No sabía si estaba haciendo lo correcto, mil dudas le carcomían desde dentro. Esperaba no estar tomando una mala decisión, lo que menos quería era lastimarlo y lastimarse a sí misma, por algo se obligó a seguir todas aquellas absurdas reglas por tanto tiempo.
La inseguridad era uno de sus más graves defectos, y era una cualidad que la había perseguido a lo largo de toda su vida, pero por primera vez sentía estar segura de algo: si quería estar con Elías, como amiga o compañera, pero quería pasar más tiempo a su lado. El día de su cumpleaños fue un sueño, sería solo el inicio de recuerdos maravillosos dentro de la oscuridad que llenaba su existencia.
—¿Naomi? —la voz de su madre la trajo de vuelta a la tierra— se te enfría el desayuno y se hace tarde para ir a la escuela, ¿Qué tienes, cariño?
—No es nada —contestó con rapidez— solo que estaba tratando de recordar si tenía algo pendiente en la escuela, es todo.
—¿Segura? —insistió Nilsa— ¿No tiene nada que ver con el chico rubio de ayer? ¿Elías es que se llama?
—Sí, ese es su nombre, y no, no tiene nada que ver con él —sentenció Naomi tratando de desviar la mirada— sigue siendo solo un compañero de clases, además de acosador.
Un profundo suspiro fue emitido por Nilsa, y Naomi sabía al pie de la letra el discurso que se venía encima. ¿Qué más daba? No sería la primera vez.
—No empieces, mamá —se apresuró a decir al tenerla justo a su lado— ya voy tarde para la escuela.
—Me tomará solo dos minutos —acariciaba con dulzura la mejilla de su hija, tierna y protectora a la vez—, dime algo, ¿Cuántas veces en la vida encontrarás un chico como él? Sé muy bien lo que haces, estoy segura que has rechazado a todos para evitar encariñarte, pero de todas formas el siguió adelante y te dio un muy hermoso detalle ayer.
—Y espero que esta sea la última vez que suceda —contestó indiferente—, no quiero más Elías en mi vida.
—¿Y si te quedas con un único Elías? —indagó Nilsa sonriente.
No estaba para escuchar fantasías que deseaba se cumplieran, no hacía más que lastimarla y llenarla de falsas ilusiones. Para ella, por más que pasara el tiempo y las cosas con Elías mejoraran, la idea de no encariñarse debía permanecer inherente en su mente. Aunque claro, también era consciente que muy probablemente ya sea un poco tarde.
—¿De qué locura estás hablando, mamá? —por completo escéptica y un tanto molesta, Naomi no veía agradable el rumbo que estaba tomando aquella conversación.
—La esperanza no es una locura.
—Por supuesto que no —añadió con ironía—, es solo un falso idealismo.
Se levantó para dejar los trastes en el lavamanos, necesitaba salir de allí lo antes posible, más para alejarse del sermón de su madre que para ir de verdad a la escuela.
—Nena, solo escúchame una vez, ¿Sí? —dijo Nilsa— ya sé que estas cansada de oír lo mismo todos los años, pero nunca nos cansaremos de repetirlo. No queremos verte sola, no mereces vivir así.
—¿Qué más puedo hacer?
—Este año puede ser diferente, ¿no lo habías siquiera pensado? —inquirió con seguridad en su mirada— Estamos casi a mitad de año y todo está… perfecto. Solo piénsalo, linda. Si las cosas siguen así hasta final de año, tal vez nos quedemos más tiempo aquí.
—Eso sí sería una locura.
No quería aceptarlo ni mencionarlo, pero si había pensado aquella posibilidad muchas veces. Sus visiones, sus pesadillas, el mismo sonambulismo y aquel chico habían desaparecido de su cabeza desde hace algunos meses. Sumado a ello, el alivio que sentía al no captar aquellas presencias cerca de su nuevo hogar. Por ahora, estaban a salvo y esperaba que se mantuviera así todo el tiempo que sea posible.
La llegada a la escuela la puso nerviosa, por verlo y saber que se acercaría a ella con su típico descaro sin poder negarse a ello esta vez. No se lo había dicho ni prometido de forma explícita, pero tampoco le dejó en claro que lo rechazaría de nuevo. No podían vivir con esa incertidumbre, por lo que esperaba tener el valor suficiente para tomar una decisión y decirla sin titubear, independiente de lo que elija.
—Buenos días, preciosa —susurró Elías abrazándola por la espalda— ¿Qué se siente estar un año más vieja?
—Ya vas… —suspiró, pero esbozando una sonrisa— es muy temprano para decir pendejadas, ¿Sabes?
—¿Hay un horario para eso? —preguntó divertido.
—Ya suéltame, baboso —forcejeo entre sus brazos— no quieras ganarte un golpe.
—¿Por qué tienes que ser tan gruñona? —susurró mientras ocultaba su rostro en el espacio de su cuello— hieres mis sentimientos.
—No sabía que los acosadores tenían sentimientos —murmuró Naomi de forma entrecortada.
Sus suaves caricias y el cálido aliento rosando su piel le hacía estremecer en su interior, sentía el rostro acalorado y el corazón desbocado por la rapidez de sus latidos.
—¡Oye! —susurró nerviosa— ¿Qué… qué crees que haces?
—¡Quererte! —contestó reforzando el agarre en su cintura.
—Entonces no me quieras tanto en público —recriminó con falsa molestia, esperando no ser observados por algún profesor— estamos en la escuela, ¿lo recuerdas?