Mi Pequeña Adicción

Perdiendo el juicio

Donato

—¿De verdad te gusta esa mujer? —asiento a la respuesta de Francesco. —Te gusta complicarte la vida al parecer. —murmura en tono quejoso. —¿No tienes suficientes problemas como para acarrear con uno más? —enarco una de mis cejas.

—Al final Madison tiene razón, eres un idiota. —gruño dejando la taza de café sobre la mesa de centro. —¿Por qué no te agrada? —veo que duda antes de responder.

—Ella me agrada, Donato, si no fuera así, no la hubiera hecho madrina de mis hijos, solo que... —hace una pausa buscando las palabras correctas en su mente. —No le agradan los niños y tú tienes un hijo, ¿Lo recuerdas?, además que te veo muy interesado en ella, y me preocupa que te estés haciendo ilusiones cuando ha dejado en claro que no quiere nada con nadie.

—Me dio una oportunidad.

—Una cena, cena. Nada de oportunidades, y creo que lo hace por pena. —achico los ojos en su dirección.

—¿Qué quieres decir? —indago comenzando a molestarme.

Desde que llegue a la casa de mi amigo no ha hecho más que burlarse de mí y de la cena que tendré con Madi. No supe cómo es que él poseía esa información hasta que recordé que su esposa y mi secretaria son carne y uña.

—Que no las has dejado de acosarla, le inventaste un absurdo contrato y la hiciste psicóloga de Valentino, sin contar que te aprovechas del apego que tu hijo tiene con Madison para estar cerca de ella y llegar a tu meta... —deja la palabra en el aire llevando la mano a su mentón de forma pensativa. —Ahora dime, ¿cuál es tu meta?, ¿una noche?, o ¿una relación?

Me quedo en silencio con un sabor amargo en la boca. Es cierto que hice todo eso para tener a Madison cerca de mí, pero no fue mi intención o bueno sí, sin embargo no significa que lo haga de maldito, solo quiero entender ¿qué me pasa con ella?, ¿por qué me siento diferente a su lado?, ¿qué es lo que posee que no me deja vivir en paz?

—Sinceramente, si quiero estar de nuevo con ella, ninguna mujer me envolvió en sus redes como lo hizo Madison, pero al mismo tiempo sé que si la vuelvo a tener ya no podré sacármela de la cabeza, es algo confuso, pero real. —Francesco sonríe de lado y asiente.

—Estás como yo con Kendra. —arrugo el ceño sin entender de que me habla. —La quería a mi lado y al mismo tiempo no, temía por lo que fueran a pensar los demás y al fin de cuentas entendí que debía dejar mis miedos de lado y darle rienda suelta al amor que le tengo.

—Yo no amo a Madi. —aclaro asustado con solo nombrar la palabra "amor".

—Ya sé que no, pero así se empieza, Donato. Ya verás. —observa su reloj de muñeca y las escaleras. —En cualquier momento se despertarán y pedirán atención. —habla sobre sus gemelos. —¿Te quedas a cenar?, a no, cierto. Te verás con el amor de tu vida. —se mofa de mí.

Hasta yo lo hago. Rozas lo estúpido cuando se trata de Madison. Otra más que no me deja en paz. Mi conciencia parece un enemigo.

—¿Seguro podrás con Valentino? No hace ruido, casi no habla y como lo que le das, así que no creo que...

—Tu hijo no es normal, Donato. Lo digo sin ánimos de ofender, pero ese niño parece aterrado con todo, siempre agacha su cabeza y se lo ve asustado. —sé a lo que se refiere. Madison me ha comentado lo mismo. —Deberías hablar con él o con su... Madre. ¿No hay noticias suyas?

—No, se la trago la tierra y en parte mejor, no la quiero cerca de mi pequeño. —gruño al recordar que no lo dejaba comer hamburguesas porque engordan. —Intento hablar con él, pero ¿sabes que recibo?, nada, absolutamente nada. —levanto los brazos al aire con frustración. —Con la única que habla es con Madison. Parece amarla. —enarca una de sus cejas.

—No es bueno, ¿lo sabes? Si lo de ustedes no da resultado, el más dañado será ese niño y ya tiene demasiados problemas como para acarrear con la obsesión de su padre por la secretaria. —dictamina cruzándose de brazos.

—Gracias por tu sinceridad. —suelto un suspiro. —Pero ¿Qué hago?, ¿Ignoro lo que siento por Madison para resguardar a mi hijo?

—No, solo no mezcles los tantos hasta que ambos estén seguros de que pueden tener una relación, Donato.

—Me sorprende que seas un hombre pensante, el matrimonio te ha cambiado, eres menos idiota. —me pongo de pie al tiempo que mi amigo me fulmina con la mirada. —Debo irme. —declaro viendo mi reloj de muñeca. —¡Valentino! —grito para que este me escuche.

Aparece corriendo, con los ojos abiertos de par en par y algo asustado, su rostro repleto de harina y a punto de llorar. Camina en mi dirección, se planta frente a mí juntando sus manos por delante y baja la cabeza asustado.

—Lo siento, estaba haciendo un pastel con Kendra, no quise ensuciarme. —en ese instante la mujer de mi amigo aparece con una sonrisa corta en sus labios. —No me castigue, por favor. —pide en un susurro.

La rabia me carcome como cada vez que se siente intimidado cuando levanto el tono de voz. No puedo gritar porque cree que lo voy a regañar y no es así.

—Hijo, mírame. —me acuclillo a su altura. —Deja de pensar que estoy enojado porque no es cierto —tomo su mentón para que me vea los ojos. —No sabía dónde estabas y por eso es que grite. Solo quiero decirte que me voy. —le doy una sonrisa y sus ojos se calman un poco.

—¿No está enojado? —niego varias veces. —¿Puedo hacer pastel y ensuciarme? —juro que si sigue con ese temor me volveré loco.

—Puedes, mientras no te lastimes puedes hacerlo. —asiente feliz.

Se tira a mis brazos dejando un beso en mi mejilla, imita la misma acción al otro lado de mi rostro. Me da curiosidad saber por qué lo hace.

—Uno es para Madi. —susurra con las mejillas teñidas de rojo. —¿Se lo darás? —la inocencia que maneja me puede.

—De acuerdo, le diré que es de parte de su niño favorito. —me da una enorme sonrisa que ilumina toda la estancia. —Me iré, ¿seguro quieres quedarte con tus tíos? —asiente varias veces.




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