Mi Pequeña Sahara

Capítulo 3

Corría por las solitarias y húmedas calles, con el corazón en las manos y un bebé en los brazos. Lo hacía lo más rápido que mis pies me permitían, sintiendo como las lágrimas calientes se deslizaban por mis mejillas.

Un bebé, alguien había abandonado a un bebé, desnudo, en un basurero, siendo esa la noche más fría que había ocurrido en todo lo que iba del año. ¿Quién podría haber sido tan inhumano como para hacer eso?

No tenía nada más con que cubrirlo, así que lo envolví en mi vieja sudadera, y para mantenerlo caliente, lo metí con sumo cuidado dentro de la de Williams que aún llevaba puesta, pegado a mi abdomen, y subí el cierre cuidando no lastimarlo. Lo sostenía con firmeza mientras caminaba, sintiendo como el frío cruel, penetraba a través de la tela, pero no importaba, ni siquiera podía sentir como quemaba mi piel, ya que mis venas ardían de enojo, dolor y frustración.

Jamás en mi vida creí encontrarme en una situación similar.

—¡Señora George! —grité al llegar a su puerta y, acomodando al bebé en solo uno de mis brazos, comencé a golpear la madera con desesperación. —. ¡Señora George, por favor! ¡Por favor ayúdeme!

No pasó mucho tiempo, y pude escuchar sus pasos apresurados cada vez más cerca. Ella vivía en un edificio de departamentos sencillos, y era posible que con mis gritos hubiera alertado incluso a sus vecinos.

—¡Dios mío! —exclamó al abrir la puerta y verme. —. Niña, ¡¿cómo es que andas en la calle con tremendo frío?! —me reprendió.

—¿Es Sam? —oí la voz de Calliope desde el interior de la vivienda, y segundos después su esbelta figura se asomó en la puerta.

—Sí —respondió. —. Ven acá, entra o te congelaras. Callie, trae un par de toallas.

—Necesito su ayuda. —repetí, con la voz entrecortada por el llanto.

—¿Qué es lo que pasa, niña? Dímelo —insistió.

—No sé si esté bien, yo traté de ayudarlo. —respondí, negando frenéticamente con la cabeza.

Estaba aterrada.

—¡¿De qué hablas?!

Tomé una fuerte bocanada de aire y, tratando de calmar el temblor en mis manos para no dejarlo caer, desabroché el cierre de la sudadera y dejé a su vista al bebé que traía pegado a mi abdomen.

—Quería mantenerlo caliente —sollocé, viendo la expresión de sorpresa y terror en su rostro. —. Pero no ha llorado desde hace un par de cuadras. No llora.

—Muy bien, tranquila —dijo, saliendo de su estado de shock. —. Dámelo, lo revisaré.

—¡¿Eso es un bebé?! —exclamó Calliope, viéndonos con sorpresa. —. ¿De dónde salió?

—Calliope, ¡pon a calentar agua, mija! —ordenó, tomando al bebé. —... Arturito, ve a traer un par de toallas.

El mayor de los niños asintió con la cabeza, antes de volverse hacia la habitación. Callie también corrió hacia la cocina para hacer lo que su madre ordenaba, mientras yo, todo lo que podía hacer era permanecer de pie en la entrada, cubriendo mi boca con las manos para acallar mis incesantes sollozos.

¡No lloraba! Veía como la señora George hacía de todo para calentar su cuerpecito, cubriéndolo con las toallas mientras esperaba a que el agua en la estufa se calentara también.

El miedo me invadió, ¿y si no lograban salvarlo?

Sin saber qué más hacer, me senté en el suelo y, abrazando mis piernas, apoyé el rostro contra mis rodillas mientras negaba frenéticamente con la cabeza.

Lo había intentado, de verdad había intentado salvarlo.

—Sam, tienes que calmarte —me dijo Calliope, arrodillándose a mi lado. —. Parece que sufrirás un ataque.

—Debí correr más de prisa —sollocé. —. Debí esforzarme más.

—No está muerto, mamá ya te lo habría dicho.

—Alguien lo tiró a la basura —mi voz se quebró. —. ¿Quién podría ser tan inhumano?

Alcé la mirada para ver a mi amiga, intentando reflejarle todo el dolor que sentía en mi interior. Ella me observó, su mirada marrón reflejaba mucha tristeza.

—A veces las personas desesperadas, toman medidas desesperadas.

Negué frenéticamente con la cabeza, esa no era una buena excusa. Siempre, absolutamente siempre había otra opción.

Mi angustia era grande, tenía tanto miedo de que esa pobre criatura no lograra sobrevivir, que mi garganta dolía a causa del llanto que trataba de contener. Pero de pronto, en el interior de aquel apartamento de paredes verdes, resonó el llanto de un bebé, y sentí que mi corazón volvió a latir.

—Oh, pobre bebé. —le oía decir a la mujer.

Me puse de pie con mucha prisa y me limpié las lágrimas con el dorso de mi mano. La señora George estaba de espaldas a mí, así que no podía ver al bebé, pero no me molestaba, el solo escucharlo llorar me devolvía el aliento y hacía que una alegría indescriptible me invadiera.

¡Estaba vivo!

—Ves, te lo dije —Calliope se posó a mi lado. —. Está vivo.

—Ella es muy fuerte —señaló la adulta, y mi cuerpo entero se estremeció.

Era una niña.

La alegría en mi interior aumentó a tal grado en que me sentía como una madre ansiosa por conocer a su bebé. Caminé a pasos lentos hacia la mesa, frotando mis manos para tratar de secarlas, estaban muy húmedas; tanto por el sudor frío, como por las lágrimas que habían secado.

Me acerqué con cuidado, viendo con asombro a la bebé que se encontraba en un recipiente de cocina que ella usaba como bañera; era tan pequeña e indefensa, que el solo imaginarla nuevamente en aquella situación tan lamentable en la que se encontraba me estrujaba el corazón.

—No debe tener ni cinco días —me dijo, volviéndose para verme con una expresión cargada de tristeza. —. Es muy duro.

—Sí. —sorbí mi nariz, mientras me inclinaba en la mesa para verla más de cerca.

No podía dejar de mirarla, aun cuando la señora George la sacó del recipiente y la envolvió con las tollas secas. Se giró hacia mí, y me extendió a la bebé en sus brazos. Amplié los ojos, sintiendo como el corazón se me aceleraba en el pecho.

—La noche está muy fría y no tenemos calefacción. Tendrás que compartirle tu calor.




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