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Elías estaba en el café trabajando, un poco de mal humor. Habían pasado dos días desde que envió las flores y no había recibido noticias de Cristy, lo cual lo hacía sentir bastante frustrado.
— Lo malo es que le dije que no la iba a presionar, que ella tenía que dar el primer paso... — Pensó con algo de molestia.
Decidió concentrarse en lo que estaba haciendo y recorrió con la vista el local. Estaba casi lleno y tenía varios pedidos por preparar, así que se puso a cocinar.
Luego de un buen rato, volvió a levantar la vista y, para su sorpresa, descubrió que Cristy venía caminando hacia el café, a paso lento, con algo de timidez, llevaba unos jeans y una femenina blusa, el cabello suelto y, al parecer, no usaba maquillaje. Alcanzó a notar que en sus manos llevaba un libro. Llegó junto a las mesas y uno de los meseros, el mayor de todos, la reconoció y la saludó con mucho cariño, ella le sonrió y el hombre la dirigió a una mesa que estaba sola. Elías sonrió ampliamente y terminó de preparar el platillo que estaba haciendo, se limpió las manos y salió detrás de la barra directo hacia la mesa en la que se estaba sentando Cristy.
— ¿Qué te traigo, bonita? — Le preguntaba el mesero justo en ese instante.
La joven miró a Elías y se sonrojó tenuemente, luego miró al camarero y sonrió.
— Pues... La primera vez que me trajo mi hermano aquí, me convenció de venir porque me juró que preparaban el mejor capuchino del mundo, y hasta ahora me vengo a dar cuenta que nunca lo probé. ¿Me trae uno, por favor? Y un club sandwich.
— Si me das un par de minutos, los preparo. — Dijo Elías sentándose ante la mesa, frente a la joven. — Gracias por venir. ¿Eso quiere decir que nos vas a dar una oportunidad?
Cristy sonrió y se sonrojó sin poder evitarlo, asintiendo en silencio.
Elías sonrió más ampliamente.
— Gracias... — Musitó. Luego reparó en el libro que ella había dejado sobre la mesa.
Este era de color gris oscuro, en la portada había la imagen de un reloj antiguo, en color dorado. Se llamaba “A través del reloj” y la autora era Lula de García.
— ¿Qué lees? — Preguntó con curiosidad.
Ella se encogió de hombros.
— Una novela romántica de época. — Respondió. — Esta me gusta mucho porque está ambientada en 1914 y está basada en hechos reales. La autora se documentó mucho para escribirla.
— Se ve interesante. — Asintió él, luego cambió de tema. — Falta una hora para que cerremos. ¿Me esperarías, por favor? Luego podríamos ir tú y yo al cine o a donde quieras.
— Bien. — Acordó Cristy señalando el libro. — Por eso vine preparada.
Elías volvió a sonreír y regresó a la cocina, cargado de ilusiones, mientras ella tomaba su libro para ponerse a leer.
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Cuando por fin lograron cerrar el local, ambos decidieron ir a un centro comercial, así que se fueron en el auto de él dado que ella había dejado en suyo en la casa de modas y había llegado en taxi al café.
Empezaron a caminar por los pasillos, conversando y mirando aparadores, Elías iba junto a ella, pero no la tocaba, sólo lo hacía ocasionalmente, colocando su mano en la espalda baja de la joven para guiarla hacia algún lado. Compraron unos helados y se sentaron en una banca que encontraron vacía.
— ¿Es mucha indiscreción preguntarte qué es lo que detonó tu problema? — Preguntó Elías, con seriedad. — Si vamos a estar juntos, me gustaría saber qué puedo hacer, qué no y, sobre todo, cómo ayudarte.
Ella lo miró por un momento y luego soltó un suspiro.
— No conocí a mi papá biológico, se llamaba Gustavo. — Empezó a decir en voz baja. — El murió antes de que yo naciera. Y no, no fue muerte natural.
— Lo siento mucho. — Musitó él.
— Yo tenía como tres años cuando conocimos a mi papá Alejandro, él y mamá se enamoraron y se casaron, pero antes de eso, hubo otros episodios de violencia bastante feos, provocados por la misma persona que nos quitó a mi papá Gustavo. Todo eso me marcó mucho, pero no nos dimos cuenta hasta que mi hermano Gus me hizo ver que no era normal el que yo fuera tan antisocial.
— ¿El difunto también era papá de tu hermano? — Preguntó Elías.
Cristy sonrió.
— No, él es hijo de mamá y mi papá Alejandro. Pero le pusieron el nombre de mi otro papá porque así se lo prometieron a mi abuela Raquel. Papá Alejandro le dijo que, si tenía un hijo varón, lo iba a llamar Gustavo en honor a mi otro papá. En realidad, mi hermano se llama Gustavo Alejandro. Lleva el nombre de los dos.
— Tu abuela Raquel, infiero que es la mamá de tu papá biológico.
— Así es. — Dijo Cristina con una sonrisa cargada de cariño. — De hecho, vive con nosotros. Ella me cuidaba mientras mamá trabajaba y, desde que papá Alejandro llegó a nuestras vidas, ellos dos se hicieron amiguísimos y se quieren mucho. Y como ella no tenía más familia que mamá y yo, pues no la quisieron dejar sola.
— Eso es bonito. — Asintió él, sonriendo.