Momentos después del secuestro de Rainer, en la tienda del líder de los Heraldos del León de Fuego, Macross derribó de un fuerte gancho alto a José. Su rostro estaba lleno de ira mientras agarraba a su líder por la coraza y lo levantaba con fuerza. En la cama estaba sentada la súcubo que se había hecho pasar por Alex.
—¡¿Sabías que esos pobres chicos iban a ser secuestrados y no hiciste nada para evitarlo?!—reclamó Macross con rabia.
—Escúchame bien, Macross. Desde que tenía treinta años he buscado acabar con ese maldito ser del Abismo del Caos Eterno que amenaza estas tierras. Nosotros somos la espada y el escudo que protegen a los débiles—José se soltó fácilmente del agarre de Macross y se levantó—. Si para obtener una mínima oportunidad de victoria debo sacrificar a cinco personas, con gusto lo haré.
—Te tenía tanta admiración, José. De haber sabido que eras uno de esos, nunca me hubiera unido a esta legión. Si no planeas salvarlos—Macross tomó la espada de Rainer, que estaba clavada en el suelo—, lo haré por mi cuenta.
—Pensé que después de tus diversas pérdidas habías madurado, pero veo que aún eres solo un niño que piensa que se puede obtener la paz sin sacrificios—replicó José seriamente.
—No te atrevas a mencionar a las personas que perdí con tu boca manchada de sangre de inocentes. Me largo de esta legión—dijo Macross enojado, arrojando su coraza al suelo.
—Aunque adoro la discordia, no te recomiendo dejar la legión, Macross. No si quieres tener la oportunidad de rescatar a Rainer, Mairon y Sai—comentó la súcubo.
—¿A qué te refieres, vil serpiente?—preguntó Macross, dándose la vuelta.
—Entrar al Abismo del Caos Eterno es imposible para cualquier ser que no sea del bajo mundo, como los demonios, súcubos, goblins, esqueletos, brujas y muchas criaturas más. Con mi ayuda podrían entrar y destruir el artefacto que mantiene la barrera—mencionó la súcubo con seguridad—. Así podrán atacar con todo el reino y salvar a mis compañeros.
—Creo que deberíamos escucharla antes de tomar una decisión drástica, Macross—sugirió José, mirándolo.
—Conozco a los de su clase. No quieres salvar a tus antiguos compañeros, solo quieres ver destruido el reino del que fuiste desterrada—dijo Macross, señalando a la súcubo—. ¿O me equivoco?
—Realmente quiero que los salven porque son una familia para mí, no merecen morir por culpa de un error mío—dijo la súcubo arrepentida, para luego sonreír—. ¿Esperabas que dijera algo así? Pues no, solo quiero ver destruido el Abismo del Caos Eterno como venganza por mi destierro y el brazo que perdí.
—Eres un ser despreciable—replicó Macross enojado—. Pero, ¿qué se podía esperar de una súcubo de ese lugar?
—Muchas gracias por ese cumplido, anciano. Entonces, ¿qué les parece una alianza? Con el plan que les presenté antes de que se pusieran a pelear, podrán invadir el Abismo del Caos Eterno con su ejército—habló la súcubo con seriedad.
—¿Cómo sabemos que no nos traicionarás? Ya traicionaste a las personas que te tendieron la mano una vez. ¿Cómo sabremos que no lo harás de nuevo?—preguntó Macross, totalmente desconfiado.
—He sido desterrada y mutilada, no hay nada más que rencor en mi cuerpo hacia ese lugar, ya que me dejaron a mi suerte—habló la súcubo con enojo—. Así que me rebajaré para aliarme con ustedes y destruir el reino del Abismo del Caos Eterno. No descansaré hasta ver ese lugar derrumbado.
—Ese odio es completamente auténtico, pero no es suficiente para que deje mi vida en manos de una súcubo. Así que dime, ¿qué otras pruebas tienes de que no nos traicionarás?—preguntó Macross seriamente.
—Yo…—la súcubo se quedó pensativa cuando José sacó un pergamino dorado.
—Para mí es suficiente prueba, pero si estás dispuesta a colaborar con nosotros, no te importará firmar un contrato del juez, ¿verdad?—preguntó José, mostrando el pergamino.
—Haré lo necesario por el bien de mi venganza—respondió la súcubo—. Así que firmaré el contrato del juez para someterme a sus órdenes.
—¿Eso es suficiente para ti, Macross?—preguntó José, mirándolo con seriedad.
—Es suficiente para mí. Colaboraré con ustedes dos solo por esta vez, y una vez que rescate a esos pobres chicos, renunciaré a la legión para siempre—respondió Macross seriamente.
—Muy bien, entonces terminemos los preparativos y comencemos con el plan “Caída de la Soberana”—expresó José, llevándose a la súcubo, quien parecía sorprendida por la información que tenía ese hombre.
Tiempo después, dentro de una jaula gigante colgando en lo más alto de una prisión, se veía a la verdadera Rea. Llevaba un collar con una gema azul en forma de luna y en su dedo anular derecho un anillo con una gema escarlata. Rea estaba de rodillas, con la cabeza de Rainer sobre su regazo, sobándola gentilmente para no despertarla.
—¿Sigues con eso, señorita aventurera? En algún momento, ella despertará y se dará cuenta de la terrible situación en la que está—exclamó un anciano malhumorado.
—Silencio, anciano. Ella está aquí por mi culpa—aclaró Rea tristemente—. Si al menos puedo hacer que el sueño que está teniendo dure lo más posible, con gusto lo haré.
De repente, Rainer comenzó a moverse bruscamente, como si tuviera una pesadilla, pero Rea no se inmutó, comenzando a tararear una dulce melodía que pareció calmarla. Rainer se despertó de golpe, sentándose en el suelo.
—¿Qué demonios? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde estoy?—preguntó Rainer nerviosa, tocándose su vientre plano para luego suspirar aliviada—. Parece que todo no fue más que un extraño sueño, aunque no es la primera vez que me pasa.
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Editado: 15.07.2024