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Cristy miró a su hermano con preocupación.
— ¿En qué lío me estás metiendo? — Le preguntó en voz baja.
Gustavo negó con seriedad apretando cariñosamente su mano.
— No te angusties Cris, todo va a estar bien. — Le dijo tratando de tranquilizarla. — Este tipo, por alguna razón que desconozco, me inspira confianza y quizá nos pueda ayudar a que pierdas un poco el miedo de tratar con la gente.
Ella asintió y bajó la vista, sonrojándose.
— Tengo que admitir que no me hizo sentir incómoda. — Admitió en un susurro, provocando en su hermano una tenue sonrisa. — Me sorprendió que dijera que debió ser difícil para mí estudiar la carrera. Esa clase de empatía no se ve muy a menudo.
— Cierto. — Asintió Gustavo, antes de dar un trago a su bebida y mirando alrededor. — Esto ya se quedó vacío, parece que van a cerrar.
Cristina paseó la vista por el local y descubrió que, efectivamente, ellos eran los únicos clientes del mismo y que los meseros estaban guardando las mesas y las sillas del exterior.
— ¿Nos puedes traer la cuenta, por favor? — Le dijo a uno de ellos, algo apenada. — Disculpa, no nos dimos cuenta de que ya estaban cerrando.
— No hay problema. — Negó el camarero. — Elías nos dijo que no los molestáramos.
El aludido regresó en ese momento a la mesa de ellos, llevando un plato.
— ¡Chicos, vengan! — Le gritó a los empleados mientras colocaba el plato en el centro de la mesa y se sentaba en la silla que había dejado vacía antes.
Cristina se crispó sutilmente al ver que todos los meseros se acercaban a la mesa, rodeándola, pero no dijo nada. Observó el plato y vio que en él había unas bolas de algo, fritas y empanizadas.
— El local no es mío. — Empezó a explicar el anfitrión. — Es de mi papá, pero yo soy el encargado.
— El viejo nunca viene. — Dijo uno de los meseros, sonriendo socarronamente. — Sólo aparece de vez en cuando para llevarse el dinero.
Los hermanos asintieron en silencio, mirándolo con curiosidad.
— Aquí hago y deshago yo. — Dijo Elías encogiéndose de hombros. — A él no le importa, mientras siga recibiendo dinero, por supuesto. Y, entre otras cosas, me encargo del menú.
— Y ha mejorado enormidades desde que él está a cargo. — Asintió otro mesero con seriedad.
— Me gusta cocinar, y hoy tengo un plato nuevo que necesito que me ayuden a probar. — Dijo él señalando al centro de la mesa.
Todos los meseros estiraron la mano y tomaron una bolita, comiéndola en seguida. En el plato sólo quedaron dos.
— ¿Qué esperan? — Le dijo Elías a los hermanos.
Gustavo no se lo pensó dos veces y tomó una, mordiéndola.
— ¿Queso? — Preguntó asombrado, luego de masticar.
Cristina se animó a tomar la última y la mordió con cuidado.
— Está muy buena. — Asintió luego de pasar bocado.
— Me gusta. — Dijo uno de los meseros.
Los demás asintieron.
— El problema es que no sé con qué acompañarlas. — Dijo Elías frunciendo el ceño. — Había pensado en poner dos pequeños recipientes, uno con mayonesa y otro con salsa ketchup, pero no me convence del todo.
— A mí me suena bien. — Dijo Gustavo, terminando de comer la suya.
Cristina frunció el ceño y dio otro bocado, negando.
— Demasiado común. — Se atrevió a opinar. — Y la verdad es que están muy buenas.
— ¿Qué sugerirías entonces? — Preguntó el encargado.
— Guacamole y salsa picante casera, ya sabes, tomate, cebolla cilantro y jalapeños
— ¡Me gusta la idea! — Exclamó uno de los meseros. — Es original y se llevarían muy bien con el sabor de las bolitas de queso.
— Estoy de acuerdo. — Asintió el otro. — Sólo cuida que la salsa no sea muy picante, no a todos les gusta quemarse la boca.
— Cierto. — Asintió Cristina. — Además, le mataría el sabor del queso. ¡Y es muy bueno! ¿Usaste Monterey Jack?
Elías sonrió ampliamente, mirándola con satisfacción.
— La mayoría hubiera dicho manchego, o chihuahua. — Dijo en voz baja.
— Mi hermana es un ratoncito. — Negó Gustavo con una sonrisa divertida. — Adooooora el queso. Si alguien podría tener un doctorado en quesos, es ella.
Todos rieron divertidos, incluso Cristina, luego, Elías se puso serio.
— Como te habrás dado cuenta, la mejor manera de enfrentar a la gente, es ignorarla. — Le dijo a la joven, guiñándole el ojo. — Por otro lado, mis muchachos, además de trabajar aquí, son mis amigos personales, confío mucho en ellos y si les pido que te cuiden, lo van a hacer, créeme.
La joven se sonrojó y bajó la vista, apenada.
— ¿Pasa algo, jefe? — Preguntó el mayor de todos, con preocupación.
Elías negó y le dedicó una sonrisa.