El clima de la ciudad estaba siendo cada vez más agradable, las lluvias continuaban y el frescor de la noche era delicioso. La demorada tortura inicial del año estaba valiendo la pena, ya no necesitaba del aire acondicionado del salón de clases con tanta desesperación, pero igual disfrutaba del frio que este les otorgaba. Y, eso no era lo único que estaba mejorando, sus relaciones interpersonales iban de maravilla. No significaba que tuviese muchos amigos, eso aún seguía siendo una regla importante. ¿Qué era lo diferente? Elías.
Aquel chico rubio, de dulces ojos negros con un inusual y seductor brillo en ellos, era el único que se atrevía y podía mantener una conversación duradera con ella. Los demás no eran más que un saludo de cortesía, una respuesta a cualquier pregunta o solo por obligaciones académicas. ¿Pero por qué era diferente?
Todo en él era diferente. Su forma de tratarla, de sonreírle, de insistirle en todo momento, de mirarla. Eso ultimo la tenía embobada, por completo ida de este mundo. En su habitación durante varias noches de ocio, se empeñó en hacer un retrato especial. No era por trabajo, de esos hacía muchos en los últimos meses y de todo tipo. Este era personal, un dibujo hecho no solo con sus manos, sino con los recuerdos de su corazón. Visualizaba todos esos detalles que le gustaban de él, su cabello ondeando con la brisa de la mañana, sus mejillas y labios rojos por el frio del salón al que no se acostumbraba, y su linda sonrisa.
No era el primero, tal vez el tercero que hacía de él, pero si estaba convirtiéndose en su favorito. Los guardó en su colección especial, allí donde tenía los dibujos de sus seres más queridos en el mundo. Era la más pequeña, nunca había creado lazos afectivos con nadie que no fuese sus padres, salvo Niddeck, algunas hadas y ahora Elías.
Durante las clases cada quien ocupaba su lugar, dándose pequeñas miradas furtivas llenas de complicidad. En los ratos libres se dedicaban a charlar, leer y seguir con las clases de dibujo personalizadas. El trabajo de Elías mejoraba cada vez más, convirtiéndose en su nuevo asistente personal. Los pedidos de retratos y demás dibujos se multiplicaban, cada vez llegaban más chicos de otros grados buscando su ayuda. Una pintura para el proyecto de arte, un retrato de los padres de alguien para regalo de cumpleaños, una pancarta de aniversario, entre otras cosas. De todos los tamaños y para todos los gustos.
—En la clase de hoy aprenderé a… —decía Elías en tono burlón— ¿Qué me enseñarás hoy, mi querida y linda Naomi?
—A cerrar el hocico y dejar de ser tan lamebotas —contestó en el mismo tono y mirada inocente— ¿Te interesa?
—Pero cuanta agresividad —replicó entre suaves risas— ¿Qué desayunaste, alacrán?
—A la plancha, con salsa BBQ y la sangre de mis enemigos.
—¿Y el loco soy yo? —interrogó con fingida indignación.
—Desde luego.
Cada vez se sentía más cómoda con él, como si nunca hubiese pasado horas y horas alejada del resto del mundo. La soledad se había convertido en una vieja conocida, algo muy lejano, casi como si le hubiese sucedido a alguien más y no a ella.
Faltaban tan solo un mes para el final de ese segundo periodo, mucho más corto que el primero. Los exámenes se avecinaban como una tormenta, el temporal se lograba divisar con rayos y centellas, o eso decían los murmullos histéricos de quienes estudian a última hora. Sin embargo, y al estar siempre los dos solos, se dedicaban a reírse de aquellos comentarios fatalistas en sus horas de recreo.
—Chicos, presten atención —vociferó Lara emocionada— dentro de un mes y unos pocos días será el fin de este periodo, y por fin saldríamos de vacaciones.
Bitores y silbidos de alegría sonaron en todo el salón, la emoción del descanso mental de mitad de año era algo esperado por todos, con ansias y a veces con desesperación.
—Calma niños —dijo Lara— para este año, yo misma hice una petición al comité que está organizando el acto cívico, en donde nos postulé para realizar una función de baile para cerrar el evento. ¿Qué les parece?
Risas emocionadas fueron la respuesta que Lara esperaba, la mayoría de las chicas estaban dispuestas a participar, menos una por supuesto, Naomi. Una coreografía llamativa presentada a toda la escuela el último día de clases de la primera mitad de año, eso y con toda seguridad, el vestuario que tendrían que usar la pondría en el centro una vez más, como si de un cartel de neón se tratara.
La mirada emocionada de Elías se posó sobre ella, sonriendo con ilusión y acercándose cada vez más a ella. ¿Trataba de seducirla para chantajearla y convencerla de unirse a esa nueva actividad extracurricular? Sí, pero no se dejaría, no tan fácilmente.
—Ni en sueños —susurró ella.
—¿Por qué? —indagó Elías a su lado con curiosidad— a mí me gustaría verte bailar.
—Gracias, pero no gracias —comentó decidida.
—Vamos, no seas amargada —insistió sonriente.
—Me gusta ser amargada —sentenció mirándolo con ojos entornados en señal de amenaza.
—Aunque te ves de verdad adorable refunfuñando y mirándome como si quisieras sacarme el corazón —agregó entre risas—, te verías más hermosa sonriendo y divirtiéndote, solo inténtalo, ¿Sí?
—Si tanto quieres, hazlo tú, yo no lo haré.