Mi Más Bella Canción De Amor

Capítulo 16

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Juan Carlos corrió a detener a su cuñado y, con trabajos, lo separó de su papá quien yacía en el piso mirándolos asustado.

— No te comprometas. — Le dijo a Elías tratando de calmarlo. — Yo también quisiera golpearlo, pero no te comprometas.

— ¿Estás loco? — Gritó Eduardo. — ¡Esa tipa fue la que me provocó! Dijo que sabía que yo era el dueño de todo.

— ¡Mentira! — Gritó Silvina, furiosa. — ¡No la difames más!

— Cristina no necesita absolutamente nada de ti porque su familia tiene mucho más dinero del que te puedas imaginar. — Dijo Arely, entre lágrimas. — Nosotras la conocemos. Ella es la administradora de los negocios de su familia. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¿Cómo te atreviste a tratar de meterte con la novia de tu hijo? ¿Qué clase de monstruo eres?

— Ruégale a Dios que no se le ocurra denunciarte por acoso. — Dijo su mamá, con rabia. — Porque, si mal no recuerdo, tiene un tío en la política, que fue gobernador, senador y ahora es titular de alguna secretaría.

— Además, ella tiene no sé qué problema que le impide estar cerca de extraños. — Intervino Juan Carlos, abrazando a su novia, quien lloraba sin poder evitarlo. — ¿Qué acaso no se dio cuenta de lo incómoda que la hacía sentir cada que intentaba hablarle siquiera? ¡Todos lo notamos! Así que no venga a decir que ella lo quiso besar, porque ella no soporta ni que le den la mano.

— Lo que tiene Cristy se llama “Trastorno de ansiedad social” y es cierto, no soporta a los extraños junto a ella. — Asintió Elías, con furia, señalando a su padre. — Nunca pensé que fueras tan hijo de la fregada como para tratar de meterte con mi mujer. Eres lo más bajo que he visto en la vida. ¿Y encima la difamas?

Se acercó a Eduardo, apenas conteniendo la rabia, y lo señaló con el dedo.

— No quiero volver a verte jamás en la vida. — Dijo tratando de contenerse para no volverlo a golpear. — Reniego de ti como mi padre. Eres una vergüenza y un desperdicio de ser humano. Esta misma noche te entrego el local. No quiero tener absolutamente nada que ver contigo nunca, jamás.

— Quiero que te vayas de esta casa y jamás regreses. — Asintió Silvina, con dolor. — Lo que le acabas de hacer a tu hijo no tiene perdón. Si te permitía visitarnos, era por Arely, por lo mucho que te adora. ¡Pero no tienes idea de cómo agradezco que por fin se le cayera la venda de los ojos y te viera tal cual eres!

— Nunca les creí... — Dijo la joven, entre sollozos. — Nunca acepté que tú fueras un canalla mujeriego que no respetabas a nadie. Pero ahora lo he visto con mis propios ojos... ¿Cómo pudiste intentar meterte con la novia de tu hijo? ¿Cómo pudiste hacer algo tan sucio y tan bajo? ¡Y encima la quisiste calumniar inventando cosas sobre ella! ¿Dices que te intentó besar? ¿No te has visto en un espejo? ¡Estás viejo! ¿Por qué Cristina querría estar con un anciano como tú en lugar de Elías, que es joven y guapo?

Eduardo los miró con enojo.

— ¡Yo no estoy viejo! ¡Todavía puedo tener a la mujer que se me dé la gana! — Les gritó. — Y, además, si me largo de aquí... ¿Quién carajos las va a mantener ahora? ¿Quién les va a cumplir todos sus caprichos?

— ¡No necesito tu maldito dinero! — Gritó Silvina. — ¡Nunca lo he necesitado! ¡Vete de aquí y no regreses nunca!

El hombre los miró a todos con desprecio y, sin añadir nada, se fue dando un portazo. Silvina corrió a abrazar a Elías, sollozando.

— No puedo creer tanta bajeza. — Dijo la mujer entre lágrimas. — No puedo creer tanto cinismo el suyo.

Elías la besó en la frente y la soltó.

— Voy a recoger mis cosas del café. — Dijo con un suspiro de pesar. — Lo dije en serio, no quiero tener nada que ver con ese hombre. Para mí, ya está muerto.

— ¡Elías! — Exclamó Arely corriendo hacia él. — Busca a Cristina. No dejes que esto los separe. Sé que debe estar asustada y enojada, pero no la dejes ir de tu lado. No dejes que mi papá arruine lo que hay entre ustedes.

— Ya lo hizo... — Respondió Elías con tristeza.

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Cristina le pagó al chofer del taxi que había tomado al salir de la casa de Elías y bajó del vehículo para dirigirse al interior de su casa. Abrió la puerta con su llave y entró, casi arrastrando los pies, sintiéndose miserable y absolutamente perdida.

Su abuela Raquel, al escuchar la puerta, salió de la cocina. Miró a su nieta que parecía como si la hubieran golpeado y corrió hacia ella para abrazarla.

— Mi niña... ¿Qué te pasó? — Preguntó con preocupación.

La joven se refugió en sus brazos y empezó a llorar sin control.

— ¡Alejandro! — Gritó la señora, mientras trataba de consolarla.

El hombre bajó corriendo las escaleras seguido por su hijo, quien aún estaba de vacaciones.

— ¿Qué pasa, doña suegra? — Al ver a su hija se apresuró donde estaban las mujeres, tomó a la joven y la llevó al sofá. Mientras la señora y el joven los seguían en silencio, desconcertados.

— ¿Qué te pasó, cariño? — Dijo con preocupación. — ¿Por qué lloras?




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