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Elías llegó temprano al local y entró por la puerta de atrás, cerró con cuidado y sacó el dinero de donde lo guardaba. Contó los billetes y separó una cantidad, guardando el resto dentro de su bota. Se sentía muy satisfecho de lo que había logrado hasta el momento. Si bien el local era de su papá, Elías era el administrador absoluto. Había llegado a un acuerdo verbal con su progenitor y le rentaba el sitio por cierta cantidad mensual. El hombre sólo aparecía una vez al mes para recoger su pago y dejaba a su hijo hacer y deshacer a su antojo; acuerdo que, hasta el momento, había funcionado de maravilla. Hoy era el día en que don Eduardo debía aparecer para cobrar sus ingresos y el joven se sintió contento consigo mismo porque, desde que tomó las riendas, jamás había fallado en hacer el pago.
Elías sonrió con satisfacción y miró a su alrededor. Desde que se hizo cargo del sitio lo había levantado bastante, aunque al inicio había sido muy difícil dado el descuido que tenía su padre en el sitio, Elías había cambiado el menú, los meseros eran ahora gente de su absoluta confianza dado que los anteriores eran descuidados, sucios, groseros y bastante apáticos. Mantenía un control de calidad bastante alto y la limpieza del sitio era impecable, hizo un estupendo manejo de publicidad en redes sociales. Y ahora, con las visitas semanales de Xty para cantar, sus ingresos se habían elevado una barbaridad. No sólo esos días, sino también el resto de la semana. El café se había puesto de moda gracias a ella y todos los días estaba lleno. La gente pedía los platos que Elías le servía a Xty y ella consumía y recomendaba ante las cámaras y uno de los favoritos de todos eran las bolitas de queso. Los meseros estaban felices y trabajaban muy a gusto, porque sus ingresos también se habían elevado, gracias a las propinas que recibían.
Elías había organizado una reunión con ellos un par de días antes, les había hecho ver que la joven no estaría todo el tiempo, que ahorraran y que no hicieran gastos superfluos. Sabía que todos tenían que mantener los pies en la tierra y no alocarse por la buena racha que cruzaban actualmente. Sobre todo, él. Estaba ahorrando en secreto para poder comprar el negocio o, en su defecto, poner su propio restaurant si no llegaba a un acuerdo con su papá cuando le propusiera la compra/venta. Ya tenía una buena cantidad en el banco y cada día veía más cerca su sueño de ser independiente.
Aunque en el pasado Elías y su papá habían tenido muchas fricciones y se habían alejado por las continuas infidelidades que el hombre hacía a su mamá. Cuando por fin ellos se divorciaron y el hombre dejó la casa, fue que lograron conectar un poco padre e hija. Su relación no era cariñosa ni había esa complicidad entre padre e hijo que solía ver entre sus amigos y conocidos. Más bien era algo superficial y le había cedido el local en un descarado intento de sobornarlo y ganarse su cariño, pero a Elías eso le bastaba y no esperaba nada más de ese hombre. Eduardo no era un modelo a seguir, definitivamente. Era un buen proveedor, a su mamá nunca le faltó dinero, pero como esposo y padre simplemente no servía. Era demasiado egoísta y superficial.
Una llamada a la puerta lo distrajo, miró en su celular las cámaras de seguridad y vio que era su papá. Se acercó a abrir inmediatamente.
— Hola viejo. — Dijo haciéndose a un lado para dejarlo pasar.
— Hola hijo. — Saludó el hombre, con una sonrisa socarrona. — Ya me enteré de que tienes a una celebridad actuando en este lugar y que te estás haciendo famoso.
— No, para nada. — Negó Elías con seriedad, entregándole el dinero que había reservado. — Fue una casualidad que viniera, y no creo que esto dure mucho.
El hombre contó los billetes, los guardó y empezó a caminar hacia la barra, mirando todo a su alrededor.
— Pues se ve que te está yendo bastante bien con esa chica aquí. — Dijo el hombre con una sonrisa cargada de malicia. — ¡Y cómo no si está guapísima! Ya estuve viendo los videos. ¿Te la estás tirando? Supongo que sí.
Elías sintió que la bilis subía por su garganta, apretó los dientes y trató de contener su enojo.
— Me he partido la madre como no tienes idea para poder levantar todo el mugrero que dejaste aquí. — Dijo con rabia. — He pasado noches sin dormir, he fregado pilas interminables de platos, he tallado paredes para arrancar la grasa acumulada de años, me la paso cocinando y tratando de mejorar cada día todo esto para poder cubrir los sueldos de los meseros, pagarles a los proveedores y darte a ti tu dinero sin retraso. ¿Y en lo único que te fijas es en la chica que ha venido a cantar sólo dos veces al local? ¿Ese es el único maldito reconocimiento que voy a recibir de ti?
El hombre soltó un bufido de fastidio.
— Deja de comportarte como un niño. — Dijo con algo de desprecio. — ¡Por supuesto que estás haciendo bien las cosas! Si esto no generara dinero, desde hace mucho te lo habría quitado.
Elías miró a su padre con decepción, negó en silencio y se dio la vuelta para tomar la escoba y empezar a limpiar el local.
— No quiero que te metas con Xty. — Le dijo girándose a mirarlo. — No te acerques a ella. ¿Entendido?
El hombre sólo sonrió con algo de malicia y se encogió de hombros.
— Nos vemos luego. — Dijo simplemente, y salió del local.
— Carajo... — Masculló el joven, con enojo mientras empezaba a limpiar.