Mi pequeño bosque

Siempre igual

Viernes 25 de Septiembre,

6:00 a.m.

La alarma suena con un pitido agudo y repetitivo que aturde en comparación de el silencio que acompaña a los que despiertan temprano, incluso sin ver el reloj sé con seguridad que son las seis en punto de la mañana. Las cortinas están cerradas por lo que la única luz en el cuarto proviene del reloj en la mesita de noche y el espacio debajo de la puerta; a pesar de que estoy acostumbrada a despertar tan temprano quisiera volver a dormir aunque sea un rato más, pero sé que eso es imposible, al menos para mí. Un poco de mala gana me siento a la orilla de la cama, me froto los ojos con fuerza (tal vez demasiada) y me calzo mis zapatillas rosas de felpa (regalo de mi esposo, Baco); me levanto de la cama con cuidado para no despertar a mi esposo, aunque sé con certeza que no despertará por nada del mundo hasta que sean las siete de la mañana, y voy a la puerta, la cual tiene un gancho pequeño del cual cuelga mi bata blanca de seda, la tomo y me la pongo.

Abro la puerta y la luz del sol me da directo en la cara lo cual me obliga a cerrar los ojos, poco a poco los abro hasta que mi vista se recupera; toco la puerta del cuarto de Bosco, que está justo frente a mi puerta, giro a la izquierda y atravieso el largo pasillo que lleva al resto de la casa, no paro hasta llegar a la cocina donde veo a mi salvadora: la cafetera. Con gusto repito nuestro ritual secreto (nadie además de mí sabe encenderla correctamente), retiro la pequeña jarra en la que se supone caerá el café, la vuelvo a colocar decisivamente, la retiro una vez más y por último la coloco, esta vez lento y con gentileza, enciendo la cafetera y es entonces cuando el borboteo del agua empezando a calentarse llega a mis oídos; Baco insiste en comprar una nueva, pero a mí me gusta esta, es la primera cosa que tuvimos al casarnos y comprar la casa, la compré con mi propio dinero lo cual la hace aún más especial.

Mientras el café se prepara voy de nuevo al cuarto de Bosco, toco dos veces y abro la puerta, su cuarto, al igual que el mío, está oscuro por lo que voy a tientas hasta la ventana y abro las cortinas; Bosco hace una especie de gruñido somnoliento ya que el sol le dio justo en la cara, voy hacia él y me siento a la orilla de la cama.

-Buen día, mi bosque de paz – le digo mientras le acaricio el cabello, es entonces cuando me doy cuenta de que pronto necesitará un corte – Es hora de levantarse o llegarás tarde a la escuela.

-Mamá, es viernes – dice con los ojos aún cerrados y la voz ronca.

-Eso ya lo sé, cariño.

-Pero, ES VIERNES, ¿no puedo faltar a la escuela hoy? – hace su voz un poco más aguda y pone cara de perrito regañado – Podrías llamar y decir que estoy enfermo o algo así.

-Bosco, sabes lo que opino de las mentiras.

-Pero ¿y si no fuera una mentira? – Abre un ojo y su boca crea una sonrisa cómplice – porque para ser sinceros no me siento muy bien, tengo dolor de cabeza, fiebre y… - él mismo se interrumpe con una tos exagerada y falsa – garganta seca.

-No tienes seis años, eso ya no funciona conmigo – me inclino y le doy un beso en la frente -. Vamos, date una ducha, te iré preparando tu desayuno.

-Está bien. – aunque su tono es de disgusto, su expresión es risueña.

Me levanto para que él haga lo mismo, voy camino a la puerta cuando veo sobre mi hombro y alcanzo a distinguir que se levanta; me sorprendo a mí misma pensando en los tiempos aquellos en lo que solo era un niñito indefenso, un bebé que me necesitaba para todo… Y ahora es todo un muchacho, a tan solo nueve meses de cumplir dieciocho; no puedo decir que no aproveché su infancia al máximo, renuncié a mi empleo para dedicarme completamente a mi bebé, pero tampoco puedo decir que no desearía que hubiera durado un poco más. Vuelvo a la realidad de golpe, cierro la puerta detrás de mí con delicadeza y me dirijo a la cocina de nuevo, el café está casi listo. Empiezo a hacer el desayuno: huevos estrellados con tocino. Saco todo lo necesario del refrigerador y pongo manos a la obra; mientras preparo todo no puedo dejar de pensar (con un poco de enfado, lo admito) que sería lindo si Baco me ayudara de vez en cuando con la casa, sé que trabaja mucho, pero ser ama de casa también es un trabajo cansado y de tiempo completo, soy la que más temprano se levanta y más tarde se va a dormir, amo a mi esposo, pero no puedo evitar tener ese tipo de pensamientos de vez en cuando.

Escucho la puerta de Bosco abrirse y cerrarse para luego distinguir el peculiar chirrido que provoca la puerta del baño completo que hay al fondo, el sonido del agua cayendo me confirma de que se ha metido a la ducha justo a tiempo y eso me tranquiliza. Para ser sincera, Bosco me ayuda mucho aunque sea en cosas minúsculas, hace lo que le pido en el momento, es puntual, es acomedido, saca muy buenas calificaciones en la escuela… es un buen niño, aunque creo que ya no puedo llamarlo de tal forma, ya no es un niño, es un muchacho, pero… para mí siempre será mi bebé. Me doy cuenta de que estoy a punto de quemar el tocino gracias a mi falta de atención (tonta de mí) por lo que apago rápido el fuego y muevo la sartén hacia un lado; por suerte, lo quité justo a tiempo y quedó prácticamente perfecto. Dejo todo como está en vez de servirlo para que no se enfríe.

Veo que el café ya está listo así que me sirvo en mi taza (cada quien en la casa tiene su taza propia: la de Baco es grande y de un color negro mate, la de Bosco es un poco más pequeña y de color negro con el logo de Star Wars en letras blancas, la mía es blanca con el mensaje “Te amo, mamá” escrito con plumón rojo por Bosco cuando tenía diez años), la lleno casi toda, luego agrego leche hasta el tope y por último hecho tres cucharadas de azúcar. Mezclo todo con cuidado para que no desborde y le doy un pequeño sorbo, siento el líquido caliente bajando por mi garganta y llegando a mi estómago lo cual me da una extraña sensación de tranquilidad, sé que el día ya empezó.




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