Habían pasado semanas desde la boda.
Semanas llenas de sudor, jadeos, mordidas accidentales y quejas hormonales convertidas en risas.
Semanas en la cabaña, en las que el mundo parecía no existir, donde el tiempo se medía en suspiros y cucharas compartidas de helado.
Donde el amor no era promesa… sino práctica diaria.
Pero ahora…
La vida había retomado su curso.
Más o menos.
Catherine despertó con la luz entrando por las ventanas de su camioneta.
Su camioneta. Su casa.
Aún parqueada en el terreno de la mansión de la manada, como una extensión de su piel libre.
Y al abrir los ojos…
Johnny.
Tirado a su lado, medio fuera de la cama, enredado en las sábanas con una pierna colgando y una baba amenazando con caerle del labio.
Catherine lo observó, divertida.
—Eres una belleza indomable —susurró, y le pasó un dedo por el cabello despeinado.
Él resopló y murmuró algo inentendible.
Salvatore, desde lo profundo de su vínculo, gruñó somnoliento:
“Cinco minutos más. O una vida entera. Lo que venga primero.”
Ella rió bajito.
Se sentía… bien.
Diferente.
Como si todo dentro de ella se hubiese reacomodado.
Como si ya no fuera solo Catherine.
Sino Catherine + fuego + luna + papel y tinta.
Porque esa mañana, por primera vez en mucho tiempo, se sentó frente a su laptop.
Y la abrió.
Allí estaba el documento.
Eternidad: Nyela Daga.
Su primer libro.
El que comenzó cuando tenía dieciséis, entre clases de álgebra y apuntes llenos de corazones mal dibujados.
Un archivo olvidado lleno de errores de trama, faltas de ortografía, personajes que hablaban como telenovela de bajo presupuesto…
Pero también estaba ella.
La Catherine de antes.
La que aún soñaba.
La que creía en mundos imposibles, en heroínas rotas y en finales que se ganaban a pulso.
Y al releerlo, rió.
Lloró un poco también.
Pero no por tristeza.
Sino porque se reconoció.
Y entonces, sus dedos comenzaron a moverse.
No muchas palabras.
Pero las suficientes.
Las necesarias.
Las que nacen no desde la perfección, sino desde el deseo de cerrar lo que una vez se dejó abierto.
De ponerle punto final, no por rendirse, sino por sanar.
Porque ahora ya no era la misma adolescente con miedo a no ser suficiente.
Ahora tenía cicatrices nuevas.
Algunas en el alma.
Otras en el cuello.
Y una muy especial…
en forma de marca de lobo.
Detrás de ella, Johnny se desperezó como un felino satisfecho, estirando brazos tatuados sobre la sábana revuelta.
—¿Qué lees tan temprano, Gatita? —preguntó con voz ronca por el sueño, arrastrándose hacia ella con curiosidad lobuna.
—Mi propia vergüenza adolescente —respondió Catherine, haciendo scroll rápidamente para evitar que viera los pasajes más explícitos.
Demasiado tarde.
Johnny atrapó la pantalla con sus reflejos sobrenaturales y leyó en voz alta, exagerando el tono melodramático:
"—Somos almas gemelas —declaró saboreando cada palabra que salía de sus labios. Su rostro se acercó al mío, y sus labios capturaron los míos en un beso que mi cuerpo ansiaba por completo".
Una pausa.
—¿Saboreando cada palabra? ¿Acaso tu villano tenía hambre o era un vampiro poeta? —preguntó, mordiendo el aire con gesto teatral.
Catherine le lanzó un cojín.
—¡Era metafórico!
—Ah, claro —asintió él, avanzando otro párrafo—. "Sus colmillos se hundieron en mi pecho... en lugar de dolor, experimenté un placer puro". ¡Carajo! —silbó, las cejas disparadas hacia la línea del cabello—. ¿Seguro que esto lo escribiste antes de conocerme? Porque suena a... investigación de campo.
Ella se ruborizó hasta las orejas.
—¡Era ficción gótica! ¡No sabía nada de... eso!
Johnny se inclinó sobre su hombro, pecho desnudo rozándole la espalda, y murmuró en su oído:
—Lo admito, me gusta más esta versión. La que escribe con cicatrices reales —su mano acarició la marca de lobo en su cuello—. Y sin colmillos de por medio.
Salvatore, desde el otro extremo de la camioneta, gruñó:
“Pero lo del ‘placer puro’ no suena tan mal. A ver, pasa el capítulo completo, escritora sexy.”
Catherine cerró el documento de un golpe.
—Nunca más les doy acceso a mis borradores.
Johnny se rió, levantándose para buscar su camiseta perdida entre las sábanas.
—¿Y a dónde va el Alfa tan temprano? —preguntó ella, girándose apenas, con una ceja arqueada.
—A comprar un candado para tu laptop —respondió él, lanzándole una mirada de advertencia farsante—. Antes de que Salvatore herede derechos de autor de tus escenas de empalme.
Desde el fondo de su mente, la voz del lobo gruñó con emoción fingida:
“¡Yo no pedí nada! Pero si ya está en la nube... digo, en la nube mental... ¡necesito contexto, mujer!”
“¡No lo necesita!” intervino Venus con tono digno, pero se le escapó un susurro travieso.” Aunque el capítulo cuatro tiene una energía interesante. Bastante… educativa.”
“¿¡Tú ya lo leíste!?” chilló Salvatore, indignado y excitado a la vez.
“Claro. Soy su loba. Tengo acceso completo. Y por cierto… tu técnica de cuello necesita trabajo.”
“¿Qué? ¡Dame el capítulo! ¡¡DAME EL CAPÍTULO!!”
Catherine se llevó la mano a la frente, conteniendo la risa mientras los lobos internos discutían en estéreo.
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Editado: 12.07.2025