Capítulo 19.
|Fabianne De la Torre|
Portland-Oregón EE.UU/ Lunes, 15-02-2016.
Blanco.
Me pesan los parpados.
Hago una mueca al sentir mi cuerpo pesado, me duele.
Intento mirar a mi alrededor, pero no puedo, tengo algo en la boca, una ¿mascara?
Parpadeo tratando de ubicarme, intento alzar mi brazo para tocar mi rostro, pero un latigazo de dolor me llega, bajo la mirada y veo mi mano enyesada. ¿Qué? Volteo a ver mi otra mano, la alzo y me quito la máscara de oxígeno que tenía. Me intento sentar, pero no puedo sentarme.
Intento hablar, pero me duele la garganta, la desesperación sube por mi cuerpo, mi corazón se acelera y la máquina que marca mi ritmo cardiaco comienza a sonar.
Intento quitarme todos los cables que tengo con mi mano derecha, pero una mano me lo impide, alzo la mirada y me topo con unos ojos negros.
—Qué bueno que despertaste...
Comienza y con calma me sostiene la mano, impidiendo que siga intentando arrancarme los cables. Me empuja suavemente y me vuelvo a recostar, no aparto la mirada de sus ojos, ni él de los míos.
—¿Do...? —cierro mis ojos con fuerza.
Como me duele la garganta.
—Estás en el San José Portland.
Arqueo una ceja, esperando a que me diga porque estoy aquí.
—Tuviste un accidente, en tu casa, alguien entró a robar e intentaste impedirlo, te golpeó con un jarrón...
Sigue hablando, pero desconecto.
No fue un ladrón, fue Gerardo.
Mi respiración se acelera peligrosamente, lo miro, con miedo en mi mirada.
—Tranquila, no está aquí, fuiste muy valiente a intentar detenerlo.
¿Valiente o estúpida?
Aparto la mirada y busco algún bolso a algo, pero no hay nada.
—¿Mi madre? —pregunto importándome poco el ardor de mi garganta.
Lo miro y veo como se queda en blanco unos segundos, antes de querer cambiar de tema, me da agua y se lo agradezco.
El agua calma el ardor de mi garganta, pero sigue doliendo.
—¿Dónde está mi madre? —repito ignorando sus pedidos de que intente descansar.
Y una mierda, no voy a quedarme tranquila hasta que me diga donde está Juliana.
—Fabianne...
Me tenso y lo miro fijamente.
—¿Dónde demonios está Juliana?
Mi voz sale con menos fuerza de la que pretendo, pero poco me importa.
Nota que no me voy a rendir así que decide decirme la verdad.
—Se fue, vino con usted en la ambulancia y se fue.
Mi corazón salta, alzo mis cejas, pero la sorpresa dura poco.
Claro que se fue, no debería sorprenderme, aunque una parte estúpida de mi tenía la esperanza de encontrarla aquí, conmigo. Qué ingenua soy.
—Yo me voy —maldigo y comienzo a intentar quitarme los cables, pero me vuelve a detener.
—Eres menor de edad, tenemos que contactar a tus padres —noto la lastima en su voz, odio que me tengan lastima.
La incertidumbre en su mirada me hace sentir incomoda, no tardo en darme cuenta de que han llamado a servicios sociales. Mierda.
Tengo que irme, pero no puedo llamar a tía Christine o llamará al abuelo, sé que Juliana no va a pisar este lugar, Tere ni siquiera es mi familia sanguínea. Estoy sola.
Mierda. Mierda. Mierda.
—Hemos llamado a los números de tu seguro, pero no contestan —maldigo por lo bajo —así que llamamos a servicios sociales, solo te harán unas preguntas...
Veo a una señorita entrando con una doctora, tienen rostros amables, pero por más que la posibilidad me cruza la mente, sé que no es buena idea.
Mierda, maldito doctor.
—¡Sebastián Miller! —digo desesperada sin saber que otra salida tomar.
La doctora se acerca, desconcertada y con voz dulce pregunta.
—¿Conoces al doctor Miller?
Asiento.
—Es padre de mi novio, y amigo de mi familia, él puede contactar a mis padres con más eficiencia.
—De acuerdo... —mira a su compañero —Zack, por favor llama al doctor Miller.
Él chico se va y quedo con las dos mujeres. La asistente social se acerca y pienso rápidamente, en si responder sus preguntas o no.
—Hola Fabianne —su voz es dulce y calmada.
—Hola —arqueo mi ceja sin poder evitarlo.
—¿Te acuerdas que te sucedió?
Si y odio hacerlo.
—Sí.
—¿Te sientes bien?
—Estoy enyesada, me duele el cuerpo y no me dejan irme ¿Cómo cree que me siento? Claramente como la mierda —ruedo los ojos.
Si no preguntara estupideces podría ser amable.
—Eso es muy descriptivo —sonrío, divertida. —¿Sabes por qué tus padres no están aquí?
Me hago una idea.
Estoy por mandarla a la mierda cuando una voz grave nos interrumpe.
—Fabianne —volteo y veo al señor Miller.
Joder, que vergüenza haberlo hecho venir, pero no tengo de otra.
—Señor Sebastián —saludo intentando ocultar mi vergüenza.
—Meléndez, yo me encargo de ella.
—Miller, no es tu paciente.
—Es mi nuera.
—Y por eso no puedes tratarla.
—No lo haré porque ya se va.
—El alta lo va a tener aun en unos di...
—Meléndez.
Veo como él le dice algo con la mirada, la doctora solo asiente y le pide a la señorita de servicios sociales que se retire. Se van dejándome con el señor Miller.
—Perdón por hacerlo venir —comienzo, pero me interrumpe.
—¿Tus padres?
—No sé.
—¿Qué te sucedió? ¿Aarón sabe que estás aquí?
—No, ni siquiera sé qué día es —suspiro y miro mi mano enyesada—quiero irme.
Veo como ladea su cabeza ligeramente y es como si en su cabeza pensara en todas las posibles opciones de lo que me sucedió y en sus soluciones.
Asiente en silencio.
—Haré que te den el alta.
¿?¿?¿?
Cuando veo que no voltea por donde es mi casa, si no que se dirige a la suya lo detengo.