Saliendo de la escuela, por fin librados de esas enormes cuatro paredes que los encerraban todos los días, decidieron no irse directamente a sus casas. ¿Para qué hacerlo? Habían salido dos horas antes, tiempo que podían usar para hacer lo que quisieran, cualquier cosa con tal de pasarla juntos.
—¿Nos dará tiempo de ver una película en el cine? —indagó curioso Elías.
—No creo, es más, ni siquiera sabemos si está abierta la sala a esta hora —comunicó Naomi.
—Buen punto —suspiró— ¿Alguna idea?
—Cualquier cosa está bien —anunció, mirándolo fijo con ojos soñadores— solo quiero pasar tiempo contigo.
—¿Ya no quieres echarme? —preguntó entre burlón y conmovido.
—Retiro lo dicho, baboso —replicó dándole la espalda con fingida molestia— podéis irte en paz.
Con suavidad, Elías rodeó su cintura para aferrarse a ella, sintiendo la suavidad de su piel por debajo de la camisa del uniforme. Naomi se estremecía muy en sus adentros ante su tacto, su cálido aliento caía sobre su cuello buscando rumbo hacia sus mejillas ya coloradas.
—¿En serio quieres que me vaya? —susurró con voz grave y seductora— podríamos divertirnos mucho.
—No lo sé… —contestó en medio de un suspiro al sentir sus labios sobre su piel— eres un poco fastidioso, ¿Sabes?
—¿Todavía te parezco fastidioso? —indagó entre risas.
—Nunca has dejado de serlo.
Con delicadeza, Elías dio vuelta a Naomi quedando frente a frente. Ese brillo particular en sus oscuros ojos le hizo sonreír, es una de las cualidades que más le encantaba de él. La cercanía de su rostro, su cálido aliento sobre su boca, la misma dulzura con la cual la miraba, todos esos detalles la hacían volar en una nube de la que no quería bajar jamás, pero que al igual que todo en su vida, solo era temporal. Tarde o temprano debía dejarlo.
—Pero funcionó —exclamó Elías, eliminando por completo la distancia entre sus labios.
«Por supuesto que sí» pensó Naomi, mientras se dejaba embriagar por el sabor de su boca. Sentía el placer recorrer su cuerpo, profundizando el beso y las sensaciones que este le provocaba al envolver su cuello con sus brazos, para luego deslizar sus dedos a través de la suavidad de su cabello.
A solas, en lo más profundo de aquel parque, sin nadie mirándolos, podían demostrase aquellos sentimientos que aún no decían. Sin palabras, sin sonidos más que el de sus labios batallando en una danza de amor, con sus lenguas jugando en el interior de sus bocas y el fuego líquido recorriendo cada centímetro de sus cuerpos. Naomi no pudo evitar soltar un suave gemido al sentir su boca recorrer su cuello, enviando choques eléctricos a sus zonas más sensibles.
Con suaves mordiscos y pequeños besos, fue subiendo hasta regresar a sus labios, retomando con mayor pasión la batalla iniciada. Sus manos no se quedaban quietas, Elías había cruzado las barreras al introducir sus manos debajo de su blusa, acariciando tanto como podía la piel de su espalda. Naomi, por su parte, solo se dejaba hacer, sin encontrar las fuerzas y las ganas de detenerlo.
Sin embargo, el estruendoso chillido de su teléfono celular los sobresaltó a ambos obligándolos a separase. En la pantalla, el nombre de su madre brillaba con insistencia. Pese al maravilloso momento que había estado viviendo, una mota de preocupación empezó a crecer dentro de ella. Su madre nunca la llamaba, de ser necesario solo enviaba un mensaje de texto. ¿Por qué era diferente esta vez? Tan solo eran paranoias que su mente creaba, pero la idea no se iba.
—Dame un segundo, es mi mamá —susurró, tratando de recobrar la compostura y la voz.
—Mmmm… bien… —contestó con un suave ronroneo sin soltarla, ocultando su rostro sonrojado en el espacio de su cuello.
—¿Mamá?
—Linda… —contestó Nilsa, su tono de voz algo agitado y ruidos extraños de fondo— casi no contestas, niña.
—¿Pasa algo? —indagó nerviosa, un extraño presentimiento le apretaba el pecho.
—Nada fuera de lo normal —argumentó Nilsa, tratando por todos los medios sonar neutral— ¿Ya saliste de la escuela? Necesitamos que vayas a casa, hay algunas cosas de las que hablar.
—¿Está todo bien? —insistió— pareces agitada.
Murmullos leves resonaron detrás de la línea, o por lo menos eso le pareció escuchar.
—No es nada, cariño —dijo al final— te esperamos, ¿Vale? No te demores.
Y con aquellas confusas palabras, colgó.
Aquello no hizo más que ponerla nerviosa, preocupada y muy temerosa. Estaba segura que algo estaba sucediendo, no por nada la llamarían para que regresara lo antes posible a casa. Y aún más extraño, su tono de voz y aquellos murmullos, estaba acompañada y no solo era por su padre.
—¿Qué pasó? —susurró Elías aun abrazándola.
—No lo sé… —contestó tratando de contener su preocupación— pero debo irme.
—¿Qué? ¿Por qué? —expresó con disgusto.
—Era mi mamá, necesita que vaya a casa cuanto antes —dijo con calma.
—¿Pasa algo? —preguntó Elías mirándola preocupado, tratando de encontrar la respuesta en sus ojos.