mabel, repartiéndolos como si fuera picnic de observación hormonal.

—Yo traje binoculares —añadió Brian, sin una pizca de vergüenza.

—Ustedes están mal —dijo Kai, que tenía una libreta donde apuntaba observaciones científicas como si esto fuera un documental de National Geographic.

—Calla, que esto también es biología —susurró Adrián.

Dentro de la camioneta, Johnny se acercó lentamente.

—Catherine… estás sudando. Te haré un té de manzanilla con feromonas naturales. Te juro que lo leí en la guía de “Cómo cuidar a tu loba marcada durante el celo sin que te muerda”.

—No necesito té, necesito distancia —susurró ella, jadeando—. ¡Estoy a punto de lamerte la clavícula sin permiso y no me parece correcto!

—Dame un segundo y te firmo el permiso —bromeó él, sin medir consecuencias.

Ella lanzó una almohada.

Él la atrapó con una mano.

Y la olió.

—Huele a ti… —dijo, y su voz cambió. Se volvió más ronca. Más baja. Más peligrosa.

Catherine se cubrió la cara.

—¡Maldito sea este celo! ¡Maldita sea tu cara bonita! ¡Y tus abdominales!

Venus, desde el fondo de su alma, ronroneó con tono felino:

“Ay, pero míralo… parece una galleta de canela caliente con intención sexual. Yo digo que lo muerdas de nuevo. Por si acaso.”

Salvatore estaba igual o peor:

“¡Tócalo, róbalo, cómelo! ¡Este calor no es solo lunar, es infernal! ¡No me hagas salir y tomar el control porque te dejo embarazada de emociones!”

—¡Cállense, los dos! —gritó Catherine, tapándose la cabeza con una manta—. ¡Estoy tratando de no tirarme encima de él y ustedes solo ayudan al apocalipsis!

Johnny, que también estaba a un centímetro de autodestrucción, soltó un suspiro tembloroso.

—¿Sabes lo peor? Que ni siquiera hemos tenido sexo. ¡Ni una vez! ¡Y ya siento que tengo fiebre en las costillas! ¡¿Qué clase de castigo hormonal es este?!

—¡Mi mamá tenía razón! —gimió Catherine—. ¡El deseo mata más que el azúcar!

En ese momento, se oyó una voz desde afuera.

—¡PAREJA EN CELO, INFORMEN SU ESTADO ACTUAL! —gritó Adrián desde un megáfono.

Johnny abrió la puerta de la casa rodante de golpe.

—¡Estamos a dos centímetros de la locura, a uno del pecado y a tres segundos de arrancarnos la ropa! ¿Eso responde tu pregunta?

—¡Sí! —gritó Adrián, feliz—. ¡Anotado para el archivo histórico de la manada!

Rey se frotó la sien.

—Ya basta. Esto es una locura.

—Bienvenido a tu legado, cariño —dijo Mabel, mordiéndose un pastelito—. Hormonas. Besos no dados. Y un hijo que se muere por meter mano pero tiene que controlarse para no traumatizar a su mate.

Kai suspiró.

—Esto es tan romántico…

—Esto es un infierno —susurró Johnny, recostándose sobre la puerta, jadeando como si hubiera corrido diez kilómetros.

Catherine lo miró.
Roja.
Agotada.
Temblorosa.
Y aún con una sonrisa entre los labios.

—¿Cuánto tiempo dura esto?

—Según las leyendas… —dijo Johnny con voz trágica—, de tres días a dos semanas.

—¿Y si no consumamos?

—El cuerpo se regula solo.

—¿Cómo?

—Desmayos. Pesadillas. Alucinaciones. Llantos sin razón. Y, eventualmente… uno se acostumbra.

Catherine resopló.

—O nos volvemos locos.

Johnny se acercó un poco más, esta vez con los ojos llenos de ternura.

—O… sobrevivimos juntos.

Catherine sonrió… aunque sus piernas temblaban.

Y Venus y Salvatore, en unísono hormonal, cantaron:

“¡SUDOR, CARIÑO Y LUNA LLENA!”

Johnny se acercó. Le acarició la mejilla.

—Sobrevivimos juntos, ¿sí?

—Sí —dijo ella.

—Aunque muera en el intento.

—Aunque —sonrió ella—. Pero si mueres… no me dejes con el deseo en alto, ¿ok?

Johnny rió.

La tensión bajó un poco.
Solo un poco.
Porque el deseo, el calor, y la maldita conexión…

…apenas comenzaban.

***

La oficina de Rey.
Era un espacio serio.
Sobrio.

Con paredes de madera, una alfombra color vino y un sofá marrón que, en teoría, servía para reuniones de alto nivel.




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