Dos días antes del gran fin de año, Félix ya tenía un rumbo fijo marcado, solo bastaba hacer un par de llamadas para que llevaran sus cosas a la misma dirección y listo. El viaje duraría más de 40 horas, pasando esos cinco segundos de cuenta regresiva dentro de un auto en movimiento, y como si de un rito se tratara, sacó la sim card de su teléfono dejándola ir con el viento de la noche, acto que para ella esta vez significaba más que solo dejar un año atrás.
Esta vez dejaba una vida, aventuras, felicidad y un amor.
La suave brisa del atardecer refrescaba el bochornoso ambiente dentro del carro, el hermoso paisaje que recorrían a gran velocidad desvió sus oscuros pensamientos a unos más alegres como el verde de los árboles, arbustos y demás vegetación que dejaban atrás en su camino. Estaba un poco molesta, aburrida y harta de repetir lo mismo todos los años: empacar, desempacar, evitar a la gente por un tiempo para después volver a empacar y buscar un nuevo lugar, como los antiguos nómadas que iban de un lado a otro sin establecerse en un sitio fijo. Así se sentía Naomi.
El cansancio por la nueva mudanza le estaba cobrando factura, sus ojos fueron cerrándose sin poder evitarlo y poco a poco la inconsciencia la arrastró a las profundidades de un pasado aún confuso.
Una imagen borrosa llegó a su mente, poco a poco fueron definiéndose los colores y contrastes de aquel lugar que, en algún momento, le inspiraron la calma que solo una pequeña niña podría sentir muy lejos de las preocupaciones que hoy en día la atormentaba cada vez más.
—Naomi, cariño —Nilsa, su madre, la llamaba desde el otro lado del parque— no te alejes mucho, nena.
—Sí, mamá —contestó risueña.
Tan solo tenía cuatro años cuando, recorriendo con gran alegría los divertidos juegos en el parque, vio a lo lejos unas extrañas y muy lindas figuras que la llamaban con voces angelicales. Se acercó paso a paso llevada por la curiosidad, esperando no ser descubierta antes de tiempo por su madre. Llegó al límite que separaba aquel parque con el espeso bosque que se extendía más allá de las montañas, viendo así a dos peculiares chicas danzando muy felices entre los árboles.
—Hola linda —susurró una de ellas con delicadeza— ¿Cómo te llamas?
Era una chica esbelta de larga y lisa cabellera dorada que ondeaba suavemente con el viento, de brillantes ojos de un azul profundo como el mar. Su blanca piel pálida tenía un extraño resplandor plateado, pero a pesar de eso su belleza era más que extraordinaria.
—Me llamo Naomi —respondió sonriente— ¿Tú quién eres?
—Puedes llamarme Gill, dulce niña —contestó acercándose— y ella es mi hermana, Jaz.
Señaló a la segunda chica justo detrás de ella, de largo cabello rojo brillante y oscuros ojos dorados.
—Eres una dulce niña, Naomi, pero… —comentó Jaz acariciando sus mejillas— tu energía resplandece y… tu sangre nos llama…
—¿Quieres venir con nosotras, pequeña Naomi? —preguntó Gill con dulzura fijando sus ojos en ella— jugaremos juntas todo el tiempo que quieras y comeremos muchos dulces, será divertido.
—¿De veras? —exclamó entusiasmada, atrapada por el hechizo de su mirada— pero mi mami…
—Tu mami no sé molestará, ella quiere que te diviertas —interrumpió Gill.
—Seremos tus amigas por siempre —susurró Jaz— solo debes venir con nosotras, nada malo pasará.
Un ligero estremecimiento recorrió las extremidades de Naomi, ya no tenía control sobre ellas, su mente divagaba como llevada por las corrientes de aire. Poco a poco, la fueron guiando a la espesura del bosque y solo escuchaba el suave trinar de los pájaros acompañada de la melodiosa y suave voz de aquellas chicas, a las cuales se les fueron sumando más y más cantos en un idioma que no reconoció y nunca había escuchado, pero que por alguna extraña razón pudo entender a la perfección.
—Sigue nuestras voces, dulzura —susurraba Gill caminando de espaldas, sin desviar sus ojos de Naomi— escucha nuestro canto.
Ya no eran solo dos, había decenas de hermosas chicas bailando con suavidad alrededor de Naomi, repitiendo una y otra vez la misma canción.
«Lo que nuestras voces cantan, debes escuchar. El color de tus ojos, te revelará la verdad. El brillo de tu cabello, será el despertar. El poder de tu sangre imparable será, solo debes dejarte llevar»
Al escuchar el suave canto de aquellas criaturas, Naomi se sintió abrumada por una sensación de calidez que la inundó, un halo de luz plateado la rodeó por completo y corrientes de aire envolvieron el lugar formando un torbellino de hojarasca. Sintió nueva energía recorrer cada parte de su cuerpo, su cabellera negra resplandeció con una enorme intensidad azul. No podía moverse, la mirada hechizante de Gill y aquel canto hipnótico la mantenía en una especie de transe que suprimía sus propios impulsos, impidiéndole tener el control sobre sus movimientos.
—¡Si eres tú! —exclamó Jaz con emoción.
—Aléjense de ella, brujas —gritó Nilsa amenazante.
Guiada por las mismas voces de aquellas criaturas, Nilsa pudo llegar hasta el centro de aquel bosque donde, rodeada por decenas de ellas, Naomi resplandecía de manera preocupante. Blandiendo su espada, se hizo paso a través de aquel círculo de danzantes criaturas rompiendo aquel hechizo que mantenía a la niña fuera de sí, posicionándose a su lado para protegerla.