Llegamos a Hernandarias y vamos a la casa de Julia a rescatar a su madre porque, lastimosamente, es una misión de rescate la que debemos llevar a cabo.
La casa, si puede llamarse así, da pena: las paredes están descascaradas, las ventanas y la puerta de entrada están desvencijadas, rotas y desconchadas. El piso es de tierra y lo que parecía ser un parterre está lleno de malezas y plantas secas. Al ver esto ella se sobresalta; según me dijo, su madre cuidaba con mucho esmero sus flores y el hecho de que se encuentren en estas condiciones no augura nada bueno.
Ingresamos y llama a su madre. Se oye un quejido apenas audible y corremos hacia lo que parece ser un dormitorio y allí la hallamos. Causa pena verla. Se nota que era una mujer muy hermosa. Era, porque ahora solamente se vé un esqueleto cubierto de piel, lleno de hematomas y con los huesos fracturados. Algunas de esas fracturas son expuestas y están infectadas. La señora hierve en fiebre y tiene muchas dudas sobre si podrá salvarse.
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Se me parte el alma cuando veo a mi madre en ese remedo de cama. Lamento más que nunca no haberla convencido de huir conmigo, pero ahora ya nada puedo hacer porque no tengo el poder de regresar el tiempo.
Ella se asusta cuando me ve y quiere que vuelva a irme de inmediato. Teme que mi padre regrese y ya no pueda salir de allí. Yo no me siento capaz de dejarla nuevamente a merced de ese monstruo que en su momento juró cuidarla, amarla y respetarla. ¡Ja! ¡Qué burla!
Ernesto la toma en sus brazos a pesar de sus protestas, pues quiere que nos alejemos de allí lo antes posible. Por suerte, él hace oídos sordos y con suma delicadeza la alza de la cama y la lleva al coche, justo a tiempo, debo decir, porque apenas abro la portezuela trasera veo a mi padre doblar la esquina tambaleándose de borracho…
Nos ve y se le pasa la borrachera de golpe, grita y comienza a correr hacia nosotros, ordenándonos que dejemos a mi madre allí y que yo también me quede porque, según él, mi prometido está por llegar.
Llama a alguien, creo que a alguno de sus amigotes. Me asusto cuando escucho que dice el nombre de don Ananías; recuerdo que es el nombre de uno de los líderes del crimen organizado de Hernandarias. De repente, me acuerdo de algo: me había vendido a ese hombre un día que no teníamos dinero para sus vicios. Fue cuando mi madre me obligó a escapar.
Ernesto percibe mi temor y me empuja dentro del coche. Arranca y salimos quemando las cubiertas. Mi padre toma fotos del auto y yo tiemblo de miedo, pues conozco el alcance del poder de don Ananías.