Mediados de junio, inicio de vacaciones, lluvias y aire fresco.
Naomi se sentía cada vez más tranquila, habían pasado la primera mitad del año sin accidentes ni avistamientos de ningún tipo. Sin embargo, su sentido de alerta siempre estaba atento a cualquier cosa. Todas las noches, sin excepción, activaba su tan preciado «radar», encontrándose con solo auras humanas y algunas mágicas, las mismas criaturas que veía por la calle. Inofensivos, tímidos y algo extraños.
Aun así, había algo que la mantenía muy pensativa, la mudanza.
Cada momento que pasaba junto a Elías le dolía en el pecho, era un día más cerca de irse y dejarlo atrás, un día más cerca de su inevitable despedida. Por momentos se recriminaba el haber caído tan con tanta facilidad, debió aumentar sus barreras en vez de bajarlas. Pero, por otro lado, no se arrepentía de nada en absoluto. Temía que llegara ese día, pero la estaba pasando tan bien con él que quería olvidar ese tema.
Recordó las palabras de su madre ese mismo día después del último ensayo, el día en que casi da su primer beso con el chico que tanto le movía el piso. Había estado distraída en la cena, pensando en lo que estuvo a punto de pasar, analizando si debería permitir que continuara o solo detenerlo de forma definitiva. Una decisión que hace poco le hubiese parecido obvia, ahora era la mayor duda que no podía resolver. «¿Cómo llegué a esta situación?» pensaba con inquietud.
—¿Qué tienes, nena? —indagó Nilsa entrando en su habitación— ¿Pasó algo en la escuela que quieras hablar?
—No, mamá —contestó con una sonrisa ladeada— no ha pasado nada, toda va muy bien.
—¿Segura? —insistió— estuviste en otro planeta durante la cena, ¿Qué te preocupa?
Sabía que pese a sus intentos por decir lo contrario, no lograría sacarle esa idea de la cabeza a su madre. Suspiró resignada a hablar.
—Precisamente eso, mamá —desvió la mirada al dibujo que tenía en frente— todo va demasiado bien, muy bello para ser cierto.
—Cariño, no te des mala vida por cosas que aún no pasan —expresó Nilsa.
—Pero pasarán —dijo Naomi con seriedad, sintiendo una punzada en su pecho— al final de año igual nos mudaremos, nos encuentren o no.
—Naomi, linda, mírame —exigió Nilsa en tono dulce, tomándola de las manos con suavidad— sé que temes que algo suceda, nosotros también, pero no puedes cerrarte a todo lo demás por eso.
—Lo sé, pero… sigo sin verle sentido —comentó dolida— nos mudaremos de todas formas, ¿Cierto?
—No podemos bajar la guardia, ellos siempre encuentran la forma de encontrarnos —explicó Nilsa, viendo como el semblante de Naomi decaía con cada palabra— sin importar cuanta precaución tengamos, cada medida de seguridad que implementemos, ellos siempre dan con tu rastro.
—Ya lo tengo más que claro…
—Pero —interrumpió Nilsa con una sonrisa— han pasado seis meses y no hemos sabido nada de ellos, ni un pequeño rastro. ¿Eso no es lo que esperabas?
El brillo y el tono de voz emocionado de su madre no terminaba de cuadrarle con lo que decía, era como si se estuviese contradiciendo ella misma, y no estaba entendiéndole. ¿A dónde quería llegar con todo eso?
—¿Qué quieres decir? —inquirió con curiosidad.
—Quiero decir que —hizo una pausa— he estado hablando con tu padre sobre esto, sobre todo lo que ha pasado en el año, tu cumpleaños, tus sesiones de estudio, tus nuevos amigos, y… nos encanta verte así de animada.
—Ha sido divertido —comentó con expresión indiferente— pero nada es para siempre.
—Pero puede durar más de un año —aseguró.
—¿A qué viene eso? —frunció el ceño.
—A que, si de aquí a final de año ellos no dan muestras de vida, podremos quedarnos más tiempo —dijo con emoción— por obvias razones mantendremos todo preparado por si algo extraordinario ocurre, pero por el momento podemos vivir tranquilos aquí. ¿No te gustaría? No eres la única que detesta tener que mudarse a cada rato, ¿sabes? Esos viajes me dan mareo y dolor de trasero.
Sí, claro qué sí le gustaría, más que eso la idea le encantaba. Significaba más tiempo con Elías, más días a su lado, aguantando sus malos chistes, enseñándole a dibujar, viéndolo reír y sonreírle con tanta dulzura. Era lo que más quería, pero en su cabeza las dudas y el miedo le atormentaban cada vez que veía un rayo de felicidad.
—¿Qué tan seguro es? —indagó escéptica— ¿Qué les dice a ustedes que podremos hacer tal cosa?
—Nada es seguro en esta vida, cariño —Nilsa acariciaba sus mejillas, tratando de calmarla y que creyera en sus palabras— es solo una posibilidad, una muy prometedora. Ten fe, nada perdemos con tenerla.
Esperaba con todo su corazón que sus palabras se cumplieran, aquella conversación le había dado más calma y paz de lo que imaginaba. Esos primeros días se sentía muy a gusto consigo misma, con todo en realidad. No pretendía confiarse, ni bajar la guardia ante los posibles peligros que aguardan en las sombras. Aún debía proteger de ellos a Elías, esa era su nueva prioridad. Pero si disfrutaba más las pequeñas cosas que la vida le daba, se soltaba más, estaba abriendo sus emociones al mundo y Elías lo estaba notando.