El silencio en el auto era denso, como la neblina que se instala en las mañanas de otoño. No era un silencio incómodo, sino más bien expectante, como si la tensión del día se concentrara en ese espacio reducido. Él conducía con una mano en el volante y la otra apoyada en la palanca de cambios, su perfil era una máscara de concentración, pero yo podía sentir sus ojos sobre mí, como si me estuviera estudiando.
Yo, por mi parte, no podía evitar sentirme observada. Él era un enigma, un hombre de pocas palabras, pero con una mirada que podía leer el alma. Su presencia me llenaba de una mezcla de emociones: curiosidad, atracción, incluso un poco de miedo. Pero sobre todo, sentía una conexión con él, una conexión que no podía explicar, pero que me hacía sentir segura, como si estuviera en un lugar donde nada malo pudiera pasarme.( Parezco estúpid a diciendo eso, cuando me prometí que no puedo sentir nada por el.. pero no puedo! ).
El viaje a la escuela fue breve, pero se sintió eterno.
Al llegar a la escuela .
Lo observé mientras se alejaba, con una sonrisa que no podía controlar. Su belleza, tanto física como interior, me cautivaba por completo. Era como si una fuerza invisible me atrajera hacia él, una fuerza que no podía resistir.
Cuando llegó el momento de recoger a Luna, la encontré jugando con sus amigas en el patio. Su sonrisa, llena de alegría, se ensanchó al verlo. Corrió hacia él, con los brazos abiertos, y se aferró a su pierna como un koala.
—¡Papá! ¡Te extrañé mucho!— exclamó, con una voz llena de emoción.
Él la levantó en brazos y la besó en la frente.
—Yo también te extrañé, mi pequeña Luna. ¿Cómo estuvo tu día?.
—¡Genial! Aprendimos a hacer un volcán en la clase de ciencias—respondió, con una sonrisa radiante.
—¿Y para mi no ay abrazos? — dije mientras me acercaba a ellos con una sonrisa.
— ¡Clara! — grito mientras estendia sus bracitos y me daba un beso en la mejilla.
— Bueno ya es hora de irnos — dijo su padre.
El viaje de regreso a la mansión fue más animado, con Luna contando sus aventuras del día y él escuchando con atención. Yo, sentada en el asiento trasero, observaba la interacción entre padre e hija, con una mezcla de ternura y nostalgia. Me imaginaba a sí misma en el lugar de Luna, disfrutando de la compañía de un padre tan amoroso, que antes no la quería en su entorno.
Al llegar a la mansión, Luna se bajó del coche corriendo, ansiosa por jugar en el jardín. Él la observó con una sonrisa, mientras ella se alejaba hacia la casa.
Yo, sin decir nada, me acerqué a él y le tendió la mano. Él la tomó con suavidad, sintiendo la calidez de su piel.
—Gracias por llevarme— dije, con una voz suave.
Él me miró a los ojos, con una intensidad que me hizo sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo.
— Gracias por acompañarme a traer a Luna— respondió, con una voz que resonaba con sinceridad.
Y en ese momento, bajo la luz dorada del atardecer, me di de cuenta de lo que estaba compartiendo. un viaje que nos llevaría a un destino desconocido, pero que prometía ser lleno de emociones, aventuras y sobre todo no con migo.
El viaje a la escuela, la recogida de Luna, el regreso a la mansión... cada momento se había convertido en un recuerdo en mi mente. Un recuerdo que se quedaría en mi para siempre.
La mansión, imponente y majestuosa, se alzaba ante nosotros, como un gigante dormido. Las luces de la tarde se reflejaban en sus ventanas, creando un efecto mágico que nos invitaba a entrar.
Dentro, la casa estaba llena de vida. Marta y una ayudante se movían con eficiencia, preparando la cena. El aroma de la comida se extendía por el aire, despertando el apetito de todos.
Luna, con su energía inagotable, corría por los pasillos, jugando a la escondida en la casa. Él la observaba con una sonrisa, mientras ella se reía a carcajadas.
Yo, por mi parte, me sentí atraída por la biblioteca, un lugar lleno de libros antiguos y finos. Me senté en un sillón de cuero, con un libro en mis manos, y me sumergí en un mundo de fantasía.
La noche se acercaba y la mansión se llenó de un silencio tranquilo. Él, después de cenar, se sentó en el jardín, con una copa de vino en la mano, contemplando las estrellas.
Y sin pensarlo me le uní, sin decir nada. Me senté a su lado, sintiendo la calidez de su presencia.
—El cielo está precioso esta noche—dije, con una voz suave.
Él asintió, sin apartar la mirada de las estrellas.
—Sí— respondió, con una voz que resonaba con emoción.
Y en ese momento el silencio se prolongó, un silencio que no era incómodo, sino más bien cómodo, un silencio que se sentía como un suave abrazo.
El sonido de la risa de Luna, que jugaba con una pelota. en el jardín, rompió el silencio. Él sonrió, con un gesto de ternura.
—Es una niña maravillosa—dijo, con una voz llena de afecto.
Yo asentí, sin decir nada.
—Sí, lo es— respondí, con una voz que reflejaba la admiración que sentía por Luna.
—Han pasado muchas cosas desde que comencé a trabajar en la mansión...y sin irnos al pasado, me alegra mucho que ya pueda aceptara Luna como lo es es." Su hija".
El solo asintió mirándome para volver a mirar el cielo.
La noche se extendía, con la llegada de un nuevo comienzo.
Al día siguiente
El sol, un intruso dorado, se filtró entre las rendijas de las cortinas, despertándome. Bostezando, me estiré en la cama, el suave aroma a lavanda de las sábanas aún impregnado en mi piel. Hoy, el día prometía ser diferente. Un día que comenzaría con un ritual sencillo, pero necesario: una ducha caliente que disipara los restos de sueño y me preparara para el día que se avecinaba. El agua tibia me envolvió como un abrazo, lavando no solo mi cuerpo, sino también la tensión acumulada del día anterior.
Al salir del baño, elegí un vestido de algodón azul marino, simple pero elegante, que me hacía sentir cómoda y segura. Para Luna, seleccioné un vestido de verano con estampado floral, un alegre contraste con mi propia vestimenta. Le puse unos zapatos pequeños de lona blanca, y su cabello castaño lo recogí en dos coletas altas, dejando caer algunos rizos rebeldes sobre su frente. Su sonrisa, al verse reflejada en el espejo, fue el mejor premio a mi esfuerzo.
Mientras Luna desayunaba con una animada charla sobre sus planes para el día en la escuela, escuché el sonido familiar de los pasos de Marta. Marta, con su eficiencia y su discreta amabilidad, era una parte esencial de la mansión, un ancla en medio del torbellino de mi vida.
—Buenos días, Clara— dijo Marta, con su habitual sonrisa cálida. ¿Cómo amanecieron?
—Buenos días, Marta. Bien, gracias. Luna está muy entusiasmada con su día en la escuela—respondí, mientras le ofrecía un café recién hecho.
—Que así sea— respondió Marta, tomando el café con una sonrisa. El señor Alejandro ya salió para trabajar. Dijo que regresaría tarde.
—Bueno, gracias Marta. Doña Amelia dijo que vendría, es posible que llegue más tarde.