Sus salidas por la ciudad paseando con Ciro se hacían cada vez más frecuentes y en el mismo horario, todas las tardes salía a manejar bicicleta para conocer bien todo el lugar. De todas maneras y aunque no lo quiera, permanecerían allí por un largo año y por esa misma razón tomaba ciertas medidas de seguridad.
Cada cierto tiempo activaba su radar, un campo de fuerza que le permitía sentir las diferentes energías de los seres vivos a su alrededor, diferenciando la naturaleza de cada uno. Con ello trataba de evocar aquellas auras que la seguían sin descanso, sintiendo el alivio al no detectarlas a su alrededor. En realidad, no sentía ninguna aura mágica conocida, las hadas y dríadas preferían estar rodeadas de vegetación, en bosques y praderas donde podían camuflarse con facilidad.
Sin embargo, si había ciertas presencias que no lograba identificar. Se escondían bajo mantos de piel humana, aparentando por fuera ser uno de tantos que caminaban por las calles rumbo a sus casas o trabajos. Estos eran criaturas diferentes, más inteligentes y pensantes que han vivido por siglos entre los ciudadanos como uno de ellos. Y aunque se ocultaban muy bien, ella podía tener vistazos de sus verdaderas apariencias.
En su habitación los dibujaba, todos con diferentes formas y tamaños, colores y auras. Había unos de cuerpos grandes e hinchados, piel verde y llena de verrugas. Otros más delgados y altos, pieles pálidas y lisas, con orejas puntiagudas y narices chatas. Solo se dejaba maravillar por aquellas criaturas desconocidas porque, a pesar de conocer muchas de ellas, nunca había vistos especies como esas en ninguna de las tantas mudanzas a lo largo de su vida. Al caminar por las calles, se sentía como en la película de Los hombres de negro, cuando el agente K se daba cuenta que aquellos alienígenas que debe proteger siempre han estado camuflados a su alrededor.
En sus salidas encontró el que sería uno de sus lugares favoritos, la dulcería, ese lugar maravilloso lleno de las más deliciosas y variadas golosinas para todos los gustos. No estaba demasiado lejos de su casa, pero debía hacer un par de desvíos y cruzar algunas calles concurridas por vehículos de mayor tamaño.
Mientras, en casa hacía lo mismo de siempre, aseo y ordenar su habitación. En el tiempo libre ya no encontraba con qué entretenerse, los libros se le habían agotado y no hallaba más para distraerse. Cada cierto tiempo buscaba la manera de entrenar a escondidas de sus padres y del resto de los vecinos, ocultándose en su patio con un hechizo de invisibilidad.
—Mami, ¿te puedo pedir un favor? —indagó Naomi con dulzura.
—Depende, ¿ya hiciste lo que te encargué? —preguntó mirándola con intensas amenazas.
—Desde luego —contestó—, todo, todito, todo.
—¿Qué quieres?
—Hacer algo productivo por mi vida —exclamó Naomi suplicante—, clases de algo, música, origami, karate, lo que sea. ¿Puedo?
—¿Ya no has estado en muchas de esas academias? —replicó Nilsa blanqueando los ojos—. Según recuerdo el año pasado y el anterior a ese fue música, antes de ese estuviste en uno de arte, y antes en un curso de Natación. ¿Qué más sigue?
—No sé, pero yo misma lo busco, ¿sí? —suplicaba con ojitos tristes.
La ansiedad por salir y hacer algo de verdad entretenido antes de iniciar clases le estaba cobrando factura, y el estrés causado por el calor sofocante del día solo empeoraba su situación.
—No sé, la verdad —dijo Nilsa pensativa— y no digo que le preguntes a tu papá porque sé que dice que sí de una.
—Mami, no seas así…
—Ni siquiera sabes qué piensas hacer, ¿Para qué pides permiso? —interrumpió su lloriqueo.
—¿Si encuentro algo, lo pensarías? —preguntó Naomi esperanzada.
—Tal vez…
—Listo, ya vengo —interrumpió esta vez Naomi, saliendo dando pequeños brincos de emoción— Vamos Ciro, demos un paseo.
—Esta niña —suspiró resignada.
Dos horas de infructuosa búsqueda la dejo cansada y agobiada, pensando que tal vez aun le faltan muchas cosas por ver de aquel lugar. Pero por cuestiones del destino, a lo lejos vio un par de chicos con chamarras y gorros con estampados animes repartiendo volantes.
—Clases de dibujo manga a partir de la semana entrante —decía la chica—, la inscripción y primeros días de clases son gratis, y si les interesa el tema obtienen un 20% de descuento presentando estos volantes.
Al escuchar aquello no lo dudo, vio su oportunidad y no pensaba dejarla ir. Tomó dos volantes de inscripción, uno para mostrar y uno por si acaso ese se dañaba. Regresó a casa con nuevas esperanzas, mostrando orgullosa aquel folleto sobre la academia de arte y su nuevo curso de técnica manga para principiantes.
—¿Puedo? —suplicaba a sus padres— La inscripción es gratis y dan un 20% de descuento si muestro este volante. ¿Sí? Anda, digan que sí.
—Pero es que…
—Yo lo pago —interrumpió al ver la indecisión en los ojos de Félix— tengo algunos ahorros y puede durar hasta que entre a clases para iniciar otra vez con mi trabajo. ¡Porfis!
—Si es así… —dijo Félix.
—Está bien —aceptó Nilsa con un suspiro—, podrás inscribirte si con eso dejas de molestar.