Sonaba una música instrumental con flautas sintéticas y percusión boba. Parecía diseñada para calmar a gente atrapada en un lugar sin ventanas.
El protagonista estaba recostado en una esquina del ascensor, masticando una palabra vieja que había encontrado tirada en el suelo. Era "melancólico". Tenía gusto a papel vencido, y el acento se le escurría por el labio.
Yo observaba el panel de botones. No tenía números, tenía opciones:
"Introducción abrupta",
"Flashback mal colocado",
"Diálogo filosófico a mitad de batalla",
"Final abierto",
"Pérdida dramática sin sentido",
"Reescribir desde cero (solo disponible en modo Premium)".
—¿Apretaste alguno? —preguntó.
—Toqué "Romance forzado", pero me salió un captcha imposible.
—¿Qué pedía?
—"Seleccione todas las novelas juveniles que contengan ideas originales del siglo XXI".
—¡Imposible! —dijo, sacudiendo la cabeza con resignación.
Ambos suspiramos. El ascensor seguía subiendo, o bajando, o colapsando. Difícil saberlo.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el protagonista.
—¿En plural? Creí que tú eras el nuevo autor.
El protagonista chistó, escupiendo lo que quedaba del acento.
—Ni siquiera sé si esto tiene puertas. Tal vez haya que escribirlas —dijo.
En ese momento una voz irrumpió. Era una voz impersonal, monótona y levemente robótica de los altoparlantes de trenes.
"Estimados personajes: la historia será reanudada en breve. Mientras tanto, disfruten de esta pausa existencial. Si desea un café... imagínelo."
Nuestras miradas se cruzaron. Por un momento, el tiempo pareció editarse solo.
—Un nuevo autor ha tomado el control —dijo el protagonista, como si acabara de despertar dentro de una historia que ya no era suya.