Las vacaciones, como todo en la vida, no son eternas y por ende se acaban tarde o temprano, aunque para Naomi parecía que fue demasiado pronto. Las disfrutó mucho, sin duda alguna, las primeras que puede catalogar como divertidas y tranquilas. Por lo general, a esas alturas del año ya habría tenido por lo menos un enfrentamiento con alguna criatura mágica. No los sabuesos infernales en específico, ellos la seguían sin cansancio sin importar que se esconda aún debajo de las piedras. Su sangre, su propia naturaleza atraía a toda clase de criatura, y no todas eras buenas.
Desde muy pequeña y pese a los intentos de sus padres por ocultarlo, su mundo y todo lo que en él había se mostraba ante ella. Hadas, elfos y diversas criaturas del bosque la buscaban durante las noches, jugaban con ella hasta el cansancio y le enseñaban trucos mejorando sus propias habilidades. Así, durante años, vivió creyendo que el mundo era un lugar lleno de hermosos y buenos amigos. Sin embargo, al despertar su poder mágico aquella noche en la cual conoció a Niddeck, elemental de agua, otros más sintieron su gran poder, incluyéndolo a él.
Tan solo nueve años tenía cuando esas cosas aparecieron, pequeños duendes con la de piel roja, ojos redondos y negros, colmillos largos filosos y postura de simios. Una docena de ellos la atacaron a mitad de la noche, sin poder reaccionar se habían lanzado sobre ella tapando su boca para evitar hacer ruido, sujetándola con fuerza de brazos y piernas. En ese momento, sintió un frio terror recorrer su espina dorsal, estaba en grave riesgo y no había nadie que pudiera ayudarla. Creía estar perdida.
Y fue en ese momento que lo conoció, lo vio por primera vez, lo recordaba a la perfección.
Una sensación extraña le invadió el cuerpo completo, por un instante sus ojos se nublaron viendo todo oscuro, un mareo incesante le revolvió el estómago y se vio perdida en las tinieblas por un momento. Al recobrar el sentido, estaba de pie a un par de metros de esas criaturas, las cuales se retorcían de dolor en el suelo. Confundida, se miró las manos temblorosas y llenas de suciedad.
—¿Qué…? —jadeaba como si hubiese corrido.
—No te quedes quieta…
Escuchó un susurró como de un niño, pero miró en todas direcciones y no había nadie más. Estaba sola con esas cosas.
—¿Quién eres? —balbuceó entre jadeos.
—¡Hick! —gritó el más grande de ellos, por lo que los demás empezaron a levantarse como podían.
Se estaba preparando para volver a atacar. El miedo congeló las extremidades de Naomi, quien no se movía de donde estaba.
—¿Qué esperas? Muévete… —susurró de nuevo enfadado.
—¿Quién…? —se vio interrumpida por un leve segundo, una imagen pasó muy fugaz por sus ojos.
Un niño de más o menos su misma edad la miraba fijo y serio, sus ojos verde-azules brillaban de emoción transmitiéndole sensaciones que desconocía, pero que no le agradaban en lo absoluto.
—Solo haz lo que te muestre…
Con pasos frenéticos, caminaba de espalda sin perder la vista de esas cosas, quienes también tratan de caminar cojeando acercándose a ella para atacar. Como guiada por una extraña fuerza, empezó a mover las manos, todas en diferentes posiciones desconocidas. Sintió una corriente de energía recorrer su cuerpo concentrándose en ambas manos, esperando ser liberadas en el momento indicado.
—¡Quieta! —susurró y ella obedeció.
Las criaturas se acercaban a paso decidido, y ella tiritaba de terror.
—¡Destruir!
Sin saber porque, susurró aquellas mismas palabras posicionando sus manos formando un triángulo, señalando directo al centro de aquella hilera de pequeñas criaturas rojas que se acercaban a gran velocidad a ella. Un destello y fuerte calor cegaron a Naomi, obligándola a cerrar los ojos. Al abrirlos, estaba sola, con un montón de cenizas cubriendo una parte de césped seco en su jardín. El mareo volvió, una sensación de cansancio hizo que perdiera el conocimiento. En su inconsciencia, aquel chico de ojos verde-azules le decía cosas que no tenían sentido para ella.
—Eres como yo Naomi, y pronto nos veremos —susurraba en su subconsciente.
Desde ese momento, aquel niño la atormentaba en sus sueños, la conducía por caminos adoquinados de calles un poco reconocidas pese a no haber estado en aquel lugar jamás. Le susurraba cosas sin sentido, le aseguraba que en algún momento iban a estar juntos de nuevo, pero ella tenía la certeza de no haberlo visto antes, no en persona. De alguna forma, esos ojos verde-azules la intimidaban hasta hacerla tiritar, le tenía un profundo miedo y esperaba con todo su corazón que fuese solo eso, una pesadilla. Pero de algo estaba muy segura, esa primera vez que escuchó su voz, no estaba dormida.
Sus visiones esporádicas, sus pesadillas y sus caminatas nocturnas camufladas como simple sonambulismo, eran una clara señal del control que ese chico tenía sobre ella. Pero, ¿Cómo era posible si nunca lo había visto? «Estuvimos alguna vez juntos, y lo volveremos a estar» había dicho en una de sus visiones, y estaba empezando a creer pueda ser cierto.
Recordar todo eso después de tantos años la ponía nerviosa, en especial al no tener ninguna clase de noticia sobre ello. La última vez que tuvo un episodio de esos fue durante su resfriado, cuando bajo los efectos de la fiebre pudo entrar con facilidad a su cabeza y hacerla caminar por las oscuras calles de su vecindario. Pero algo la tranquilizaba, el saber que en ese momento de riesgo Elías estuvo para ayudarla. Aún se sentía un poco culpable por lo grosera que fue con él, por todas esas veces que él solo quería ser amable y ella le respondía con tres piedras en la mano. Tenía sus razones para comportase de esa manera, pero él no sabía ni tenía culpa de ello.