Mi Pequeña Sahara

Capítulo 4

Abrí los ojos lentamente, y luego de ver en el reloj que eran las cuatro de la madrugada, bostecé estirando mi cuerpo. Podía jurar que era la primera vez que dormía tan profundo. Me giré en el edredón hasta quedar de costado, mientras palpaba el espacio a mi lado en busca del bebé… pero no estaba.

Me incorporé de golpe, observando en derredor con angustia y desesperación, temiendo que algo hubiese ocurrido mientras dormía. Sin dudarlo me puse de pie, un tanto tambaleante por la manera tan brusca en que me levanté, y comencé a caminar en dirección a la habitación, para ver si ella estaba ahí.

—Sam…

Escuché la voz de la señora George y frené súbitamente, volviéndome hacia la pequeña mesa de comedor, en donde ella se encontraba sentada con la bebé en su regazo.

—Ah, gracias a Dios —dije aliviada, mientras me acercaba. —. Lo siento, creo que me quedé dormida.

—No puedes quedarte dormida con un bebé al lado, pudiste acostarte sobre él y asfixiarlo. —me advirtió, alzando una de sus cejas.

—Lo sé, no volverá a ocurrir.

—Bueno, estaba llorando así que le preparé un biberón —contó, dejando un pequeño biberón sobre la mesa. Lo observé con confusión, ya que no tenía uno la noche anterior, y ella lo notó. —. Ah, ¿esto? Busqué a la vecina que vive a tres cuartos de aquí para ver si aún conservaba algo de cuando su bebé estaba recién nacido, para que pudiera vendérmelo. —me explicó.

Amplíe los ojos con horror y comencé a negar con la cabeza. Yo no quería que gastara su dinero en nosotras, ella tenía sus propios problemas y no quería tener que ser una carga también, ya había hecho mucho con desvelarse ese día y darnos posada.

—No te angusties —hizo un ademan con la mano. —. Su bebé ya tiene seis meses, así que me dio todo muy barato, ni en una tienda de segunda mano encuentras estos precios. —dijo, risueña.

Solo me limité a asentir con la cabeza, mientras me acercaba para ver a Sahara. Ella le había comprado un mameluco color verde, con el dibujo de una pelota de básquet en el área de la pancita, y unos pequeños calcetines, guantecitos y un gorro color azul. Todo aquello era para un niño varón, pero no importaba, porque igual se veía adorable. Como siempre decía la mujer frente a mí, “En los gustos se rompen géneros” y, “A caballo regalado…” bueno, había olvidado el complemento de ese, pero entendía lo que significaba.

—Me vendió también un poco de fórmula, pero por ser para un bebé de seis meses, creo que ella se pondrá mal del estómago, más que ayer bebió leche de mercado —ella suspiró profundo, viendo a la bebé con pesar. —. Seguramente tendrá muchos cólicos, lo sabrás cuando su llanto sea agudo y tengas dificultad para tranquilizarla, oh, pobre bebé. Pero no tengas miedo porque todo eso se le pasará, solo tienes que buscar la manera de mantenerla más o menos cómoda.

Asentí nuevamente, guardando la información en mi cabeza.

—De verdad es una pena que no puedan quedarse. Me habría gustado hacer más por ustedes. —dijo, con una tristeza profunda.

Presioné los labios con fuerza, y asentí con la cabeza. Yo entendía a la perfección la situación en la que se encontraba ya que, la última vez que me quedé a dormir, a las cinco de la mañana ya estaba la cacera en la puerta, reprochando el hecho de que habían incumplido el contrato en el que se estipulaba que solo ellos cinco podían vivir y dormir en ese apartamento, y que, si volvían a incumplir, los echaría de ahí.

La señora George no podía darse el lujo de perder ese apartamento, ya que era el único que se ajustaba a su presupuesto con todo lo que debía pagar por el local de la repostería.

—Nos iremos ahora —anuncié, acercándome a ella. —, antes de que llegue Cruela.

Calliope y yo solíamos llamarla así.

—Te he preparado esta bolsita con un par de mamelucos, tres pañales que tendrás que lavar y poner, un biberón que debes mantener muy limpio, fórmula para dos días y un chupete —sonrió, viendo a la pequeña. —. Quizás eso logre calmarla cuando esté desesperada.

—No sabe cuánto se lo agradezco, señora George. —dije conmovida. —. No sé qué haríamos sin usted.

—Ya basta, me vas a hacer chillar —dijo, sorbiendo su nariz. —. Cuídala mucho, y no dejes de pasar por la repostería, que cada vez que tenga algo extra te echaré la manita… eres muy valiente por hacer esto, mi niña. —me dijo, poniéndose de pie.

—Ella ya fue abandonada una vez, no la será de nuevo. —respondí, colgándome el bolso del hombro. —. Gracias por todo.

Ella me entregó a la bebé, que aún dormía profundamente, envuelta en una mantita que supongo, también había comprado con su vecina. Luego, se inclinó hacia ella para dibujar una cruz en su frente y darle una bendición.

—Espera, ¿qué nombre tendrá? —cuestiona, alzando la mirada para verme.

—Sahara. —respondí, esbozando una pequeña sonrisa. —. Me gustó ese nombre, Sahara Davis.

Ella sonrió, antes de inclinarse nuevamente y besar su frente.

—Dios te bendiga, pequeña Sahara.

Minutos después me encontraba avanzando por la calle con ella en brazos, la tormenta estaba pasando, así que el frío ya había comenzado a disminuir. Al ser muy temprano, las calles del centro aún estaban solas, lo que me permitía caminar con prisa sin tropezar con nadie.

Solté un suspiro profundo, viendo el vaho que salía de mi boca, y luego bajé la mirada hacia Sahara, quien seguía profundamente dormida. Tomé el borde de la manta para dejarlo con extremo cuidado sobre su rostro, el que ya no hiciera tanto frío no significaba que el aire helado no pudiera hacerle daño.

Divisé a la distancia mi viejo auto, era de color rojo, de tamaño mediano y pintura gastada. Estaba estacionado casi dentro de un callejón, oculto a la vista de la policía para evitar las multas, con algunas cajas a su alrededor para que pasara desapercibido.




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