Mi Luna es Mayor & Difícil

Epílogo: Lo Que Sigue

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Años después…

El sol caía lento sobre Tres Cruces, bañando la plaza en un dorado que parecía eterno.

La brisa llevaba olor a pan dulce, tierra caliente y jazmines… pero también traía risas.

Risas sinceras. Risas de familia.

—¡¿PUEDEN NO ESTAR LAMIÉNDOSE LOS OJOS UN SEGUNDO?! —gritó una voz infantil y feroz desde la mesa de picnic.

Gahla, de apenas diez años, cruzó los brazos con el dramatismo digno de su madre y la terquedad heredada de su padre.

El cabello castaño ondulado le caía sobre los hombros, y sus ojos —mismos que Johnny y Catherine habían aprendido a temer— se entornaban con desdén puro.

Catherine y Johnny, sentados uno sobre el otro (literalmente), no hicieron mucho por separarse.

Catherine seguía en el regazo de Johnny, quien le acariciaba la pierna con una paz descarada.

—Amor —murmuró Johnny en el oído de Catherine—, creo que nuestra hija va a tener que vivir con el trauma eterno de saber que sus padres se siguen deseando como adolescentes.

—Eso le pasa por nacer de este par de hormonales —bromeó Catherine, dándole un beso en la mejilla—. Igual, la vamos a seguir besuqueando hasta que nos salgan canas mágicas.

Salvatore, desde su rincón interior, suspiró con orgullo:

“Nos salieron hace tiempo, pero solo en zonas estratégicas.”

Venus respondió.

“Hormonales, sí. Pero bien amados.”

—¡Gag! —exclamó Gahla, cubriéndose los ojos con un chillido—. ¡Estoy a una escena más de adoptar legalmente nuevos padres!

—¿Podemos adoptarla nosotros? —preguntó Levi, con voz soñadora desde la hierba.

Estaba tumbado de espaldas, los brazos detrás de la cabeza, mirando el cielo como si esperara que le cayera su alma gemela directo del firmamento.

Tenía trece años, ojos de miel, y el alma de un poeta.

—¿A quién, hijo? —preguntó Johnny, divertido.

—A mi mate —suspiró Levi—. ¿Y si está allá arriba? ¿Y si ahora mismo está soñando conmigo como yo con ella?

Gahla lo miró como si acabara de decir que se enamoró de una piedra.

—Ay, por la luna, otra vez no… —bufó—. ¿Puedes dejar de ser tan romántico por dos minutos? ¡Tengo que crecer escuchando a mamá y papá comerse a besos y a ti hablando de almas gemelas como si fueran unicornios con WiFi!

Johnny soltó una carcajada.

—Es oficial, mis hijos me superan en drama y romance.

—Te superan en casi todo —murmuró Catherine, divertida—. Pero siguen teniendo tu alma… y mi paciencia limitada.

Venus bromeó:

“Y tus curvas, reina. Especialmente Gahla. Esa niña va a romper corazones y sistemas nerviosos.”

Salvatore añadió:

“Y Levi va a necesitar una manada de terapeutas cuando encuentre a su mate. O una guitarra. O ambas.”

Levi cerró los ojos.

—¿Y si nunca la encuentro?

Catherine se levantó, caminó hasta su hijo y se arrodilló junto a él en la hierba.

—Entonces, hijo mío… vivirás escribiéndole canciones que te harán famoso.

Levi abrió los ojos, sonrió.

—¿Y si sí la encuentro?

Johnny se acercó también, con Gahla ya sobre sus hombros en plan “monito protestante”.

—Entonces, Levi… prepárate para una historia que te va a cambiar la vida —dijo Johnny—. Porque cuando la encuentres, todo lo que fuiste antes va a parecer un prólogo.

Catherine asintió, con la mirada brillante.

Y sus hijos los miraron.

Uno en asco.

El otro en ensueño.

Gahla ya estaba rodando los ojos por quinta vez en dos minutos cuando una voz familiar —llena de escándalo, brillo y perfume caro— rompió la paz del momento:

—¡¡QUE ALGUIEN ME TRAIGA UNA SILLA, UN HELADO Y UNA SOMBRA O ME INFARTO AQUÍ MISMA!!

Roxana apareció en escena como una diosa caribeña embarazada de siete meses, vestida de blanco, con gafas de sol gigantes y un abanico eléctrico de mano que parecía tener más poder que el aire acondicionado del hospital.

A su lado, Victor caminaba como si protegiera un tesoro nacional.

Y lo hacía.

El tesoro tenía hormonas, antojos cada cinco minutos y una habilidad increíble para usar tacones aunque tuviera la barriga de una luna llena.

—Hola, preciosuras —saludó Roxana, dándole un beso en la mejilla a Catherine—. ¡Tu hijo está poético, tu hija está traumada y tú estás brillando más que nunca! ¡Eso es genética de loba, mi amor!

—Y tú estás… —Catherine la miró de arriba abajo— bueno, tú estás embarazada y lista para conquistar el mundo a contracciones.

—Obviamente. Yo no hago nada a medias —respondió Roxana con una sonrisa coqueta—. Ni los orgasmos, ni los hijos.

Victor solo suspiró con resignación y amor infinito.

Y detrás de ellos, Adrián, Kai y Elan hicieron su aparición con la misma energía de siempre… aunque ahora un poco más domesticada.

—¡¿Quién está listo para el nuevo especial de “Papás del Año”?! —gritó Adrián, levantando una canasta de picnic—. ¡Porque nosotros traemos la comida, las historias y las ojeras de la paternidad!

Kai ya no caminaba: se deslizaba entre pañales invisibles.

Lo seguían cinco crías pequeñas que parecían clones adorables con dientes de leche y colmillos emergentes.

Una le colgaba del brazo, otra le jalaba la camiseta, y uno le mordía el pantalón con cariño.

—No pregunten… solo ayúdenme —murmuró Kai, mientras su mate, una mujer dulce pero firme, le entregaba una toallita con olor a manzanilla.




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