Caminé por las calles de Hollywood, con la mirada perdida en los escaparates llenos de promesas y sueños. El sol brillaba con fuerza, reflejándose en las palmeras que se balanceaban con gracia. Todo era tan diferente a la vida que había dejado atrás en Canadá.
De repente, sentí un golpe en el hombro. Giré la cabeza y vi a una mujer, no muy joven, pero con un rostro amable y ojos que brillaban con una luz especial.
— ¡Oh, perdón! — exclamé, sintiendo la vergüenza recorrer mi cuerpo.
— No te preocupes, querida — respondió la mujer con una sonrisa cálida. —Fue mi culpa. Me llamo Amelia, y tú eres...?
— Me llamo Clara — respondí, sonriendo.
— Encantada, Clara — dijo Amelia. — No fue mi intención chocarte. ¿Te gustaría un café para disculparme por el golpe?
Me sentí un poco nerviosa, ya que era una persona desconocida. Sin embargo, pensé que de todos modos iba a tomarme un café, así que acepté.
— Gracias, Amelia — le dije.
Mientras esperábamos que nos trajeran el café, Amelia me preguntó: — Clara, ¿qué te trae a Hollywood?
Le conté que había llegado a Hollywood para perseguir mis sueños, que había dejado atrás todo lo que conocía y que estaba buscando trabajo.
— ¿Qué tipo de trabajo estás buscando? — preguntó Amelia con interés.
— No sé aún — respondí. — Estoy abierta a cualquier oportunidad.
Amelia sonrió. — Tengo una nieta que es una niña encantadora.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Una niña? Me pareció interesante.
— ¿De verdad? — pregunté.
— Sí — respondió Amelia. — Me encantaría que la conocieras. ¿Te gustaría venir a mi casa hoy mismo?
— Me encantaría — le dije.
Amelia sonrió. — Necesitamos una niñera que esté ahí para ella como una madre. Su madre la abandonó.
Me sentí conmovida por la historia.
— Lo siento mucho — le dije. — ¿Por qué me cuentas esto?
— Porque quiero que entiendas la situación — respondió Amelia. —se llama Luna— me dijo mirándome en los ojos y solo puede sonreír.
— Bonito nombre — le dije.
Amelia sonrió.
Después de unos minutos de conversación, nos levantamos de nuestras sillas.
— ¿Vienes? — preguntó Amelia.
— Claro — respondí. — Me gustaría ser la niñera de su nieta y conocer esa lindura.
Amelia sonrió.
Nos dirigimos hacia un auto negro, último modelo. Me quedé sorprendida por su lujo.
Un hombre corpulento se acercó a nosotras y saludó a Amelia con respeto.
— señora.
Amelia me presentó al hombre.
— Emilio, te presento a Clara.
El me saludó con una sonrisa.
— Mucho gusto.
Emilio abrió la puerta a Amelia y luego a mí.
— Gracias — le dije.
El subió al asiento delantero y el chofer arrancó.
Amelia y yo nos sentamos en los asientos traseros.
Mientras que seguía el viaje conversamos con Amelia sobre los países que quisiéramos conocer.
— Me encantaría visitar Francia — dijo Amelia.
— A mí me gustaría conocer Italia — respondí.
Amelia sonrió.
— Espero que puedas cumplir tus sueños.
Después de unos 19 minutos de viaje, el auto se detuvo.
Miré por la ventanilla y vi cómo se cerraban las rejas.
Me impresionó la grandiosidad del lugar.
El césped era enorme y hermoso.
Cuando bajé del auto, mi mandíbula se abrió de sorpresa.
La casa era impresionante, parecía la mansión de un multimillonario.
Tenía un estilo clásico con columnas y ventanas grandes.
El jardín estaba lleno de flores y árboles.
Me sentí como en un sueño.
Amelia me sonrió.
— Bienvenida.
— ¡Es hermosa! — exclamé.
Amelia asintió con la cabeza.
— Ven, te mostraré a Luna.
Asiento y voy atrás de ella.
Cuando estábamos cerca de la gran puerta, no le bastó tocar el timbre a Amelia dos veces, porque en un solo intento, una joven hermosa con cabello largo, piel morenita y ojos café abrió la puerta con emoción, mostrando su hermosa sonrisa.
— Buenos días, señora Amelia — dijo la chica con gusto.
— Sí, solo vine por mi nieta — respondió Amelia, mirándola con desaprobación.
La chica se movió para que pudiéramos pasar.
— ¿Dónde está mi nieta? — preguntó Amelia.
La chica señaló la escalera en forma de caracol, marchándose.
— Siento que tengas que presenciar esto — me dijo Amelia, girándose hacia mí —. Es solo que Juliana se hace odiar con solo decir una palabra.
— No te preocupes — le dije en tono calmado.
Amelia asintió.
— Traeré a la niña — dijo —. Tengo que contarle que tendrá a alguien que la cuide y no a Juliana, que le presta más atención a estar en forma que a mi niña.
Dijo lo último con burla.
Amelia se marchó, perdiéndose en las escaleras, dejándome intacta en aquella gran mansión.
Camino con pasos cortos hacia la habitación y no puedo creer lo inmenso que es esta casa. Parece como si fuera el hogar de un multimillonario. Es algo sorprendente. Los muebles, cuadros y todo lo que se mantenía ahí costaba más de $589.000.000.
No tuve ni el valor de sentarme en los muebles impecables. Parecía que hasta lo invisible no se encontraba ahí.
Después de unos minutos, escuché pasos acercándose.
Apareciendo Amelia, con una niña agarrada de su brazo. La niña tenía ojos brillantes y cabello rubio.
— Clara, esta es Luna — dijo Amelia con una sonrisa.
Me sentí conmovida por la inocencia y la belleza de la niña.
— Hola, Luna — dije, sonriendo.
Luna me miró con curiosidad y se escondió detrás de Amelia.
— No te preocupes, cariño — dijo Amelia —Clara está aquí para cuidarte.