TOC, TOC, TOC, TOC, TOC, TOC.
Catherine gruñó.
Literalmente.
—¿Quién diablos…? —murmuró, en voz de ultratumba.
TOC, TOC, TOC.
—¡ABRE LA PUERTA, HUMANAAAA! —gritó una voz que conocía demasiado bien.
—¡ROXANA! —protestó Catherine, en pijama y con el cabello como si hubiese peleado con una secadora—. ¡Son las seis de la mañana!
—¡NO IMPORTA, ABRE!
Catherine, a punto de invocar todos los insultos en español que conocía, arrastró los pies hasta la puerta de su camioneta, y la abrió.
Allí estaban Roxana y Tonya.
La primera, con una sonrisa de maníaca enamorada de los finales felices.
La segunda, con su blazer perfectamente planchado y cara de CEO de una boda real.
—Buenos días, novia —canturreó Roxana.
—¿Novia qué? —preguntó Catherine, con un solo ojo abierto.
—¡Arriba! ¡Muévete! ¡Tienes que estar lista en dos horas!
—¿Lista para qué…?
—¡No hables! ¡Solo coopera!
Y antes de que pudiera protestar, las dos la agarraron del brazo, de la cintura, del alma y del karma, y la arrastraron fuera de su camioneta con la eficiencia de una operación militar.
—¡¿Pero qué pasa?! ¡¿Por qué me llevan como si me fueran a hacer un exorcismo?! —chilló Catherine, medio dormida, mientras avanzaba en pantuflas.
—¡Más bien como si fueras a cumplir tu destino, mi amor! —dijo Roxana, casi llorando de emoción.
—¡¿QUÉ DESTINO?!
Pero nadie le contestó.
La empujaron —con suavidad, pero con amenaza— hasta la habitación de Roxana, que parecía una mezcla entre boutique de novias, centro de belleza y explosión de velas aromáticas.
Allí, sobre la cama, había una túnica blanca.
Y un conjunto de lencería que parecía sacado del catálogo “Ángeles que pecan sin culpa”.
Catherine parpadeó.
Una vez.
Dos veces.
—¿Esto es… mío?
—Te dimos diez minutos para que te bañes —dijo Tonya, revisando su reloj como si fuera una jefa de producción de desfile de moda—. Y usa el shampoo de coco, no el de durazno. El de durazno huele a miércoles emocional.
Catherine, aún procesando si estaba despierta o atrapada en un sueño patrocinado por Netflix, asintió.
Y, como un robot educado, entró al baño, se quitó la ropa… y se metió a la ducha con la lencería puesta y la túnica colgando de la puerta.
Solo cuando salió, se miró al espejo…
Y entonces, como un rayo de conciencia, entendió.
Estaba en ropa interior blanca, delicada, de encaje y tirantes que claramente no estaban diseñados para usarse con vergüenza.
Tenía el cabello húmedo, y la túnica blanca semi-transparente la hacía parecer una aparición celestial lista para cometer pecado.
Se miró en el espejo.
Y gritó:
—¡¿QUÉ DIABLOS ESTÁ PASANDO AQUÍ?!
Roxana, desde fuera, respondió como si le hablara a un gato en celo:
—Nada grave, solo… TE CASAS HOY, MI AMOR. 💍
Catherine se quedó paralizada.
El cepillo de cabello resbaló de su mano.
—¿Me… qué?
Tonya entró con una plancha de cabello, una sonrisa peligrosa, y dijo:
—Hoy haces historia, reina. Así que siéntate, cierra la boca… y déjanos transformarte en la loba más peligrosamente hermosa que esta manada ha visto.
Catherine intentó protestar.
Pero Roxana la empujó suavemente hasta el tocador, le puso una tiara falsa de ensayo y comenzó a maquillarla mientras Tonya ya se encargaba del peinado.
Y así, Catherine se quedó allí…
En shock.
Con pestañas postizas, encaje blanco, y una sensación de que el día iba a ser todo menos normal.
***
Johnny despertó como si el mundo fuera paz.
La sábana le cubría hasta la cintura, el sol se colaba por la ventana con suavidad, y en su mente solo había un pensamiento feliz:
Catherine.
Se giró en la cama de la habitación de invitados —una de las cinco que había reclamado como propias en la mansión desde que Catherine estaba en recuperación— y suspiró, sonriendo.
—Huele a vainilla y a destrucción emocional contenida —murmuró, con cara de alfa enamorado y medio dormido.
Salvatore se desperezó dentro de él.
“Buenos días, mundo cruel. ¿Catherine ya se despertó con ganas de comernos vivos o seguimos sobreviviendo con abrazos y toques de manos aprobados por la ley?”
—Aún no sé… —dijo Johnny, poniéndose una camiseta sin muchas ganas—. Pero hoy vamos a portarnos bien. Cero incidentes hormonales. Nos vamos a controlar, ¿ok?
Salvatore bufó.
“Hablas como si no estuviéramos marcados, amarrados emocionalmente, y viviendo el preludio de una telenovela titulada Celo Maldito: Muerde Primero, Piensa Después.”
Johnny lo ignoró.
Se levantó. Se miró en el espejo del armario.
El cuello marcado por Catherine seguía allí.
Un pequeño mordisco. Apenas una cicatriz. Pero ardía de orgullo.
—Qué hermosa se veía cuando me atacó —susurró con voz de enamorado histérico.
“Nos atacó por amor y deseo. ¡Como debe ser! Si no hay mordida, no hay pasión”, suspiró Salvatore, con voz poética y pervertida.
Johnny sonrió, bobo.
Se puso los jeans. Se puso las botas. Se puso la actitud de “hoy seré un buen novio enfermero que no se deja llevar por la hormona”.
Y justo cuando abrió la puerta de la habitación… se encontró con Kai y Elan frente a él.
Ambos con cara de niños que esconden fuegos artificiales en una escuela.
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Editado: 12.07.2025