Mi Pequeña Adicción

Nuestra noche

Donato

—Hueles delicioso. —permanezco detrás de ella, acariciando su brazo desnudo e inundándome con su fragancia. —Demasiado para mi estabilidad mental. —gruño sin soportarlo más.

La giro bruscamente dejándola frente a mí, sus cabellos se mueven por el movimiento desprendiendo más de su perfume. Debo cerrar los ojos para contener mis impulsos más primitivos. Tenerla a tan pocos centímetros es demoledor, mi corazón late desbocado. Madison me sofoca con solo hablar, me quita la respiración, congela mi cerebro, nada coordina en mí. Solamente puedo añorarla y desearla.

»Deseo besarte, Madi. —susurro abriendo mis ojos y encontrándola con los suyos cerrados. —Lo siento, pero lo haré. —le pido disculpas por mera cortesía.

No la veo negarse, no se aleja, no se mueve y creo que ni respira, se queda estoica esperando mi próximo movimiento. No lo soporto más, casi un año anhelando este momento. Me aproximo a ella con la lentitud de un caracol, rozo mis labios en los de ella, en una sutil caricia, su boca se abre un poco dejando salir un jadeo. Bajo mis manos a sus caderas y la atraigo contra mi pecho. Me pierdo en sus facciones exóticas, en cómo me espera impaciente. 

Sin más barreras de por medio mis labios se apoyan sobre los de ella y...

—Donato —una pequeña voz nos interrumpe. —Donato —escucho como Valentina llora desesperado.

—¡Dios! —gruño separándome de Madison. —Lo siento. —me disculpo alejándome de ella con un serio problema entre mis piernas. —Debo...

—Ve. —suelta dejándome ver sus pupilas dilatadas. —Tiene miedo, Donato. Te necesita. —dictamina señalando las escaleras donde se encuentra el dormitorio de Valentino.

Dudo un segundo en dejarla aquí, sé que se marchará, huirá de nuevo de mi casa y eso me causa más frustración que no poder probar sus labios carnosos. El llanto de Valentino gana, mi hijo está por encima del deseo que siento por Madison.

Corro escaleras arriba, el pasillo que me lleva a los dormitorios se me hace eterno, parece que nunca llegaré. Me adentro en su cuarto y este se encuentra sentado sobre la cama sosteniendo la manta de color gris, aterrado y con lágrimas en sus ojos. Me mira asustado y se esconde debajo del edredón con miedo. No sé si es por la pesadilla o por mi presencia.

Me cuesta tanto entenderlo que me desespero.

—Valentino, ¿qué sucede? —me acerco a él y tomo asiento en el borde de la cama. Intento destaparlo, pero se aferra con fuerza a la colcha. —Ey, no pasa nada. —acaricio sus cabellos que es lo único que no esconde con tanto fervor.

—Tengo miedo. —gimotea asustado.

—Tranquilo, estoy aquí, y nada te pasará. —aseguro. Deja ver sus faros azules repletos de lágrimas. —¿Me quieres contar que soñaste? —niega varias veces.

—¿Madi? —parece que con la única que se anima a hablar es con mi secretaria. —¿Se fue?, ¿Ella también me deja? —un nudo se me forma en la garganta al entender de quien habla.

Su madre lo abandono a la buena de Dios, sin saber si soy apto para cuidarla y ahora siente que todos los que lo rodean lo abandonan. Me da dolor saber que mi hijo sufre en silencio.

—No, no me fui. Debería, muero de sueño. —Madison aparece en la puerta del dormitorio con sus ojos fijos en Valentino, que sonríe a penas la ve. —¿Qué te sucede, demonio? —se acerca a él dándome una mirada de soslayo.

—Tengo miedo. —musita mi hijo. —Me vienen a buscar y me llevan lejos, yo no me quiero ir, Madison. —me tenso por la alusión de que se lo llevan.

—Eso no pasará, no saldrás de aquí ni con la orden de un juez. —gruño entre dientes.

—¿Seguros? —mira a Madi que se queda en silencio. —¿Prometes que no me llevaran? —obviamente no me lo pregunta a mí, sino a la mujer que muero por tener.

Valentino le da una mirada de cachorro lastimado que puede con cualquiera hasta con mi fría secretaria que asiente lentamente. Este sale de la cama de un solo salto y se tira a las piernas de Madison, que acepta el contacto y acaricia sus cabellos.

»¿Me cargas? —siempre le pregunta lo mismo.

—Bien, pero que no se te haga costumbre, demonio. —y ella responde de la misma forma.

—Salgo sobrando al parecer. —me coloco de pie doblando la altura de Madison. —Debes dormir, Valentino. Mañana tienes colegio y no podrás despertarte a tiempo. —miro el reloj de muñeca que marcan las diez de la noche. —Además Madison está cansada y tiene que descansar, hijo. —le doy una sonrisa.

—No te vayas. —le pide o más bien le ordena. —Quédate conmigo, mi cama es grande, podemos dormir juntos. —tanto ella como yo abrimos los ojos como platos y negamos. —Por favor, tengo miedo. —susurra triste.

—Claro y yo soy la Mona Lisa. —lo aleja de su pecho y afila su mirada contra mi pequeño niño. —Valentino, no debes mentir, entiendo que estabas asustado, pero ya has despertado y no tienes nada. —lo regaña. —No te parezcas a tu padre, mentir y engañar está mal. —abro la boca en una perfecta O, muy ofendido.

—¿Cuándo miento o engaño? —enarca una de sus cejas.

—Siempre. ¿Te recuerdo un punto en específico del contrato? —niego sabiéndome culpable. —Bien, haremos esto, me quedaré hasta que te duermas y una vez suceda me iré a mi casa a...

—¿Me vas a invitar a tu casa? —la interrumpe emocionado.

—¿Por qué contigo es tan desenvuelto? —me da curiosidad saber el porqué de tanta confianza.

—Ella me agrada. —Valentino responde muy sincero.

—Tienes tu respuesta. —asiento varias veces. —Bien, dormirás y me iré. —mi hijo se resigna al ver que no la convencerá de más. —Y mañana después del trabajo, si tu padre te deja, vienes a tomar la leche a mi casa y haremos la tarea juntos. —los ojos de Valentino se iluminan.

—¿Puedo ir? —me mira suplicante.

—Claro, pero debo ir contigo. —no pienso perder la oportunidad de estar junto a Madison. —¿Qué dices?, ¿Nos invitas a los dos? —los dientes de la morena rechinan entre sí.




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