Mi Pequeña Sahara

Capítulo 7

Observaba, sin poder creer todavía que todo aquello fuese real, al hombre que se encontraba sentado frente a mí. Era Allan, coincidimos en el mismo lugar, luego de casi doce años, ¿quién creería que algo así pudiera llegar a ocurrir?

Estaba tan apuesto, lucía como todo un caballero de alto rango, con su vestimenta formal y su cabello peinado hacia atrás con la ayuda de un gel. Mi mirada fue bajando, viendo con atención cada una de sus facciones, hasta aterrizar en sus labios, los cuales se movían, pero no percibía lo que decían.

—¿Sam?

Parpadeé un par de veces y lo miré a los ojos. Él tenía una ceja arqueada, y esperaba por una respuesta.

—Disculpa, ¿qué dijiste? —pregunté, sintiendo como mis mejillas ardían a causa de la vergüenza que sentía por no haber prestado atención.

—¿Qué tal la vida? —preguntó.

Uff, ni qué decirle. Fui echada de un hogar temporal a los dieciocho años porque el gobierno ya no pagaría por mí, conseguí trabajo cuidando a un dulce anciano que me quiso como a una hija, hasta que murió y sus hijos reales me echaron nuevamente a la calle, y terminé viviendo en el viejo auto que él me heredó en su testamento.

—Pasable. —me limité a responder, esbozando una pequeña sonrisa.

Él solamente asintió con la cabeza y, manteniendo los labios apretados, volvió a centrar su atención en la mesa en donde Calliope estaba, y su expresión fue de evidente sorpresa al darse cuenta de que ella ya se había movido de ahí, por lo que comenzó a peinar el lugar con su mirada.

Lo miré extrañada ya que, aparentemente, él estaba muy interesado en mi amiga, lo cual no era extraño, ya que Callie era muy guapa. Pero, se suponía que estaba comprometido con el amor de su vida, así que no entendía a ciencia cierta lo que estaba pasando.

—Es curioso que estés por estos lugares —comenté, tratando de no lucir afectada por su repentina indiferencia hacia mí. —. ¿Quieres hacer negocios?

Él arqueó una ceja, al parecer acostumbraba a hacerlo mucho, mientras me veía con extrañez.

—L-Leí una vez que eras un famoso empresario. —dije, nerviosa.

Obviamente no le confesaría que lo había acosado durante años, buscando toda clase de información sobre él.

—Lo era —respondió, sin darle mucha importancia. —. Ahora me dedico a otras cosas.

Alcé ambas cejas con sorpresa, ¿en serio lo había dejado? ¿qué había pasado? Los medios lo aclamaban como el mejor de todos, incluso los habían galardonado a su padre y a él como los mejores empresarios hechos a sí mismos, ya que el señor Wesley levantó aquella empresa con mucho sacrificio, pero Allan había conseguido llevarla al siguiente nivel. Eran un éxito.

—¿Y a qué es? Si se puede saber. —cuestiono, manteniendo una sonrisa amable en los labios.

—A los servicios de protección infantil. —respondió, y mi sonrisa se desvaneció súbitamente.

—O-Oh, vaya —respondí, un tanto nerviosa, mientras frotaba mis manos por debajo de la mesa.

Disculpen.

Escuché la voz de Calliope y giré el rostro de una manera tan brusca que sentí mi cuello crujir. Ella estaba de pie junto a la mesa, cargando a Sahara en sus brazos. Me observó, parecía avergonzada por interrumpirnos, pero solo con la expresión en su rostro, supe que era importante. Volví la mirada hacia Allan, y un sentimiento extraño inundó mi pecho al encontrarlo viéndola con mucha atención, sin siquiera esforzarse en disimular.

¿Acaso ella le gustaba?

—Allan, ella es mi amiga, Calliope —decidí presentarlos, aunque mi voz salió casi en un susurro.

Y no era solo porque al parecer le había gustado mi amiga, sino que también por el hecho de que, en ese momento, me encontraba frente a la persona que podía arrebatarme lo más preciado que tenía en la vida.

—Es un verdadero placer, Allan —ella sonrió, antes de volverse hacia mí. —. Debo ir a casa de Marisa para completar una tarea, lo siento, no puedo seguir cuidándola.

Ella me entregó a Sahara, y no tuve más opción que recibirla en mis brazos, besando su coronilla, como ya era costumbre. Tomé el valor de alzar la mirada para ver a Allan, y por primera vez, desde que llegó, pude notar una expresión distinta en su rostro, y no era la típica cara que le ponías a una amiga al saber que se había convertido en madre.

Sentí miedo.

—¿Eres su mamá? —cuestionó, serio, bajando la mirada hacia Sahara.

Mi respiración comenzó a entrecortarse, mis manos me temblaban e incluso comenzaron a humedecerse con un sudor frío. No podía decirle que no era su madre, la perdería y seguro terminaría en prisión por no haber reportado el hecho a las autoridades.

—Sí —respondí, tratando de que mi voz saliera firme. —. E-Es mi hija, Sahara Davis.

El asintió con la cabeza, su ceño permanecía fruncido, mientras me observaba y luego a la bebé.

—Se parece a su padre. —añadí, soltando una risita, un tanto nerviosa.

¿En qué estaba pensando?

—¿Tiene un padre? —cuestionó y parecía muy extrañado.

Me mordí la lengua cuando sentí el deseo de responderle que no se había hecho sola, ya que, dada mi situación, tampoco estaba en condiciones de bufar.

—¡Sí, claro! —coloqué a Sahara en posición de parada, recostada contra mi pecho, y comencé a acariciar su cabecita. —. Es un hombre muy apuesto; moreno, esbelto y musculoso, con una hermosa mirada de ojos color esmeralda. —esbocé una pequeña sonrisa tonta al darme cuenta de que estaba describiendo a aquel extraño con el que casi había pasado la noche.

Sabía que era un riesgo mencionar el color de sus ojos, ya que los míos eran azul oscuro y, al tenerlos ella color marrón, él podría sospechar. Pero, por suerte, pareció no prestarle mucha atención a ese detalle.

 —¿Dónde está su padre? —cuestionó, reposando los brazos sobre la mesa.

—Sirviendo al país —me alcé de hombros. —. Se unió al ejército.




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