Mi Pequeña Sahara

Capítulo 8

Habían pasado dos días, y yo continuaba oculta en la habitación de aquel motel de paso, siendo el único lugar al que iba, la tienda de la esquina para comprar leche, siempre con el temor de que, al salir, pudiera encontrarme a los de servicios infantiles en la calle y que ellos me quitaran a mi bebé.

El dinero se acabó, la leche se acabó, y ya no podía seguir escondiéndome por más tiempo. También debía darle la cara a la señora George por haber tomado su dinero, cielos, todo se estaba volviendo una pesadilla.

Me paré frente a la puerta de la repostería y tomé una fuerte bocanada de aire, aferré con fuerza a Sahara contra mi pecho, e ingresé en el lugar. Dos días habían pasado, y tanto Sahara como yo, llevábamos la misma ropa que cuando salí huyendo de ahí.

—¡Dios mío! —exclamó la señora George acercándose a la puerta. —. ¡Aquí están, gracias a Dios!

Parecía realmente aliviada de vernos, y en ese momento entendí lo mal que debió haberla pasado ante nuestra repentina desaparición, ya que, en la prisa de huir, ni siquiera tuve el tiempo de avisarle lo que pasaba.

—¿Dónde han estado? Déjame cargarla —pidió, extendiendo sus manos.

Asentí con la cabeza y se la entregué sin dudar. Ella la recibió con un tierno beso en la frente, antes de comenzar a mecerla suavemente… la había echado de menos.

—Estábamos en el motel de paso, señora George, le prometo que le pagaré su dinero.

—Olvida eso —respondió y comenzó a besar la mejilla de Sahara reiteradamente —. Con que estén aquí, y estén bien, me conformo. Calliope dijo que quizás te habías ido con tu amigo apuesto, pero yo sabía que no te irías sin despedirte —se giró hacia mí, viéndome con ojos cristalinos. —. Temí que les hubiera pasado algo malo.

—Estaba huyendo —le conté, sujetándola del brazo y tirando suavemente de ella para hacer que me siguiera hacia una mesa, en donde le indiqué que debía sentarse, para así hablar más tranquila. —. Mi amigo apuesto, como Callie lo llama, en realidad es de servicios de protección infantil, y estaba aquí para llevarse a Sahara.

Ella amplió los ojos con terror.

—¡No! Pero… ¿por qué?

—Dijo que alguien me denunció, y que ella estaba en peligro social —bajé la mirada para verla, estaba muy tranquila en sus brazos. —. Tuve miedo de perderla, por eso hui.

—¡Santos cielos! —exclamó sorprendida, acomodando a la bebé en su regazo, sin dejar de observarme, perpleja. —. Y, ¿qué es lo que harás?

—Aún no lo sé —confesé, pasando mi antebrazo por mi frente para limpiar el sudor. —. Me gasté su dinero escondiéndome en un motel, y siento que lo único que hago es retrasar lo inevitable, me la van a quitar y no podré hacer nada porque no soy su madre.

—Sam, siéntate —me ordenó, al ver que comenzaba a alterarme. —. Vamos, siéntate.

Decidí obedecerla, y me senté en la silla en donde ella estaba anteriormente. Se posó a mi lado y luego se inclinó para dejar a Sahara en mis brazos; mi pequeña estaba más despierta que nunca, agitando levemente sus extremidades. Esbocé una pequeña sonrisa y tomé su manita, para besar su dorso.

—Ella te ve como su madre, eres la persona que la ha cuidado prácticamente desde que nació —comentó la adulta. —. Eso te hace su madre, no un ADN —ella acarició mi mejilla con ternura. —, dile eso a tu amigo la próxima vez que lo veas.

Sentí como mis ojos se cristalizaban, en tanto asentía con la cabeza. Tenía que plantearme la idea de que en algún momento tendría que entregársela a servicios infantiles, es decir, no podía huir para siempre, mucho menos mudarme a otro lado… estaba perdida.

Sintiéndome derrotada, luego de despedirme de la señora George, volví con Sahara hacia el lugar donde tenía estacionado el auto. Intentaba no llorar, ¡cielos!, ya había llorado demasiado durante casi todo el mes; cada vez que llovía y tenía miedo de que el agua entrara al auto, cada vez que sentía en Sahara un poco de fiebre y era consciente de que en el centro de salud del lugar no tenían medicamentos, y cada vez que veía que la fórmula se acababa.

En dos días cumpliríamos un mes juntas.

Tenía miedo de que todo aquello se acabara, de ya no escuchar su llanto, ni sentir el calor que emanaba de ella cada vez que se quedaba dormida en mi pecho, teniendo ese contacto de piel a piel. Era duro el solo imaginarlo.

Al llegar a mi auto, fruncí el ceño en confusión al divisar un papel en el parabrisas. ¿En serio, una multa? Eso era todo lo que me faltaba.

Me acerqué para tomar el papel y leer de cuanto me saldría, y mi cuerpo entero se paralizó al notar que no era una multa, era una carta. Era corta, un párrafo, cuatro líneas.

“No era mi intención asustarte, tampoco el ser insensible. Solo intentaba ayudar.

Las calles son muy peligrosas para un adulto, ahora imagina un bebé.

Para de escapar y déjame ayudarte. Te dejo mi tarjeta, llámame, Sammy.

Att: Allan Wesley.”

Torcí un poco la boca y bajé la mirada hacia Sahara, quien, atada a mi pecho con el fular, ya se encontraba dormida. Volví a leer la carta, mientras sacaba mi llave y abría la puerta del auto. Sabía que no podía reprocharle nada a Allan, él solo cumplía con su trabajo.

Pero me era difícil, ya que este consistía solamente en poner a salvo a los niños, y ese “poner a salvo” para los agentes, no iba más a allá de quitárselos a las madres y dejarlos en el edificio cede cortando todo vínculo con ellos, para que luego sus superiores procedieran a la reubicación de los menores.

Y ese era el problema a la hora de tratar con Allan; que incluso si no llegase a descubrir que yo no era su madre biológica, podría prometerme dejarme verla, ya que tampoco sabría su ubicación. Y eso lo sabía, porque la señora Tessa me había explicado cómo funcionaba todo, por si algún día quería acoger niños, me decía. Siempre le respondía que jamás lo haría, y que tampoco tendría hijos, así que, ¿quién iba a pensar que ocho años después estaría prendida por una nena que se había robado mi corazón?




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