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Cristina estaba de pie ante un maniquí, observándolo con atención. Este estaba cubierto con varias piezas de papel, simulando un vestido.
— Me gusta lo que hiciste. — Dijo Adela, la dueña y fundadora de la casa de modas, entrando a la habitación. — Es muy llamativo y, al mismo tiempo, muy elegante. Adoro cómo logras hacer diseños audaces sin cruzar la línea de lo vulgar.
La joven sonrió y se acomodó los anteojos que solían resbalarse por el puente de la nariz.
— Gracias abuela, pero mira, tengo problemas con esta parte. — Dijo señalando el escote del diseño. — Es tan pronunciado que, si lo hago en tela, temo que se esté abriendo a cada rato y meta en líos por exhibicionismo a quien lo use. ¡Pero no quiero quitarle estas pequeñas solapas! Quedaría muy simple y perdería todo lo que lo hace diferente.
La mujer se acercó y observó el diseño, luego asintió.
— Cierto, el peso de la tela te va a dar problemas, por muy liviano que sea el material que utilices. ¡Pero me está encantando tu diseño!
— Tengo dos opciones... — Meditó la joven en voz alta. — Le podría colocar una malla transparente, color piel, en todo el escote, para que sostenga la tela en su lugar. Pero honestamente, no me gustaría, porque siempre se acaban notando en las fotografías. O bien... Podría hacer una armazón rígida, pero no sé qué tipo de alambre utilizar para que le dé cuerpo, volumen, mantenga el escote en su lugar y, sobre todo, no pese ni lastime a la modelo.
— Voto por el armazón, pero no tienes que hacer algo demasiado estructurado. Mantenlo simple. — Señaló la mujer. — Si haces un muy pequeño y discreto dobladillo en esta parte, puedes meterle una varilla delgada y flexible. Eso va a permitir que el escote se ajuste al gusto de quien lo use.
— ¡Abuela eres un genio! — Exclamó la joven, abrazando a la mujer. — Qué lástima que ya vengas tan poco a este lugar. Tus ideas son insuperables.
La dama soltó una alegre carcajada.
— Cariño, tu mamá y tú han demostrado que este negocio está en muy buenas manos. ¡Yo no hago falta! Ustedes dos han hecho crecer la reputación de este lugar a niveles que yo nunca soñé.
— Eso no es cierto. — Negó la joven. — Tu casa de modas tiene muuuy buena reputación desde que yo tengo uso de la razón. Fuiste tú quien logró darle renombre con tus diseños y con la calidad de tus vestidos.
— Pero ustedes dos han trabajado muchísimo para mantener el estándar, incluso lo han aumentado. ¡Y lo hacen muy bien!
— Me gusta estar aquí. — Sonrió la joven. — Todos los recuerdos que tengo de mi infancia son de este lugar, cuando mamá inició como bordadora y yo me quedaba sentada a su lado, calladita, viéndola trabajar con la aguja y el hilo. Siempre he admirado mucho su arte.
— Nunca he conocido a nadie que pueda hacer unos bordados tan exquisitos como los que hace tu mamá. — Asintió Adela, sonriendo con nostalgia.
Ambas se quedaron en silencio, recordando. Cristina soltó el abrazo y se quitó la cinta métrica que traía en el cuello.
— No tarda en llegar mi cliente para la prueba del vestido de novia. Deja me arreglo. — Dijo mientras pasaba las manos por su cabeza, para comprobar que no hubieran salido cabellos del chongo que siempre usaba. Se acercó a su escritorio, abrió el bolso y sacó un lápiz labial de un tono coral muy discreto y se lo aplicó.
— Eres tan formal... — Dijo la señora, admirándola. — Siempre con trajes sastre en color negro, siempre con el cabello recogido, siempre con esos anteojos que no necesitas usar...
Cristina soltó una alegre carcajada.
— Es mi disfraz de ejecutiva de la moda. — Negó divertida. — Para mi desgracia, Xty se ha hecho tan conocida, que temo que cualquier persona acabe por reconocerme. Así que aquí trato de verme absolutamente lo contrario a como se ve ella. ¿Te imaginas si me descubren y esto se llena de gente loca gritando que saque la guitarra y me ponga a cantar en medio de los vestidos y los echen a perder? ¡Dios no lo permita!
Adela también se río.
— Eres muy talentosa en todo lo que haces. — Dijo tomando el brazo de la joven mientras empezaban a caminar hacia la salida del estudio de Cristina. — En los diseños, en la administración de este lugar y en la música. Además de que eres tan sensata, tan madura... Me imagino que el haber crecido entre puros adultos te ha hecho tan seria y formal, lo cual no lo veo tan bueno. ¡Nunca sales a divertirte! Nunca he sabido que tengas alguna amiga, o que mientras estudiabas hicieras una pandilla con tus compañeros, como lo hacen todos los jóvenes.
Cristina negó con nostalgia.
— Mi mejor amigo es Gus, siempre lo ha sido. — Dijo encogiéndose de hombros. — Y, además de que no me gustan las fiestas, me cuesta mucho socializar.
Adela la miró con algo de preocupación, pero se quedó en silencio. Entraron al salón de pruebas donde Celia, la más antigua empleada del local y quien siempre había sido el brazo derecho de la propietaria, las esperaba con el vestido exhibiéndose en un maniquí.
— ¡Qué belleza! — Exclamó doña Adela acercándose a mirarlo. — ¿También es un diseño tuyo, Cristina?
— Es tuyo. Este es uno de los vestidos que tú has hecho que más me han gustado toda la vida. — Dijo la joven, con una sonrisa divertida. — Sólo que me tomé el atrevimiento de hacerle unas muy sutiles modificaciones.