Naomi siempre pensó que los primeros días de clases eran, en definitiva, los peores de todos. Había quienes se le acercaban para tratar de entablar una conversación con ella, pero con toda la amabilidad que podía fingir siempre les saca el cuerpo con alguna excusa rebuscada, mientras que otros solo pasaban de ella o empezaban a hablar a sus espaldas. No todos insistían después del primer rechazo, algunos intentaban hasta una tercera vez con acercamientos casuales, dándose por vencidos al no tener la respuesta que esperaban por parte de ella.
Trataba de prestar toda la atención a sus profesores, su rendimiento académico era su única «preocupación mundana» por lo que no tenía excusas para no rendir en ello. Durante los recesos se concentraba en sus dibujos, escuchaba música, leía uno que otro manga y entre veces se quedaba en el salón practicando su técnica japonesa. Aun así, había algo que la molestaba, el cosquilleo en su nuca persistía todos los días indicándole que estaba siendo observada, y nunca se equivocaba.
Aquel chico no dejaba de mirarla, aunque no podía evitar sentir un poco de alivio al ser solo eso, observaciones en la lejanía. Sabía que quería hablarle como lo hizo ese día frente a su casa, pero se limitaba a pasar las horas libres con sus amigos y agradecía que no intentara más nada.
Sin embargo y para su mayor desgracia, partir de la segunda semana todo cambió. Trataba de acercarse a ella en los momentos en que el profesor se iba para el cambio de clases, pero siempre veía la manera de zafarse de él. Al notar sus intenciones se levantaba con rapidez para salir del salón, iba al baño o a cualquier lugar siempre y cuando no se topara con ningún profesor hasta ver que el asignado a su clase se aproximaba.
De esa manera logró esquivarlo muchas veces, pero seguía insistiendo e incluso trataba de hacerlo en la academia. Allí, por fortuna, había logrado cambiar de asiento con uno de sus compañeros del fondo, a solo dos puestos de ella. No obstante, seguía sin poder hacer ningún avance, estaban obligados a permanecer fijos en sus puestos durante las explicaciones y el taller. Su insistencia la estaba cansando, y si era necesario seria grosera con él con tal de alejarlo de forma permanente.
«Es peligroso estar cerca de mí»
Tres semanas de clases habían trascurrido y ya estaba harta del lugar y su gente, los cuchicheos sobre ella y su distanciamiento la tenían abrumada, el calor sofocante del aula y lo cerrado de su uniforme la asfixiaban, además, Elías seguía con su insistencia. Todo eso la tenía de mal humor, estresándola en nuevos niveles de forma innecesaria. Ni siquiera los intentos de Ciro por apaciguar su malestar funcionaba, pero no despreciaba sus cariños caninos, todo lo contrario, los agradecía y correspondía.
Ese día despertó en medio de un mar de sudor, en últimas se vio obligada a dormir con la ventana abierta y en ropa interior. El calor que sentía por las noches era demasiado para lo que estaba acostumbrada, según los reportes del clima las temperaturas llegaban a los 40ºC y las lluvias demoraban un par de meses más.
—Esto es un infierno —se quejó a viva voz.
Se duchó como siempre para ir a la escuela, agradeciendo que ese día tenía que llevar el uniforme de deporte, el cual es mucho más fresco que el horroroso jumper de diario. Desde la segunda semana permitía que sus padres la llevaran en el auto familiar, dejándola a solo una calle de la escuela, no quería llegar sudorosa más de lo normal y esperaba guardar sus energías para caminar de regreso a casa.
Se distrajo al entrar, contemplando un par de figuras desconocidas enfrente del portón de la escuela. Aparentaban ser dos adolescentes de su misma edad, con uniformes de otra escuela no muy lejana a esa, sin embargo, el detalle que llamó su atención fueron sus verdaderas apariencias. Sus cuerpos eran larguiruchos y delgados, extremidades largas y piel amarillenta. Se cubrían bajo un manto neblinoso que los ocultaba del ojo humano, pero no del de ella. Trató de disimular al notar que desviaban su atención a ella, grabando tanto como podía sus facciones para poder pintarlos en su cuaderno más tarde.
No era la primera vez que veía algo así, eran casi tan regulares como los humanos, pero nunca se atrevió a acercarse. No tanto por sus absurdas reglas, las criaturas mágicas no aplicaban para ello, sino por lo desconocido de su reacción. No sabía si en algún momento de sus vidas entre los seres humanos alguno los haya reconocido, vistos como son en realidad y tampoco le daban ganas de averiguarlo.
—¡Naomi!
Estaba tan absorta en aquellos dos sujetos que no lo notó hasta que choco con él, su frente se estrelló contra su pecho. Era Elías.
—Lo siento, no te vi —dijo de forma apresurada mientras acariciaba su frente.
—Lo sé, y lo siento, debí quitarme para que no te estrellaras —contestó apenado— ¿Te dolió?
—No es nada, tranquilo —expresó con indiferencia para luego rodearlo y seguir su camino.
—He visto tus dibujos en clases —habló con rapidez alcanzándola agrandes zancadas— de verdad son increíbles. ¿Ya habías dibujado antes manga?
—No —se limitó a decir.
—En cambio soy muy malo todavía —añadió Elías nervioso— ¿Podrías enseñarme? De verdad quiero aprender a dibujar manga, te pagaré por las clases. ¿Qué dices?
—¿Quieres aprender? —indagó deteniéndose para encararlo— presta más atención a las explicaciones del profesor y deja de mirarme, es incómodo y fastidioso de verdad. Te lo agradecería.