No estoy segura de cuándo empecé a escribir sobre los sucesos importantes de mi vida en un diario. Tal vez fue antes del fin del mundo, o quizás cuando todas las catástrofes ya estaban en pleno apogeo. No sé cuándo comenzó esta costumbre… pero Liria me ofreció amablemente este diario para que me desahogara, así que eso haré. Por ahora, me presentaré adecuadamente.
Hola, soy Rainer, la heroína que venció a la reina súcubo y de la que todos hablan ahora mismo. Al parecer, la hazaña de derrotarla fue tan grande que muchas personas me consideran una deidad justiciera que camina por la tierra. Según me contó Liria, se están formando sectas dedicadas a mi persona, lo que me sorprendió mucho ya que me han apodado “la diosa de la liberación” y “la diosa de la fertilidad”.
Aunque no sé qué tiene que ver la fertilidad con lo que hice, no voy a negar que me gusta tener algunos renombres. Perdón, me estoy yendo por las ramas otra vez. En otro diario escribí sobre los sucesos que pasaron desde mi llegada a este mundo hasta el momento en que quedé inconsciente por el extremo cansancio de mi despertar forzado, así que comenzaré desde que recobré la consciencia.
Cuando abrí los ojos, me encontré en el interior de una casa desconocida, lo que me asustó. Al bajar la mirada, noté que estaba cubierta por una sábana. Con algo de miedo, me quité la sábana de golpe y pude ver que llevaba puesta ropa, lo que me calmó.
“Tal parece que nadie usó mi cuerpo mientras dormía, es un alivio”, fue lo primero que pensé antes de sentarme en la cama, dejando caer un trapo mojado de mi frente. Mi primer impulso fue escapar por la ventana, pero esa idea fue rápidamente descartada al darme cuenta de que estaba en un segundo piso y, por estupidez mía, olvidé que tenía alas.
“¿Qué hago ahora? ¿Debería saltar y probar mi suerte? Tengo tantas posibilidades de salir ilesa como de salir lastimada”, murmuraba concentrada en eso cuando la puerta de la habitación se abrió, dejando entrar a alguien. “Veo que despertaste, ¿quieres que te traiga algo de comer?” ofreció una voz femenina, haciéndome sobresaltar ligeramente antes de darme la vuelta.
Frente a mí estaba una chica de veinte años con una esbelta figura, cabello largo y morado, ojos color morado oscuro, pechos talla B y una altura de 1.70 metros. Llevaba puesto un uniforme clásico de sirvienta con una diadema sobre su cabeza.
A mis ojos, era una chica muy bella de la cual me hubiera enamorado a primera vista, pero por alguna razón no sentí ninguna atracción. Por más que la miraba, no sentía nada, lo que me confundió mucho. Sin decir nada, ella se acercó y tomó mis manos, mirándome con una mirada piadosa.
—Puedes estar tranquila, ya estás a salvo aquí. No tienes nada que temer ni tienes que huir de nuevo. Finalmente puedes relajarte y descansar de tu larga travesía—me dijo Liria amablemente.
No sé por qué, pero no respondí. Solo agaché la mirada. Tal vez era por la desconfianza que sentía hacia ella o porque esta escena me recordaba a ciertos personajes de anime que se mostraban amables al principio para luego apuñalarte por la espalda. Mi reacción pareció confundir a Liria, quien me dio un abrazo mientras frotaba la parte trasera de mi cabeza.
—Está bien si no confías en mí al principio. Solo recuerda que si necesitas llorar o desahogarte, me puedes llamar por mi nombre, Liria, y yo te ofreceré mi hombro para que puedas llorar, ¿de acuerdo?—preguntó Liria, a lo que simplemente asentí.
—Debes tener hambre y sed después de dormir dos días enteros. Espérame aquí que te traeré un poco de comida y agua—dijo Liria antes de soltarme y salir de la habitación con cierta alegría. Al ver la puerta abierta y que mi cuidadora se había ido, supe que era mi oportunidad para escapar.
Con cuidado y el mayor sigilo posible, bajé las escaleras hasta lo que parecía la sala principal, donde había varios muebles. En un sofá se veía a un hombre de espaldas sosteniendo un libro. Cuando pasé cerca de él, lo oí roncar, así que de puntillas me acerqué a la puerta, logrando abrirla. Una vez afuera, cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido y corrí con todas mis fuerzas lejos de ese lugar.
Ignoré en ese momento la gran resistencia y la increíble velocidad que tuve para alejarme rápidamente de la casa, hasta que un pensamiento me hizo detenerme en seco.
“¿Adónde iría?” fue la pregunta que me detuvo. No tenía un lugar al que ir, no tenía dinero, ni provisiones y tampoco idea de adónde iba. A los pocos segundos, mi estómago rugió, dándome cuenta de que lo que dijo la sirvienta era verdad: tenía mucha hambre y sed. Esta situación me hizo contemplar la única opción razonable que tenía: volver a la casa de la que escapé.
No tardé mucho en volver a la puerta de la casa. Estoy segura de que si fuera una persona bestia tendría la cola entre las piernas y las orejas agachadas por el arrepentimiento que sentía. Con la cabeza baja, golpeé suavemente la puerta, esperando que me aceptaran de regreso en aquel hogar.
La puerta se abrió, dejando ver a un hombre de cuarenta años con el cabello negro, ojos amarillos, en perfecto estado físico, de 1.80 metros de altura, llevando puesto un polo blanco de manga larga, un pantalón marrón y botas negras.
—Veo que volviste. No tienes que disculparte ni nada de eso, porque yo habría hecho lo mismo en tu lugar. Solo pasa y lávate las manos. Liria está calentando el almuerzo para ti—dijo el hombre amablemente, haciéndose a un lado.
Con vergüenza y la cabeza agachada, entré en la casa diciendo “muchas gracias, señor”, a lo que él respondió “solo dime Darius, no hace falta ser tan cortés”.
Al entrar al comedor, vi una mesa circular con tres sillas. Encima de la mesa había múltiples platillos: curry, puré de papa, albóndigas, pan tostado (ligeramente quemado), jugo de papaya y lo que parecía mermelada morada. Con timidez, me senté en una de las sillas esperando mi porción cuando Liria comenzó a acercarme todos los platos.
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Editado: 15.07.2024