Hola y lamento si lees esto sin ser editado, está sacado de mi alma y lamentablemente no tiene corrección ni edición previa, así que perdón.
Esta es la historia de un final, de un injusto y cruel final. Pero antes de llegar a eso, intentaré contarles cómo pase por todo esto.
Vivo en Argentina, nací en la ciudad de Buenos Aires, podría decir que estando en esa provincia no me faltó nada. Yo era una niña que se enfermaba mucho de problemas respiratorios, una vez me quedé sin aire y morada, parecía que había olvidado como respirar.
Mis padres se separaron y terminamos con la custodia de mi madre, entonces nos vinimos a vivir a la provincia de Tucumán. Ese fue el primer final que tuve, dejar mi vida en una ciudad para ir a vivir al pueblo en el que mi madre se crio y en el que mi abuelo seguía. Fue muy duro para mi, entender que mi papa ya no iba a estar con nosotras y que las llamadas por su parte tardarían en llegar siempre.
Sin importar esto, fuimos a vivir a la casa de mis abuelos, estaba en un pueblo pequeño que nadie conocía casi pero del cual me fui encariñando mientras crecía. La casa de mi abuelo había sido construida con sus propias manos cuando mi madre apenas tenía 10 años, sólo teníamos un cuarto pero para mí eso era inmenso. Me enamore de mi abuelo y la casa en cuanto los conocí, sentía que por primera vez (después de tantos alquileres en buenos aires) había encontrado mi hogar.
En mi casa no había muchos lujos y al estar en el campo todo quedaba más lejos pero me sentía muy afortunada, desde el momento en que me despertaba a las 6 a.m para empezar a alistarme y escuchaba el clásico quiquiriquí de los gallos… mi casa era la más lejana así que si quería llegar temprano a algún lugar debía salir una hora antes pero eso no me importaba. Recuerdo mucho de mi niñez, recuerdo al abuelo que se sentaba en el patio a contarme sus historias hasta que mi mama volviera de trabajar, o la vez que me enseño que debía barrer todo seguido y después de otra forma, o también cuando me quedaba enferma y tenía que cocinarme.
Aprendí mucho de él, entendí porque amaba tanto ese hogar y lo mucho que nos amaba por dejarnos algo tan preciado. Mi abuelo sólo vivió unos años con nosotros hasta que murió y sí, me ahorro a hablar de lo triste que me puse cuando eso sucedió. Cuando el murió sentía que mi hogar era la conexión más grande que teníamos y que, como nieta favorita, debía protegerla porque sería mi herencia. Crecí sin ser una adolescente problemática y enfocaba todas mis energías a estudiar y simplemente “estar en mi hogar”.
Lo que más me gustaba de mi casa era que podía ser y estar donde quiera, desde pasarme horas en el patio sentada simplemente observando el cielo a sentada en la rama de un durazno para ver a la gente pasar. Siempre me gusto dibujar e imaginar historias en mi mente, así que solía inspirarme y sentirme parte de lo que me rodeaba aun sin hacer nada.
Los recuerdos que tengo de mi hermana conmigo allí son también un gran tesoro para mí, ella fue la siguiente en irse, pero en este caso volvió a Buenos Aires para estar con mi padre. Nosotras pasábamos tiempo viendo nuestros programas, jugando en el patio a las muñecas, conversando, cantando, creando mundos que solo a las dos nos pertenecían. También me sentí muy triste, pero sabía que ella estaría bien y eso sería un gran consuelo.
Quedamos solo las dos, las navidades y cumpleaños no eran lo mismo, pero seguí siendo feliz porque estaba en mi hogar y porque mi madre y mis mascotas estarían conmigo. Cuando termine la escuela secundaria tuve que decidir que estudiar, hacerlo implicaba ir a un instituto que quedaba a más de 20km de mi casa. Igual desde niña siempre tuve fe en que quería tener un trabajo para así poder vivir en mi casa cómodamente.
Nunca había pensado, que esta decisión iba a tener tanta repercusión en mi destino. Estudie y estudie, llevaba un año de carrera cuando volví un día a mi casa y encontré con que nos habían robado, mi casa tenia rejas en la galería y candados en las puertas, no nos había pasado algo así en los 11 años que vivimos y sinceramente me sentía muy mal. Pensé que después de ese robo, no podía pasar nada peor, pero me equivocaba… siempre fui una joven aplicada que se esforzaba al máximo en lo que hacía, es por eso que no dejaría el instituto, así que una amiga de la familia me dejó quedarme en su casa mientras mi mamá se quedaba en la nuestra.
Aún puedo recordar como mi mamá me había mandado una canción y me contaba que todo estaba bien, hasta que ella me llamó por teléfono muy asustada contándome que habían pegado un tiro justo en la habitación en la que estaba. Yo estaba aterrada, no podía parar de temblar pero llamé a un vecino cercano e intente comunicarme con la policía (la cual no dio ninguna solución)… fue la peor media hora de mi vida, mi mamá estaba lejos de mí y unos tipos habían intentado hacerle daño, gracias a Dios nada malo le pasó esa noche.
Mi hogar dejo de ser seguro, nos convertimos en objetivos de un grupo de delincuentes que la justicia hoy en día no ha sido capaz de atrapar. Esto que acabó de contar ocurrió en el 2018 se llevaron a cabo las denuncias correspondientes pero la justicia no logró nada. Por nuestra seguridad comenzamos a vivir de prestado en la ciudad en la que estudiaba, nos robaron al año siguiente, de nuevo abriendo las rejas y sacando pocos objetos materiales.
En el año 2020, en medio de una pandemia, nos robaron: la bomba de agua, los cables de la luz, puertas, ventanas y muchos objetos materiales de la casa. Ese día que fuimos al llegar solo podía pensar que sí nos habían robado pero no podía creer que ya no teníamos puertas y ventanas… me sentía destrozada, no teníamos cama en donde dormir, sólo nos dejaron un colchón… fue la noche más larga y helada que tuve. Llamamos a la policía, se hizo la denuncia, al no tener testigos y nadie querer contar lo sucedido… quedo en la nada.