— ¿De qué tienes planeado disfrazarte en halloween, Derek?
No pienso mucho en mi respuesta, me recuesto sobre la hierba y respondo con tranquilidad: — No creo en halloween, no me vestiré de nada.
Nos encontrábamos descansando a orillas del lago Moon, el que está situado a algunos kilómetros de nuestro vecindario, junto a mis amigos, quienes no paraban de chapotear en las cristalinas aguas a excepción de Romina, esa de ojos pardos con cabellera azabache que me miraba sentada a mi lado.
— ¿Por qué no? Creo que será divertido ir a pedir dulces este año, nuevos vecinos se han mudado desde la última fecha.
Suspiro y entierro mis dedos entre las hojas caídas que tapizaban el suelo. Nunca en realidad me había gustado esa fecha, es más, solo acompañaba a los chicos en su recolecta porque Clay lloraba si no lo hacía.
— No, hoy no, Romina —suelto por fin—. Este año serán sólo ustedes cuatro.
Recoge su cabello humedecido sobre su hombro y aparta unas cuantas hojas del pequeño campo en el que estaba sentada. Romina es una chica muy linda, muy, muy linda, no es igual a las demás, ella es aventurera, fuerte e independiente; hace lo que quiere, dice lo que quiere y es totalmente imposible pasar de ella. Me mira de repente con las mejillas un poco sonrojadas.
— ¿Y si te lo pido yo? —inquiere con suavidad, haciendo saltar mi pecho por algún motivo.
Mis labios temblaron al separarse para dar una respuesta sin apartar mis ojos de los suyos, pero de pronto una lluvia de gotas frías cae sobre mi frente. Muevo mis ojos hacia arriba y veo un par de orbes verdes amedrentados que me observan con cierta gracia.
— ¿Y si mejor lo haces por mí? —pregunta Clay.
— ¡Clay, vete de ahí! —grita Sofía, luchando contra su ropa para apresurarse a salir del agua— ¡Deja a mi pareja ideal en paz!
Clay le muestra la lengua y se tumba a mi lado.
— ¿Entonces, vendrás con nosotros?
Suspiro y me incorporo mientras chequeo la hora en mi reloj de muñeca.
— Ya es hora de volver —anuncio, poniéndome en pie mientras sacudo mi ropa— tengo hambre y algo me dice que Boby no cocinará.
Timm y Sofía salen del agua dándose empujones y veo a Romina seguirme.
— Rom —llamo, esta me mira serena—. Por lo que me preguntaste...
Sonríe y levanta su mano frente a mí para pararme.
— Olvídalo, Derek, era una broma nada más ¿nos vamos ya?
Con un suspiro subo a mi bicicleta justo cuando Sofía me encara con los brazos en jarras. Achina sus ojos y niega.
— Eres lento, vas a perderla.
Clay pasa a su lado y la empuja levemente.
— No te preocupes, corazón, yo no voy a ningún lado —suelta, lanzándole un guiño.
— Oh, púdrete, Clay.
Suelta una risa y se gira a verme.
— ¿Entonces vendrás? —pregunta.
— No —suelto firme—, este año puedes llorar fuera de mi puerta todo el día, pero no iré.
Su expresión era de querer soltar una rabieta, pero, en lugar de eso peina sus cabellos rubios hacia atrás y me mira con cierto lamento y diversión.
— Pobre Derek, si tenías miedo durante estos años debiste decirlo —sube a su bicicleta y lanza una carcajada al ver que me estaba irritando— después de todo, no está mal que le temas a los fantasmas...niñita.
Dice lo último por lo bajo, pero lo suficientemente alto para que los chicos le escuchen y rompan en carcajadas haciendo que la vena en mi frente palpite. Gruño haciendo que entre risas todos emprendan marcha huyendo de mi presencia enfurecida que les sigue desde atrás.
— ¡¿Por qué huyen?! —exclamo— ¡¿Le temen a la niñita?!
***
Durante el recorrido hacia mi casa, mientras pedaleo por las calles del vecindario, el sol arde en el punto más alto del cielo azul, los deliciosos olores de los diferentes almuerzos en cada casa inundan mis fosas nasales y veo como fuera, en los patios, naranjas calabazas salpican el verde pasto mientras los vecinos decoran con faroles tétricos los árboles y lo niños cuelgan fantasmas de papel en las puertas. Halloween es una fiesta tan amena como navidad, además, anuncia la esperada llegada del fin de las clases. Es muy tentador, pero este año no me encuentro nada animado.
Al llegar a mi casa veo a mis cuatro amigos sentados en el porche lanzando chistes y planeando sobre qué disfraces vestir. Les veo mal pero ignoran mi notable mal humor.
— Te estábamos esperando —dice Sofía— tenemos hambre, hoy comeremos en tu casa.
Ruedo los ojos y bajo de mi bicicleta.
— Andando.
Al entrar casi doy un traspié al ver a mi hermano en la cocina. Vestía con su usual ropa completamente negra, con el delantal de hello kitty de mamá y sostenía en su mano adornada con pulseras de cuero y anillos de plata la cuchara de madera con la que mezclaba la aparente sopa. Le veo con una enorme confusión y al notar mi presencia sonríe.
— Has vuelto temprano, pequeña cosa, el almuerzo estará en unos minutos.
Clay sonríe y señala su delantal.
— ¿Qué es eso? No te queda.
Sofía peina rápidamente su cabello y con los ojos brillantes como luciérnagas y las mejillas como tomate le mira con cierto delirio.
— ¡Eso te queda tan hermoso, Boby! —halaga— ¡Es muy lindo!
Mi hermano baja la vista a su vestuario y le dedica una de sus sonrisas menos tenebrosas.
— Eres tan dulce como las mentiras en labios impostores, Sofía. Pueden ir a la sala, llevaré la comida en un momento.