Mi primera ilusión || Precuela Saga Mestiza

19. UN DOLOROSO TE AMO

Pasó una de las cosas que tanto temía, que alguien resultara herido por su culpa, por protegerla. No creía tener tanta importancia o valor para este mundo, e incluso pensaba que no sería diferente si ya no estuviese en él, sería un alivio para ella si así fuera. Pero siempre aparecía un interrogante más, ¿Para que la buscaban? ¿Quién la necesitaba con tanta urgencia? Sea quien sea, quería saber qué era lo que tenía ella tan especial para que los obligaran a huir año tras año, arriesgando su vida y la de sus padres.

El sol le quemaba los ojos, el reflejo de este entraba por la ventana de su habitación. El reloj marcaba las ocho de la mañana, un par de horas desmayada después de todo el desastre que vivió. Su mano vendada picaba un poco, pero el verdadero dolor no era físico.

—Naomi, nos vamos ya —anunció Félix— dúchate, yo saco tus cosas.

Se levantó sintiendo un vacío en su pecho, en esos momentos Ciro estaría con ella si no fuese por su estupidez. No era la primera vez que aquel chico la ayudaba, en varias ocasiones anteriores le había salvado la vida. Si no hubiese dudado, su pequeño amigo estaría sano y salvo, ella lejos de Elías, pero Ciro con vida. Un dolor por otro, una vida a costa de solo unos días de felicidad.

Estando lista para marcharse, sacó de una de las cajas uno de los retratos de Elías, lo enrolló y escribió una nota a mano.

—Estoy lista, pero, ¿Podemos hacer una parada antes? —preguntó suplicante.

—Está bien —asintió su padre.

(N) Hola, perdona que escriba tan temprano, pero en estos momentos estoy yendo a tu casa, debo decirte algo y es urgente.

Escribió con rapidez aquel mensaje, rezando para que este despierto y lo leyera a tiempo.

(E) Te estaré esperando fuera.

Llegaron a su destino, una bonita casa de color crema, aquella donde pasó los maravillosos momentos que tanto le dolían. Elías la esperaba preocupado, sospechando que ese sería la última vez que la vería.

—No tengo mucho tiempo, solo quería darte esto —le entregó el rollo— y darte las gracias, por todo.

—No es cierto, no te vas, no…

—Ya es tarde —Naomi sollozaba— todo está listo, por eso me llamaron tan de repente ayer… lo siento, iba a decírtelo, pero… todo se salió de control y Ciro…

—¿Qué te paso en la mano? —indagó demasiado preocupado, con el ceño fruncido y lágrimas en sus ojos.

—Estoy bien, no es… —contestó, lanzándose a sus brazos sin importar que sus padres estuviesen viendo.

—No quiero que te vayas —Elías susurraba a su oído con voz quebrada— no quiero dejarte ir.

La sostenía en un fuerte abrazo apoyando su rostro en su cuello, respirando por última vez el dulce aroma de su piel.

—Debes hacerlo, no puedes querer tenerme cerca —contestó reteniendo en vano las lágrimas— es por tu propio bien.

—Solo dime una razón —se separó de ella para encararla, sosteniendo entre sus manos su rostro surcado en lágrimas— una que de verdad me haga pensar que eres mala para mí.

—No puedo —sollozaba, y con cada uno sentía su corazón romperse en mil pedazos— yo no…

Sus suaves labios callaron su réplica, el calor de su cuerpo le devolvió energía, su tacto y sus tiernas caricias marcaron su alma y el sabor de su boca jamás lo olvidaría. Elías la besaba con dulzura y cariño, expresando como mejor podía todo lo que sentía por ella a pesar de su aparente mal carácter. Esparció en sus mejillas pequeños besos deleitándose con la sensación de sentir su piel, susurrando con cada una de esas cualidades en ella que tanto le gustaba.

—¡Te amo! —susurró con el corazón hecho polvo.

—No lo hagas —suplicaba Naomi— por favor.

—No lo pude evitar —una risa lastimera y quebrada salió de entre sus labios.

Una vez más, sus labios se unieron en un último beso de despedida. Nunca le llegaría a confesar lo que sentía y tampoco quiso hacerlo, porque no quería herirse más. Pero en el fondo ambos sabían que se enamoró de él, tanto como él de ella. Su primera ilusión y el primer gran error.

Se alejó de él, entrando con rapidez al auto sin mirar atrás hasta que arrancaron. No pudo evitarlo, regresó la mirada solo para quebrarse más al verlo arrodillado, con la mano en el pecho sin apartar sus enrojecidos ojos de ella. Y así como él, ella lloró con desesperación y rabia.

Por varios días estuvieron vagando de pueblo en pueblo huyendo de aquellas cosas, toda una jauría enviada para cazarla año tras año. Por más que lucharan contra ellos, por más que los eliminaran, siempre aparecían más. Descansaban en moteles que encontraban en el camino, tratando de solo pasar menos de nueve horas seguidas, si llegaban a pasarse podrían dejar impregnado un poco de la esencia de Naomi, exponiendo a esas personas al ataque inminente.

Después de una semana, lograron alojarse en una residencia barata en una pequeña ciudad bastante alejada de La Esmeralda, esperando que su rastro se haya disipado lo suficiente como para y buscar un nuevo lugar donde vivir. El mes de diciembre ya había llegado, todo a su alrededor estaba decorado y listo para las celebraciones de fin de año. Naomi siempre vio sin sentido aquellas fiestas, no le veía motivo de celebración al día en que la tierra solo terminaba una vuelta más alrededor del sol.




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