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Eduardo estacionó su auto a unos metros del café y se quedó dentro del vehículo, observando todo desde ahí. El local estaba casi lleno y los meseros se movían ágilmente entre las mesas atendiendo a los comensales con una sonrisa en los labios. Tenía que reconocer que su hijo había hecho un buen trabajo levantando ese sitio que él ya había dado casi por perdido. Y, en honor a la verdad, es que él se sentía ya cansado de todo. Atender el bar también empezaba a hastiarlo. Las mujeres con las que convivía eran unas interesadas que sólo querían su dinero y, además, sólo las maduras lo buscaban, las jóvenes lo ignoraban totalmente. ¿Por qué? Él se consideraba atractivo y aún en muy buena forma, bien podría casarse de nuevo y tener alguien que lo cuidara y viera por él. Le empezaba a pesar vivir solo y no tener a nadie con quién charlar cuando llegaba a casa o que lo esperara con un plato de comida casera y con su ropa limpia. Pensó en Silvina, su exesposa y una mueca de dolor y desprecio se dibujó en su rostro. Seguía sin entender por qué carajos ella lo había echado de la casa y le había exigido el divorcio. ¿Acaso no era un buen proveedor? ¿No le había dado una vida de comodidades en la que no le faltaba absolutamente nada? ¿No la había tratado bien? ¿Por qué hacía tanto maldito escándalo porque él salía con otras mujeres? ¡Todos los hombres hacían lo mismo! Ella era su esposa, las otras sólo habían sido diversión por un rato. No entendía por qué Silvina había exagerado tanto con eso y le había hecho tantos reclamos durante su matrimonio en lugar de agradecer la vida cómoda que le daba.
Una joven que se acercaba llamó su atención. Ella caminaba a paso lento, con una sutil sonrisa en los labios. Era hermosa, natural, sin casi maquillaje, de mirada brillante y largo cabello suelto. Vestía en forma discreta, con jeans y una muy femenina blusa. Mirarla era una bocanada de aire fresco en su aburrida vida. Una chica como esa es lo que le faltaba, alguien que lo hiciera llenarse de ilusiones y sentirse joven de nuevo. Con curiosidad, la siguió con la vista y vio cómo ella caminaba entre las mesas del café, saludando alegremente a los meseros, quienes la recibían con mucho agrado, chocando las palmas. La chica caminó hacia la barra donde su hijo Elías estaba preparando los alimentos, al verla sonrió ampliamente, ella se puso de puntillas y él se estiró, ambos se dieron un breve beso en los labios y cruzaron unas cuantas palabras. Asombrado, observó cómo la joven se recogía el cabello para luego colocarse un delantal y entraba detrás de la barra para lavar los platos sucios mientras charlaban y reían entre ambos.
Esa joven era exquisita y el muy cabrón de Elías la tenía para él. ¿Por qué? Pensó con frustración, lleno de celos y envidia. ¿Cómo es que su hijo había conseguido una mujer como esa y él seguía sólo?
Enojado, encendió el motor del auto y se alejó de ahí, rumiando su mala suerte.
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El café estaba a reventar porque era el día que se presentaba Xty. Elías estaba en la cocineta preparando las comandas, cuando notó, con extrañeza, una mesa vacía, al frente de todas, con un letrero de “reservado” en ella.
— ¿Y esa mesa? — Le preguntó a uno de los meseros, cuando se acercó a tomar una orden.
— Nos la apartó Cristy. — Le contestó el trabajador. — Ayer que vino a verte, nos pidió que por favor le reserváramos una mesa para cuatro personas.
— Entiendo. — Dijo Elías sin entender realmente.
Se le hacía raro que Cristy reservara mesa para alguien, puesto que se cuidaba muchísimo de que nadie descubriera su verdadera identidad. ¿A quién o a quiénes habría invitado?
Gus ya se encontraba en su lugar, totalmente concentrado en instalar el equipo; el joven estaba debidamente caracterizado, con gorra, lentes y bigote falso.
De pronto, la gente se empezó a alterar. Todos señalaban hacia la calle y hacían comentarios entre ellos, bastante emocionados. Elías buscó con la mirada qué es lo que provocaba ese alboroto y descubrió a Xty, quien venía caminando por la acera, muy sonriente, saludando con gestos de la mano a quienes la reconocían. Venía rodeada de mujeres mayores y reconoció a la mamá y a la abuela de la casa de modas, supuso que la otra era la otra abuela, detrás de ellas, caminaba el supuesto guardaespaldas. Los comensales en el café empezaron a aplaudir y a corear su nombre. Ella entró, como siempre, chocando palmas con los meseros y tomó su lugar mientras sus acompañantes se sentaban en la mesa reservada.
— ¡Hola a todos! ¿Listos para divertirnos? — Exclamó ella muy sonriente, ante el aplauso general. Luego se puso algo seria y cruzó sus manos sobre las rodillas, sin tomar la guitarra. — Hoy les quiero contar algo muy, muy, muuuy personal. ¿De acuerdo?
Todos asintieron y pusieron atención, Elías, intrigado, seguía preparando alimentos, pero sin perder detalle de lo que la joven decía.
— Mi mamá es viuda. Papá murió antes de que yo naciera, pero siempre ha estado muy presente en mi vida y ocupa un lugar muy especial en nuestros corazones. — Comenzó a decir Xty. — Cuando yo era pequeñita y tenía como tres o cuatro años, mamá pasó un tiempo algo complicado en cuanto a cuestiones económicas, como se podrán imaginar. Ella tenía que trabajar para mantenernos y yo me quedaba en casa, al cuidado de mi abuela. Un día, un hombre se mudó a la casa de al lado, y todas las tardes, salía a su porche a tocar la guitarra. Mi abuela y él se hicieron muy buenos amigos y conversaban mucho. Y yo, toda inocente, le pregunté si podía tocar su guitarra.