Mi primera ilusión || Precuela Saga Mestiza

17. MIENTRAS MÁS ALTO…

Su hábito de lectura le había dado el privilegio de tener ciertos conocimientos, uno de ellos referente a sus golosinas más predilectas, el chocolate. Se dice, que este delicioso manjar estimula la liberación de endorfinas, hormonas causantes de la felicidad. Sin embargo, ningún chocolate de ninguna clase había provocado tal sensación de satisfacción, felicidad y emoción al mismo tiempo, como ese primer beso con Elías.

Aquello que sintió ese día fue tan embriagador como placentero, deseando jamás despegarse de sus labios, pero como todo en la vida tiene fin eso no fue la excepción. De todas formas, como él mismo se lo dijo entre susurros, ese sería tan solo el primero. Aun así, una pequeña duda se internó en su cabeza, como un insecto que la carcomía desde el interior. Ambos se gustaban, de eso no había duda alguna, pero, ¿Podrían llegar a ser algo más que amigos?

Con la mudanza tan cerca era una preguntan muy dolorosa, demasiado difícil de responder. ¿Sería capaz de tener una relación solo por los dos meses que restaban de año, para después darla por terminada y no volver a verlo jamás? ¿Estaría dispuesta a arriesgarse por él? por supuesto que sí, y en realidad ya lo había hecho por varios meses seguidos, los mejores de su vida.

Desde ese mágico día, las demostraciones de cariño por parte de Elías eran mucho más evidentes, y esta vez, Naomi no haría nada para evitarlo. Los besos seguían cada vez con mayor frecuencia, con más profundidad y pasión, dejándose llevar por el delicioso sabor de sus labios. E incluso, en muchas de esas tantas ocasiones, era ella quién tomaba la iniciativa.

Naomi aún se sorprendía de lo bien que la estaba pasando ese año, por primera vez se sentía a gusto en un lugar, que la aceptaban tal y como era, pese a su inicial comportamiento ermitaño y los comentarios que hacían de ella. Aun después de todo eso, logró dejarse llevar por esa insistencia de Elías, y había dado los mejores frutos. Gracias a eso, las palabras de su madre estaban tomando la mejor forma posible. El poder quedarse por más tiempo se veía como una gran opción, una posibilidad tan palpable que sentía la necesidad de contarlo.

Solo bastaba una semana, los últimos cinco días de clases y finalizarían ese año escolar. Las vacaciones de fin de año, el clima fresco y nublado, la compañía de Elías y el tiempo libre para estar con él. Todo se veía bello, cercano y real. Pero hay un dicho que dice, «Mientras más alto estés, más dura es la caída».

Esa noche se acostó a dormir pensando en las posibilidades que tenía por delante, los miles de actividades que haría con Elías y Sebas, porque sí, lo incluirían en algunas de sus salidas, al fin de cuentas lo consideraba un amigo cercano. El sueño la fue envolviendo poco a poco, sintiéndose ligera y cálida por dentro al recordar sus dulces labios sobre los de ella. Sin embargo, aquella extraña sensación que conocía tan bien y que hace mucho no sentía, la arrollo de improviso con una fuerza descomunal.

Todo a su alrededor se tornó oscuro, frio, un ambiente tan pesado que le costaba respirar. El corazón empezó a latir con fuerza, no sabía que estaba sucediendo con exactitud, pero si tenía una vaga idea de que era y le aterraba. Él estaba allí, en alguna parte, escondido disfrutando de su sufrimiento y confusión. Aún no lo veía, pero lo conocía lo suficiente como para saber que era su actividad favorita, atormentarla. Y eso solo le indicaba una cosa, algo estaba pasando, algo muy malo.

—No hay tiempo, Naomi —susurros pesados y respiración entrecortada se escucharon a lo lejos.

—¿Qué está pasando? —preguntó llena de valor.

—No hay… tiempo…

—¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué ahora, porqué después de tanto…?

—Solo escúchame, ¿Sí? —interrumpió en medio de un grito desesperado— Nada es lo que crees… todo está… ellos están… solo vete.

La confusión y la rabia la invadían con cada palabra que escuchaba, nada de eso tenía sentido, además, ni siquiera podía verlo en ninguna parte, no podía ver nada en absoluto.

—¿Disculpa? —exclamó molesta— nada de lo que dices tiene sentido, ni siquiera has dicho una frase completa. ¿Dónde estás? ¿Por qué te escondes?

—No tengo… energía suficiente… —susurró de forma casi inaudible.

Por primera vez, tratándose de aquel misterioso chico, lo sentía preocupado, temeroso, por completo opuesto a su habitual porte de superioridad e intimidación. La rabia se convirtió en curiosidad, más que todo por saber que estaba sucediendo en realidad y por develar el misterio tras su identidad.

—¿Quién eres y que es lo que quieres? —interrogó con más calma.

—No hay... tiempo… —un quejido de dolor se escuchó, aumentando su preocupación.

—¿Estás… bien?

—Solo vete… ya…

—Espera, ¿A qué te refieres con…?

Fue interrumpida de forma abrupta por un destello de luz, una imagen borrosa se cruzó solo unos cuantos segundos por sus ojos. Era él, pero no se veía igual. Ojeras profundas y oscuras se divisaban bajo sus parpados, su piel brillaba por el sudor del esfuerzo, sus labios secos indicaban deshidratación. Lo más curioso eran sus ojos, de nuevo cambiaron, como muchas veces lo ha visto. No eran aquellas esferas verde-azules que tanto odiaba, que le hacían temblar y paralizaban del terror. Era un tono azul claro, casi celeste, cálido y reconfortante, le transmitía paz.




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