Mi Pequeña Sahara

Capítulo 6

22/Oct

Habían pasado ya veintiún días desde que a diario caminaba de un lado a otro entregando los deliciosos productos de la señora George y, aunque no ajustaba para el alquiler de un apartamento, al menos me servía para poder alimentar a Sahara, comprarle pañales y uno que otro mameluco de segunda mano.

De igual manera, habían pasado veinticinco días desde que Sahara había llegado a mi vida, pronto cumpliría un mes, si es que no los tenía aún, ya que no sabía cuál era la fecha exacta de su nacimiento. Pero no importaba, ya que su cumpleaños sería siempre el día en que nuestros caminos se habían cruzado… veintisiete de septiembre.

Hasta ese momento la vida con Sahara había sido tranquila, si quitábamos los gritos a mitad de la noche a causa de los cólicos, o la cantidad de veces que tenía heces hasta en las orejas. Ella estaba tan bonita, con sus mejillas regordetas, su piel morena y sus ricitos negros azabache; todavía le encantaba dormir durante horas, y cuando estaba despierta era muy curiosa, podíamos pasar minutos, viéndonos la una a la otra. Simplemente la adoraba.

Luego de nuestra modesta rutina de aseo, y ya listas para comenzar el día, la até a mi abdomen utilizando un fular de tela elástica que había podido encontrar a un buen precio en aquella tienda que frecuentábamos, y luego emprendimos la caminata para ir a la repostería. El clima seguía siendo frío, aunque la temperatura de aquella noche no volvió a repetirse, por suerte. Las calles, como siempre, estaban aglomeradas de personas; algunos iban de pasada, otros tenían sus puestecitos de verduras, frutas, o alguno que otro producto, pero el punto era que todo aquello era tan concurrido, que imposibilitaba el libre paso.

Al llegar a la repostería, el primero en recibirme fue Arturo, el nieto mayor de la señora George, al parecer ese día no tenía clases y por eso se encontraba ayudando. Me pidió permitirle cargar a Sahara, y se la entregué, advirtiéndole que debía tener mucho cuidado. No era la primera vez que la cargaba, y la verdad es que el niño era sumamente responsable a la hora de sostenerla.

—Odio la universidad. —resopló Calliope desde una mesa llena de libretas y libros. —. Samantha, quiero irme de fiesta cuando terminen los exámenes. —fingió que lloraba.

—Sabes que no puedo —me alcé de hombros. —. Tengo un bebé que cuidar.

Ella resopló, y volvió a concentrarse en lo suyo. Ya habían pasado días, y aún no se hacía a la idea de que tenía a Sahara y que ya no podría salir con ella como antes. Al menos ya no me insistía con que la entregara a la policía, eso era un avance.

—Mija, a que no te imaginas cuantas llamadas hemos recibido hoy —dijo la señora George, lucía muy emocionada. —. Hay siete pedidos.

—¡Eso es maravilloso! —exclamé, entusiasmada.

—Sí, pero tengo un problema —dijo, y su rostro se ensombreció. —. Me pidieron preparar cien donas para una reunión esta tarde, y no podré tener a Sahara en la cocina, es peligroso. Y, tampoco confío en dejársela a Arturito, el niño es cuidadoso, pero con los bebés es mejor no arriesgarse.

Presioné los labios con fuerza, y volteé hacia el ventanal. No había sol, y tampoco hacía mucho frío, pero, aun así, sentía que sería una tortura para Sahara el llevarla hasta la salida, y más cargando las cajas de entrega.

—Calliope… —me giré hacia ella.

—Na-ha —negó con la cabeza. —. Tengo que estudiar.

—Por favor, iré corriendo y vuelvo… lo prometo.

—Samantha, mi examen es mañana a primera hora. —se quejó.

—Callie, cuida a la bebé. —ordenó la señora George.

—Pero, mamá…

—¿Qué clase de amiga eres? —cuestionó con reproche. —. ¿No dices que quieres a Sam?

Comencé a negar con la cabeza frenéticamente. Lo que menos deseaba en ese momento era provocar una discusión entre madre e hija. Y tampoco quería interrumpir a Calliope en sus estudios, sabía lo importante que era la concentración para ella a la hora de estudiar, porque solía distraerse muy fácilmente.

—Bien, la cuidaré. —dijo finalmente.

—No tienes que hacerlo, yo la llevaré conmigo. —dije, mientras daba un paso con la intensión de ir a buscar el fular.

—No la llevarás, Sam, es un largo camino, se va a desesperar —se puso de pie, avanzó hacia Arturito y tomó a Sahara de sus brazos.

Ella comenzó a llorar.

—La bebé siente tu mala vibra, venga, echa pa' acá. —dijo la señora George, mientras la tomaba ella. —. Pobrecita, ella te asustó, verdad chiquita.

Volteé a ver a Calliope con una ceja arqueada, manteniendo los labios en una línea recta. Su acción claramente me había molestado.

—Lo siento, estoy muy estresada —dijo en un suspiro, antes de extender las manos hacia su madre. —. Déjame intentar otra vez.

La señora George decidió darle una segunda oportunidad, y esa vez ella se comportó mucho mejor, fue delicada y muy cuidadosa. Tenía mis dudas sobre si era una buena idea o no, pero luego de que la adulta prometiera salir cada cierto tiempo de la cocina para darle un vistazo, acepté y una vez lista, emprendí el camino, luego de prometerle a Calliope recompensarla por todo.

El día se me fue volando, eran siete pedidos y prácticamente tenía que ir de extremo a extremo del centro, era muy agotador, y mis pies dolían, pero el pensar en que tendría una considerada cantidad de dinero para ese día me animaba a seguir. Si seguíamos teniendo pedidos así, quizás más adelante podría plantearme alquilar un apartamento pequeño, en uno de aquellos en los que solo cabía una cama, pero que serviría para poder descansar junto a Sahara.

Para cuando terminé las entregas, ya eran casi las cuatro de la tarde, me sentía tan agotada, que tenía deseos de acostarme en alguna esquina, solo para poder descansar sin tener miedo de quedarme dormida con una bebé en el auto. Si era honesta, mi cuerpo comenzaba a suplicarme descanso, y no podía dejar de sentir admiración por aquellas madres que lo hacían completamente solas. Yo al menos tenía un poco de ayuda.




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