Mi Pequeña Sahara

Capítulo 2

Mantenía los ojos cerrados mientras permitía que el agua caliente recorriera mi cuerpo, ronroneando como un gatito ante lo bien que se sentía. Llevaba aproximadamente cuarenta minutos en la ducha y no quería salir de ahí, hacía un tiempo que no tomaba un baño tan placentero como ese.

Cuando caminábamos en dirección al apartamento de Williams, sí, el desconocido, fuimos alcanzados por la tormenta. Él fue muy amable, se ofreció a bajar a la lavandería del edificio para lavar y secar mi ropa. Hasta ese momento no había intentado nada extraño o que me advirtiera que mi vida corría peligro, y era algo que realmente agradecía.

Salí de la ducha, resintiendo un poco la ausencia del calor que emanaba de ella, y volví a la habitación en donde él me había dejado uno de sus trajes deportivos para ponerme. Esbocé una pequeña sonrisa, era imposible que su ropa me quedara, él era un gigante, y solo su camisa me llegaba casi a las rodillas.

—El proceso de secado fue muy rápido —lo oí decir desde la puerta y me sobresalté, asustada, ya que lo único que llevaba puesto era su camisa. —. Lamento haberte asustado. —dijo, adentrándose en el espacio. —. Aquí está tu ropa, ya seca.

—Muchas gracias —respondí, tomándola de sus manos, un tanto avergonzada. —. ¿Eres así de amable con todas las mujeres que te encuentras en la calle?

Él arqueó una ceja divertido, y acortó el espacio entre ambos, viéndome de una manera que hizo que mis piernas temblaran de los nervios.

—Solo con las que llaman mi atención —respondió, y posó una mano sobre mi hombro, muy cercana a mi cuello—. Y tú me resultaste muy interesante, tu personalidad es un tanto curiosa. Sé que es extraño porque no me conoces, así que dime, Samantha, ¿te gustan los riesgos?

Alcé la mirada y sentí como la respiración se me atoraba en el pecho al ver sus ojos tornarse de un color oscuro a causa de sus pupilas dilatadas. Fruncí el entrecejo mientas lo observaba fijamente, y entreabrí la boca para responder, pero los nervios me traicionaron una vez más y todo lo que pude hacer fue balbucear algo que ni yo misma pude entender.

Sin despegar la mirada de mi rostro, se inclinó hacia mí y me besó. El beso fue lento, sus labios danzaban sobre los míos a un ritmo que poco a poco me dejaba sin aliento, y a la vez me hacía pensar que todo eso se trataba de un sueño y que tenía que esforzarme por despertar. Sentí como sus dedos se enredaban en mi cabello y tiraban levemente de él, obligándome a echar la cabeza hacia atrás, mientras su brazo se enroscaba alrededor de mi cintura para pegarme más a su cuerpo.

¿Eso estaba pasando en serio? Por un lado, sentía que debía rechazarlo, pero por el otro, de verdad me gustaba.

—Tengo que ir a darme una ducha. —jadeó contra mis labios, luego de cortar el beso.

Solamente me limité a asentir con la cabeza, incapaz de formular palabra. Me había dejado sin habla, mi respiración era entrecortada y sentía mi rostro arder por la vergüenza. Aquel momento había sido muy íntimo, y no debía serlo ya que se trataba de un extraño, a quien solamente había acompañado para no tener que dormir en el frío.

Él se desvistió frente a mí, quedando en ropa interior, y luego ingresó en el cuarto de baño, no sin antes dedicarme una mirada presuntuosa, consciente de que mis ojos habían recorrido su cuerpo con disimulo.

Todo aquello era tan surreal que no podía creer que estuviera pasando. Es decir, ¿en qué mundo una chica de la calle chocaba con un hombre apuesto que, sin conocerla, la llevaba a su apartamento y se le insinuaba? No podía tener tanta suerte, y la idea de que quizás sí se tratase de un psicópata volvía a mi cabeza.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido que provocaba un teléfono celular vibrando. Sobresaltada, giré el rostro hacia el buró junto a la cama y vi, de lejos, la pantalla encendida con una llamada entrante. No podía responderlo, ni siquiera conocía al sujeto, así que permanecí ahí de pie, observando el objeto con curiosidad.

Este dejó de sonar, pero segundos más tarde continuó, con mucha insistencia. «La curiosidad mató al gato» resonó en mi cabeza aquel refrán que la señora George siempre le repetía a Calliope. Y, por más que traté de contenerme, no supe en qué momento mis pies comenzaron a andar en dirección al buró, al mismo tiempo en que pensaba en una buena excusa para darle en caso de que me cachara.

Al inclinarme para ver, mis ojos se ampliaron de una manera tan exagerada que sentía que se saldrían de mis orbes, y es que, la persona que lo llamaba, no era nadie más que su pareja. En aquella pantalla podía apreciarse la palabra “Amor” acompañado de una fotografía en la que se le veía a él sonriente, junto a una mujer que se lucía radiante, presumiendo una sortija, con la mano cubriendo parte de su rostro.

Mi cuerpo entero se estremeció, no se trataba de un psicópata, sino de un infiel.

Fruncí el ceño con molestia mientras caminaba de regreso a la cama. Por más que deseara el calor de esa habitación, odiaba la idea de convertirme en la persona que dañara a otra, mucho menos a una mujer tan ilusionada como la que aparecía en esa fotografía. Y no era porque yo era una persona moralmente correcta, sino por el hecho de que a mis doce años tuve que cuidar a tres niños pequeños porque la madre sustituta entró en depresión luego de enterarse de la infidelidad de su marido. Fue una tortura, ¡una verdadera pesadilla!

No quería ser parte de eso, mi conciencia no me lo permitiría.

Terminé de vestirme con mucha prisa, y me asomé a la ventana, la tormenta se había reducido a llovizna, pero aún podía divisarse un poco de niebla que obstaculizaba la vista desde ese piso tan alto. Juraría que podía sentir el frío a través del cristal y la piel se me erizaba de solo pensar en salir.

—Tienes que hacerlo, Sam —me animé a mí misma.

Me volví hacia el centro de la habitación y tomé una de sus sudaderas para usarla sobre la mía, de tela desgastada. Me merecía al menos eso, ya que siempre me quedaría sin cenar y tendría que dormir en mi auto. Avancé hacia la puerta y con cuidado de no hacer ruido, salí cerrando.




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