Mi Luna es Mayor & Difícil

39. Mi Mayor y Difícil

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La mañana había comenzado tranquila.

Demasiado tranquila.
Y como toda paz sospechosa en Tres Cruces… no duró mucho.

—¡Se acercan tres! —gritó Niel desde la torre de vigilancia, bajando de un salto con el ceño fruncido—. Lobos. No de la manada. No los reconozco.

En segundos, el aire cambió.

Johnny ya estaba transformado a mitad de camino, con Adrián a su lado crujiendo los nudillos como si esperara una excusa para usar su fuerza legalizada de Beta.

Kai se transformó antes de preguntar si podían hablarlo con palabras.

Y Elan… bueno, Elan se quedó un segundo mirando una nube antes de unirse al caos.

Los recién llegados eran tres lobos jóvenes.

Desaliñados, sucios y con una vibra de “hemos pasado por demasiadas cosas y no nos importa tu autoridad”.

Johnny se les cruzó de frente.

—¿Qué quieren?

—Refugio —dijo el más alto, con los ojos dorados fijos en Johnny—. Escuchamos de la manada. De ti. De la Luna.

Eso bastó para que varios miembros de la manada se acercaran.

Cargados.

Listos.

Mabel murmuró algo sobre traer cloro y escobas.

Adrián ya tenía una lista mental de insultos y amenazas.

El ambiente se volvió tenso.
La tierra parecía crujir bajo los pies.

Y justo cuando Johnny dio un paso más, Catherine apareció.

Vestida con jeans, una blusa blanca arremangada y esa mirada que solo alguien con años de dolor y evolución podía tener.

—¡Basta! —dijo, con voz firme. Clara. Serena.

Y fue como si el viento mismo obedeciera.

Johnny se quedó quieto.
Adrián parpadeó.
Incluso los tres forasteros dieron un paso atrás.

Catherine se acercó, sin miedo.

Los miró, uno por uno, como si pudiera leer sus heridas solo con observar sus ojos.

—Aquí no toleramos violencia innecesaria —dijo—. Y tampoco cerramos la puerta a quien viene con el alma rota. Pero si pisan esta tierra… respetan. O se van.

El silencio fue absoluto.

Los tres lobos asintieron, sin una palabra.

Y entonces, uno de ellos —el de cabello más largo y sonrisa más confiada— se atrevió a decir:

—Debes de ser la Luna… ¿Tienes pareja?

Johnny gruñó.
Literalmente.

El sonido reverberó por el pecho como si un trueno se hubiera quedado atascado entre las costillas.

Catherine, sin perder la compostura, sonrió con calma felina.

—Tranquilo, Alfa —le dijo a Johnny, y luego giró hacia el lobo coqueto—. Ya tengo suficiente pelo en casa. No necesito más con quien compartir la ducha.

Un estallido de risas sacudió la tensión.

Adrián casi se dobla de la risa.
Kai hizo una reverencia dramática.
Elan aplaudió como si estuviera en una obra de teatro.

Y Johnny… Johnny solo la miró como si acabara de ver el sol salir por primera vez.

—Luna… —murmuró él, con el pecho henchido de orgullo y deseo.

Catherine se giró hacia él, con una sonrisa cargada de travesura y poder:

—¿Ves? Te dije que ser mayor tenía sus ventajas.

Los tres lobos permanecieron en silencio un momento, y entonces el más alto —el que había hablado primero— dio un paso al frente.

—Mi nombre es Seth —dijo con voz firme, el acento apenas perceptible de alguien que ha viajado demasiado sin un lugar fijo—. Y estos son mis hermanos de manada… bueno, exmanada: Hugo —señaló al de cabello negro y actitud calmada— y Víctor —el más joven, con rizos oscuros, mirada curiosa y un aire un poco más impaciente—. No venimos a causar problemas. Solo a buscar un lugar donde… existir.

Catherine asintió.

Johnny también, aunque su expresión era más de “tengo un ojo en ti y otro en la escopeta”.

—Bienvenidos —dijo ella con una media sonrisa—. Pero recuerden: aquí, el respeto no es una opción. Es el aire que respiramos.

Seth asintió con la cabeza. Hugo murmuró un “entendido”.

Y Víctor… apenas estaba por decir algo cuando ocurrió.

Una ráfaga de viento barrió la plaza.

Y con ella… llegó ella.

Roxana.

Tacones.
Lentes de sol enormes.
Labios pintados de rojo y un vestido ajustado color mostaza que parecía haber sido hecho con la intención específica de romper corazones… o provocar accidentes.

—¿Quién gritó, quién peleó y quién está sudando testosterona? —dijo, alzando las cejas, quitándose las gafas lentamente como si estuviera en una telenovela—. Porque si no es por algo sexy, no me saquen de mi siesta, ¿ok?

Pero entonces ocurrió.
Víctor levantó la vista.
Roxana giró justo hacia él.

Y el mundo… se detuvo.

Los colores se intensificaron.
El aire cambió de densidad.
Los latidos se sincronizaron.

Y Catherine, que lo había sentido antes, lo supo de inmediato.

—Oh, Luna… —susurró, sonriendo sin poder evitarlo.

Johnny, también sintiéndolo a través del lazo entre mates, murmuró:

—Vaya.

Víctor se quedó quieto.
Sus ojos fijos en Roxana.
Como si verla hubiera sido abrir un libro que llevaba toda la vida buscando.

Y Roxana…

Roxana parpadeó una vez.
Luego otra.

Y finalmente, bajó los lentes completamente, lo miró de arriba abajo y soltó:

—Ay, mi madre. Que me dio corriente en la espina dorsal.

Víctor tragó saliva.

—¿Eres tú…? —dijo, apenas en voz baja.

—¿Tú quién? —preguntó Roxana, ladeando la cabeza—. ¿Tú alma? ¿Tú perdición? ¿Tú final feliz?




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