Mi Luna es Mayor & Difícil

36. De PG-13 a Rrrr

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La fiesta seguía con sus últimos ecos.

Cuerpos cansados, copas vacías y corazones llenos.

El cielo aún olía a pólvora dulce y a emociones desbordadas.

Catherine, aún con su vestido de novia —ese que no sabía que necesitaba hasta que lo tuvo puesto— se abrazaba al brazo de Johnny mientras las últimas canciones sonaban de fondo y las luces se apagaban poco a poco.

—No puedo creerlo… —murmuró, rozando con los dedos la falda de encaje—. Este vestido. Esta noche. Todo. Es como si mi niña interior hubiera escrito el guión.

Roxana apareció por detrás, con su copa en alto, una sonrisa felina y pestañas postizas de combate.

—Obvio, querida —dijo, con tono de reina que sabe lo que vale—. Me lo soñé. Lo visualicé. Lo ejecuté. Y lo bordé con drama y buen gusto. Soy una mezcla entre hada madrina y planificadora de bodas con hambre emocional.

Catherine soltó una carcajada. Johnny también.

—Gracias —dijo Catherine, tocándole la mano—. De verdad. A todos. No solo por esto… sino por todo lo que han hecho por nosotros.

—Sí —añadió Johnny, con voz ronca y emocionada—. Sabemos que no fue fácil. Que esto fue a las carreras. Pero… fue perfecto. Fue más de lo que imaginamos.

Kai abrazó una caja de pastel con lágrimas en los ojos.

—Es que el amor real… el verdadero amor… existe. ¡Y tiene abdominales!

—Bueno, uno de ellos tiene —dijo Adrián, dándole un codazo a Johnny—. La otra tiene… otras curvas. Dignas de poesía.

—¡ADRIÁN! —gritaron varios, pero ya era tarde.

Miriam, ebria pero elegante, se asomó con una copa y una sonrisa torcida.

—¿Ya se van a desvestir o van a seguir dándonos escenas dignas de novela romántica PG-13?

Rey apareció entonces con un sobre en la mano.

Y una expresión demasiado seria… hasta que habló.

—Esta —dijo, levantando el sobre— es la llave de su nueva cabaña donde pasarán su luna de miel. Está lejos. Entre montañas. Sin vecinos. Sin interrupciones. Sin testigos.

Johnny alzó una ceja.

—¿Eso es una bendición o una amenaza?

—Es un ruego —intervino Mabel, palmeándole el hombro—. Querido, te queremos. Te amamos. Pero si tú y tu esposa siguen cruzándose miradas como si estuvieran filmando una versión prohibida de “La Bella y la Bestia”, alguien va a sufrir un colapso hormonal. Y no seré yo.

—En resumen —dijo Rey, metiendo la llave en el bolsillo de Johnny—, se van. Ahora. No los queremos ver en semanas. Y si los vemos… no queremos olerlos. Ni adivinar qué hicieron. Ni escuchar ruidos sospechosos en la luna llena.

Risas generalizadas.

Catherine se cubrió el rostro.

Johnny la tomó de la mano.

—Entonces… ¿nos vamos?

Ella lo miró.

Y su corazón dio ese vuelco suave, profundo… real.

—Sí —dijo, con una sonrisa temblorosa—. Vamos a casa.

Pero no era su casa rodante.
No era una casa alquilada.

Era la suya, la suya con él.
La cabaña les esperaba.
Y con ella, todo lo que venía después.

Todo lo nuevo.
Todo lo sagrado.
Todo lo mágico.

La cabaña estaba escondida entre árboles altos, rodeada por el susurro del bosque y la paz de quienes solo han oído a la luna.

Johnny apagó la moto.

Silencio.

Catherine bajó con cuidado, aún envuelta en la túnica blanca que Roxana le había insistido en ponerse “por si había fotos místicas”.

El vestido estaba guardado.
Pero aún lo sentía encima.
En la piel. En el pecho.

Johnny abrió la puerta de la cabaña como si fuera la entrada al castillo de una princesa… o la guarida de una loba muy peligrosa.

Adentro, todo olía a madera, a lavanda, a hogar.

Y la cama era grande.

Muy grande.

—Es… acogedora —dijo Catherine, sin moverse del marco de la puerta.

—Ajá —respondió Johnny, sin moverse del centro de la cabaña.

Se miraron.
Y el silencio se volvió denso.
No incómodo.

Solo… lleno.

Cargado de electricidad.
Y de lo que venía después.

Johnny tragó saliva.

—¿Tienes frío?

—No.

—¿Hambre?

—No.

—¿Ganas de correr al bosque y vivir con ardillas?

—Johnny.

—Sí.

—Estoy nerviosa.

Johnny asintió.

—Yo también.

Ella lo miró.
Lo miró bien.
Ahí estaba su lobo.
Su esposo.

El chico que la hacía reír como loca y la miraba como si ella fuera la única cosa hermosa en el universo.

Pero también estaba ese otro lado de él.

El que la deseaba.
El que la marcó.
El que, esa noche… la iba a tocar con manos temblorosas y corazón desbordado.

—Esto es nuevo para ti —murmuró Catherine—. Pero para mí también lo es… De otra forma.

Johnny se acercó, despacio.

La rodeó con los brazos.

Pegó su frente a la de ella.

—No sé si lo voy a hacer bien —susurró.

—Lo haremos juntos —respondió ella—. Esto… no es una prueba. No es una competencia. Es nuestro momento.

Salvatore, desde el fondo, murmuró:

“¡Nuestra luna! ¡Nuestro lecho! ¡Nuestra noche de colmillos y ternura! ¡Arrullo y ardor! ¡Poesía con piel!”

Venus soltó un suspiro ronco:

“Por fin… el lobo virgen y la loba enamorada. Que comience la magia, cariño.”

Johnny rió bajito.

—Ven —dijo—. Te enseño algo.

Catherine arqueó una ceja.

—¿Esto es una indirecta?

—No —rió él—. Bueno… todavía no.




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