Era una mañana tranquila en la casa. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, llenando el cuarto de Luna con un cálido resplandor. Me desperté con el sonido habitual de su voz infantil, que siempre me llenaba de alegría. Me levanté de la cama y me dirigí a su habitación, lista para comenzar un nuevo día.
Al abrir la puerta, vi a Luna sentada en la cama, con los ojos brillantes y una expresión de emoción en su rostro. Su cabello desordenado enmarcaba su carita, y su pijama de colores vibrantes le daba un aire aún más alegre.
—¡Buenos días, Luna! —saludé, sonriendo.
—¡Buenos días, Clara! —respondió, saltando de la cama con una energía contagiosa.
Me acerqué a ella y le di un abrazo.
—¿Qué planes tienes para hoy? —pregunté, mientras comenzaba a ayudarla a vestirse.
—Quiero ir a la escuelita —dijo de repente, sus ojos brillando con entusiasmo.
La frase me tomó por sorpresa. Luna siempre había mostrado interés por aprender, pero nunca había manifestado de forma tan clara su deseo de ir a la escuela.
—¿La escuelita? —repetí, tratando de entender lo que significaba para ella. —¿Por qué quieres ir?
—Quiero conocer amigos, jugar con ellos y aprender cosas nuevas —dijo, su voz llena de emoción. Pero de repente, su expresión cambió y vi cómo una lágrima comenzaba a asomarse en sus ojos. —Pero… mi papá no me deja.
El corazón me dio un vuelco. Sabía que su padre, Alejandro, era un hombre estricto y protector. Había escuchado rumores sobre su forma de pensar, que creía que la educación no era necesaria en este momento. Pero ver a Luna tan triste me llenó de una profunda determinación.
—Luna, yo creo que deberías tener la oportunidad de ir a la escuela —le dije, intentando consolarla. —Es un lugar donde puedes hacer amigos y aprender cosas emocionantes.
—¿Tú crees? —preguntó, con un atisbo de esperanza en su voz.
—Sí, lo creo. Y haré todo lo posible para hablar con tu papá sobre esto —le prometí, sintiendo que debía hacer algo.
Luna sonrió, y esa pequeña chispa de alegría me llenó de energía. Sabía que tenía que enfrentar a Alejandro, pero no tenía idea de cómo reaccionaría. Era un hombre que no me conocía bien, y la idea de discutir algo tan importante para su hija me llenaba de nervios.
Después de desayunar, decidí que era el momento de actuar. Le pregunté a Marta si ya se había ido, pero ella me contestó que todavía no y que estaba en el despacho. Así que decidí ir.
Cuando estaba cerca de la puerta, mi corazón latía con fuerza mientras esperaba el "pase". Cuando finalmente me presenté, su expresión era seria, y la tensión en el aire era palpable.
—Buenos días... —dije nerviosa, pero él no me dejó ni hablar.
—Hola, Clara —dijo, con un tono distante.
—Hola —respondí, intentando sonar tranquila.
—¿Necesitas algo? —preguntó, cruzando los brazos, como si se preparara para una discusión.
Tomé aire y traté de centrarme. Sabía que esto era importante.
—Quería hablar sobre Luna. Ella me ha dicho que quiere ir a la escuela —comencé, sintiendo que cada palabra pesaba.
Alejandro frunció el ceño.
—No creo que eso sea lo mejor para ella —dijo, su tono autoritario resonando en la habitación.
—Pero ella necesita aprender, necesita socializar. No es justo que la mantengas alejada de eso —intervine, sintiendo la frustración burbujear dentro de mí.
—Mira, Clara —dijo, su voz volviéndose más dura—, tú no eres nadie para venir a hablar sobre las decisiones que he tomado respecto a mi hija. Esto ya está decidido.
—¿Decidido? —pregunté, sintiendo que la indignación crecía en mí—. ¿Así de fácil decides por ella sin considerar lo que siente?
—Las decisiones se toman por una razón —replicó, su tono firme.
—¿Y qué razón es esa? —pregunté, sintiendo que la tensión aumentaba. —Luna solo quiere ser feliz. No puedo quedarme callada mientras la privan de eso.
El silencio se instaló entre nosotros, pesado y tenso. Pude ver cómo Alejandro luchaba con sus propios pensamientos, pero su expresión seguía siendo inflexible.
—No quiero que esto se convierta en un conflicto —dijo, pero su tono no dejaba lugar a dudas sobre su postura.
—No se trata de un conflicto, se trata de su bienestar. Ella merece la oportunidad de aprender y crecer —insistí.
—Te lo repito: esto ya está decidido. No voy a cambiar de opinión porque tú lo digas —dijo, su mirada dura.
Sentí cómo la frustración se acumulaba en mi pecho, pero sabía que no podía rendirme.
—Solo te pido que lo pienses. Luna necesita vivir, no estar encerrada en una burbuja —le dije, tratando de apelar a su humanidad.
Finalmente, Alejandro pareció titubear, pero rápidamente volvió a cerrar la puerta a la posibilidad.
—No tengo nada más que discutir —dijo, dándome la espalda.
Con un nudo en el estómago, salí del despacho, sintiendo que la carga de la conversación pesaba sobre mis hombros. Sabía que esto no era el final de la lucha, pero también entendía que tenía que encontrar otra forma de ayudar a Luna.
Era un pequeño paso, pero había que seguir adelante. Luna merecía la oportunidad de ser feliz, y yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para que eso sucediera.
Salí del despacho con el corazón pesado. La conversación con el padre de Luna había sido más difícil de lo que había anticipado. Mientras caminaba por la casa, el eco de sus palabras resonaba en mi mente. “Esto ya está decidido”. Esa frase se repetía como un mantra, y cada vez que la recordaba, sentía que la frustración crecía dentro de mí.
Decidí que no podía quedarme de brazos cruzados. Luna merecía más que eso. Necesitaba un lugar donde pudiera ser feliz, donde pudiera aprender y crecer. Así que, con esa determinación en mente, me dirigí a la habitación de Luna, donde la encontré jugando con sus muñecas.
—¿Cómo va tu juego, pequeña? —pregunté, tratando de ocultar la preocupación en mi voz.