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Se quedaron en el centro comercial hasta que los locales empezaron a cerrar, así que se fueron en el auto de él a la casa de Cristina, se estacionaron enfrente y permanecieron dentro del vehículo conversando.
— ¿Tú vives con tu mamá y tu hermana? — Preguntó ella.
— No, yo vivo solo, pero las visito bastante seguido y solemos reunirnos un día a la semana para comer juntos. Rento una casita de dos recámaras y estoy juntando para comprarla. — Negó Elías. — Aunque, la verdad, la casa es mi segunda opción, primero quiero hacerme de mi propio local. O le compro a papá este, o consigo otro, pero me quiero independizar.
— ¿Cómo que independizar? — Preguntó ella, con curiosidad.
— Le pago una renta mensual. — Dijo él, encogiéndose de hombros. — Tenemos un acuerdo no escrito, yo administro el lugar y le entrego cierta cantidad al mes, el resto tengo que administrarlo para poder pagar proveedores, empleados, servicios, y demás, lo que resta es para mí.
— Entiendo... — Asintió Cristy. — ¿Tú papá sólo vive de lo que le entregas?
— No, por supuesto. También tiene un bar que le deja buen dinero. Pero no yo me quise meter en eso. Prefiero algo más tranquilo, como el café. Eso de tener que lidiar con borrachos no es lo mío. Por muy elegante y de clase que sea ese lugar.
Cristina sonrió tenuemente, asintiendo.
— ¿Y tú? ¿Siempre has trabajado con tu familia?
— Desde que tengo uso de razón. — Respondió ella con nostalgia. — Mamá dejó el pueblo donde nacimos cuando murió mi papá Gustavo, buscando cómo mantenerme a mí y a mi abuela, su mamá. Entró a trabajar a la casa de modas como bordadora, mi otra abuela enfermó de cáncer y falleció, no recuerdo bien cómo estuvo todo, pero nos regresamos al pueblo y ella estuvo trabajando como mesera en una fonda, hasta que llegó papá Alejandro a buscarla, por encargo de la abuela Adela, para ver si estábamos bien y que no nos faltara nada. Y ellos acabaron enamorados y se casaron. Volvimos a la ciudad con él y siempre acompañé a mamá al trabajo, cuando no estaba en la escuela. Me encantaba verla bordar, hace verdaderas obras de arte. Y también me metía al taller cuando la abuela diseñaba algo. Aprendí muchísimo de ella. Empecé a hacer mis propios diseños desde muy joven y, todas las tardes, me iba ahí a ayudar en lo que podía. Por supuesto recibo un sueldo por mi trabajo en la casa de modas. Mi abuela es la dueña y fundadora, aunque está semi retirada y va muy poco realmente. Mamá quedó como la jefa suprema y yo le ayudo con la administración.
— ¿Y tu papá participa en la empresa?
— No en lo absoluto. — Negó ella. — Nunca se ha involucrado en el negocio de su mamá. Él es especialista en multimedia y animación digital. Hace proyectos en forma independiente y también da clases en la universidad.
— ¡Qué interesante! — Exclamó él, admirado. — ¿Y tu hermano?
— Él acaba de entrar a la universidad, está estudiando Administración de Empresas, igual que yo. Gus también toca la guitarra. ¿Sabes? Y lo hace muy bien. Pero no es algo que le apasione como a mí. Lo hace más bien como hobby.
Elías asintió en silencio con la mirada fija en ella.
— ¿Qué pasa? — Preguntó Cristy con curiosidad, luego de un momento.
— Me gustas. — Dijo él, tomándola de la mano. — Me gustas mucho. ¿Cuándo me vas a besar?
La joven lo miró sorprendida por un instante, y luego empezó a reír nerviosamente.
— ¿Yo tengo que besarte a ti? — Dijo sonrojándose totalmente.
— Cris... Si yo intento besarte a ti, temo mucho que te dé un ataque de pánico. — Respondió Elías, en voz baja, con seriedad.
Cristina se puso seria y asintió.
— Es cierto. — Dijo luego de un momento y luego bajó el rostro, totalmente apenada. — El problema es que... Nunca he besado a nadie ni me han besado a mí, como te podrás imaginar.
— Algo así me imaginaba. — Asintió Elías acariciándole la mejilla. — Con tu “gentefobia”, supongo que nunca tuviste novio ni saliste con chicos.
— ¿Gentefobia? — Preguntó ella, divertida.
Él se encogió de hombros.
— Es que no me acuerdo cómo se llama tu trastorno, pero básicamente es fobia a la gente. ¿No?
La joven soltó una pequeña risa y asintió.
— Más o menos... — Dijo en voz baja. — O sea, sí puedo tratar con la gente siempre y cuando mantengan sus distancias.
— Sí, ya te vi en acción como Cristina, en la casa de modas, eres muy eficiente, incluso eres amable y logras hacer sentir cómoda a tu cliente, pero noté cómo siempre estabas un paso lejos y nunca hacías contacto físico con nadie, al contrario. Como bien dijo tu hermano, sabes marcar muy bien tus líneas. Por eso es que no me atrevo a cruzarlas, para no hacerte sentir incómoda.
— Gracias. — Musitó ella, mirándolo a los ojos. — En verdad valoro muchísimo el que seas tan comprensivo y que hayas logrado ver mis problemas a través de las máscaras que uso. Eres la única persona, además de mi familia, que ha logrado entender todo esto.
— No lo entiendo muy bien, si te soy honesto. Te confieso que estoy leyendo muuuchos artículos de psicología en mis ratos libres para poder comprenderte y acercarme a ti sin asustarte o lastimarte. Por eso prefiero preguntarte mis dudas antes de meter la pata.